Iba caminando por la calle. Era de noche. Caía un fino sirimiri que poco a poco me empapaba el cabello. Casi no había ruidos. El único sonido que se percibía era el suave murmullo de la lluvia y el de mis pasos sobre la calzada. Inhale profundamente, deleitándome con el aroma a tierra mojada que impregnaba el ambiente. Mi camino solo era iluminado por la tenue luz que desprendían los faroles a intervalos irregulares.
A donde me llevaba mi camino? Estaría siguiendo un camino? Tendría que terminar de recorrerlo para saber si seguía el camino correcto. Pero, como estaría segura de que al final, era el camino correcto? – suspiré – Mi aliento se condensó en el aire. Intenté recordar por qué estaba caminando de noche bajo la lluvia. No era un comportamiento normal. Cogería un buen resfriado si no me apuraba en llegar. Pero a donde debía ir?
Paré bruscamente ante este pensamiento. Mire a mí alrededor. Estaba sola. Me sumí nuevamente en mis pensamientos y mis pies reanudaron su marcha. Al parecer, ellos estaban seguros del camino; tendría que esperar a que se detuvieran por si solos para averiguar a donde me llevaban. Tal vez estaba buscando a alguien. No, no sentía la desesperante apremiación, la incertidumbre de la búsqueda. Tal vez estaba huyendo de alguien! No, no sentía la urgencia, matizada con el miedo de llegar a mi destino.
Agucé el oído. El susurro de la lluvia me envolvía y me transportaba a otro lugar. Me adormecía, arrullaba. Seguí caminando por la acera ennegrecida por la lluvia. Crucé calles y doblé esquinas hasta que llegué a una pequeña plaza rodeada de árboles que parecían esconderla de la vista. Solo había tres bancas que circundaban un grupo de columpios iluminados débilmente por un único farol. La luz proyectaba sombras espectrales. Mis pies me condujeron al centro de la plaza, junto a los columpios. Los observé. Sentimientos de nostalgia, añoranza y melancolía se arremolinaban en mí ser. Me senté en el columpio balanceándome suavemente. Me quedé así, durante un tiempo. La lluvia era suave, peor cada vez más densa. Estaba empapada, pero no tenía frió. Me sentía pesada, adormecida. El suave murmullo de las hojas solo era quebrado por el fino rechinar de las cadenas del columpio. Suspiré. Mi aliento se arremolinó en mi rostro. Una pequeña brisa me despeinó el cabello. De pronto, escuche pasos. Alce la mirada y vi frente a mí a un chico que me sonreía. Pese a la poca luz que había, pude ver sus ojos, que brillaban calidamente. Me tendió la mano. –Ven – fue todo lo que dijo. Tomé su mano y le seguí a…No importa, a él, le seguiría hasta el fin del mundo.
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