Sentí tu miedo apenas comenzaste a trazarlo en tu lindo rostro. Mis sueños me advirtieron de tu dolor futuro. Esa cólera que sentí cuando me dijiste que el ta había dejado... la ira... la rabia... quería golpearlo. Pero me doy cuenta de que más dolor ni aliviará tu malestar ni solucionará nada.

Cerró la pasta de su diario y dejó caer su pluma. Se dirigió hacia el espejo y miró su rostro. Su barba estaba desaliñada, su cabello ya no era la robusta melena de antaño, ahora era un corte muy similar al de cualquiera, cerro los ojos y caminó hacia su cuarto. "De nuevo esa fría cama" pensó.

Las altas torres no permitian a nadie de su poblado observar el interior de su castillo, el cual había sido planeado para mantener firmemnte una privacidad digna de un rey. Pero ultimamente la privacidad se había convertido en soledad y ello llevaba al Príncipe a sentirse muy melancólico. Desde que el Barón Olloqui lo había engañado para emparejarlo con la Duquesa DoWolf y así alejarlo de la vida de su amada, el Príncipe pasó de ser un amable y atento gobernante a recluirse en las murallas de su castillo y vagar por este con la espada en mano y comiendo queso. Sus súbditos comenzaban a preocuparse dado que estimaban demasiado al príncipe pero todos desconocían la causa de la profunda depresión e su Señor. Tras un año de su dolor, el Prícipe decidió ir a buscar a su amda. Aprovechando la Luna llena y la procesión de su pueblo decidió qu era momento de levantar vuelo en direccion al pueblo de su amada. Lord Bryan, confidente del Prícipe y mano derecha de éste, salió galopando en Nightmare, la formidable llegua del Amo, para avisar al pueblo que su amado Gobernante saldría indefinidamente del pueblo.

Al oir ta insensata explicación, el cardenal (ambicioso cuán vil cerdo) solicitó una audiencia con el Príncipe esperando ser el quien tomara las riendas del pueblo. Al llegar a la Fachada Real, todos miraron hacia la Torre Central. Estaban atónitos, perplejos... pues en la cima de la construccion se encontraba su Señor, afeitado, verstido de gala y con la espalda desnuda, su corta cabellera no era más un defecto, al contrario: Era tan hermoso cómo antes. El cardenal, al ver ésta majestuosa visión, le gritó con energía:
¡Que locura pretende ahora, Príncipe! ¿a caso va usted a renunciar a supueblo por una venganza absurda? ¿es que no recuerda lo que sucedio en su última batalla contra el Kyuubi?

Sin titubear, sin dejar de mirar a su gente, sin una gota de sudor en la frente, el Príncipe sorió, y su sonrisa se convirtió en una risa y la risa en carcajad y la carcajada en tormenta. Cruzó los brazos sobre su vientre y, con su mirada de desafío, se inclinó hacía la cornisa. Asustados, los pueblerins dejaron escapar gemidos de asombro y miedo, Finalmente el Príncipe se enderezó y, con voz alegre y firme, exclamó:

No olvido lo que sucedió con ese maldito Zorro, pero ahora soy mucho más fuerte que antes y ni el ni nadie puede detenerme. Además, no creas que no noto tu ansia por que me vaya par tomar este pueblo a tu antojo. No, por eso no me retiro más me distancío. Mi Gente, Mi amada Gente, espero entiendan que deseo buscar mi felicidad así cóm velo por las suyas. No me malinterpreten. Sólo quiero encontrar a quien amo. Me voy... pero no los dejo.

Habiendo Dicho esto, el Principe saltó del torreón y su cuerpo cayó con alegría y gracia. Rostro hacia el piso, piernas juntas ybrazos extendidos. En ese momento la Luna brilló suave sobre él y sus cabellos se volvieron de plata, su piel se tiñó de negro nocturno su boca pasó a desaparecer y sus ojos se volvieron dos gemas verdes y resplandecientes. A unos metros del suelo abrío un hermoso par de alas menbranosas y planeó hacia la Noche, alejándosede su fortaleza y de su pueblo... con lágrimas de éxtasis pronuncio el nobre de su amada:

Ayá voy... Jessica