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Un hermoso castillo se alzaba sobre nosotras que observábamos maravilladas desde el carruaje los alrededores. Una fuente enorme por la que salía un chorro de agua; jardines con diversas flores de colores y árboles por doquier. La luz de la tarde le daba una atmósfera de ensueño. Era como observar el paraíso en la tierra. A lo lejos, en la entrada del castillo se podían apreciar como otras doncellas y caballeros descendían de sus esplendidos carruajes. El motivo de tantas visitas era el cumpleaños numero veintiuno del sobrino de lady Guiraldy: Mario Guiraldy. En este gran evento se gestaban no solo fiestas y comidas sino el inminente casamiento del joven Guiraldy con una de las muchas doncellas casaderas que habían sido invitadas. También muchos jóvenes solteros asistían con la intención de poder encontrar una futura esposa o una futura aventura. El evento en cuestión se llevaría a cabo dentro de dos meses tiempo más que de sobra para poder encontrar a alguien. Según habían dicho, se realizarían constantes bailes y algunos serian con mascara. Genial. Me encantaba el misterio y que mejor que una mascara para ocultar tu identidad. Al fin llegamos a las puertas del castillo. Mis compañeras y yo salimos coche. No pudimos reprimir la sorpresa. Era hermoso; tenia una gran escalera tapizada en rojo; había pinturas enormes en las paredes; preciosos jarrones que hacían ver simples a los arreglos florales que contenían. Los criados nos condujeron a nuestros aposentos. Como no, eran terriblemente hermosos; tapizados con verde, azul y plateado, mi habitación era preciosa. Tenía vista al jardín que colindaba con un bosque perenne que luego iría a visitar. Cerca de la cama, en la que fácilmente cabrían tres personas y con espacio, había un tocador con espejo, un jarro con agua tibia y una nota.

Estimada invitada:
Lady Guiraldy le da la bienvenida y espera que la habitación sea de su agrado. Por favor, siéntase cómoda y se le ruega que no olvide, al anochecer, dirigirse al salón para una pequeña fiesta de bienvenida.

Lady Guiraldy.

Mire por la ventana. Aun era temprano. Me lave cara cuello y brazos para poder refrescarme del largo viaje. Para estar más cómoda me cambie el vestido por uno más cómodo color verde musgo. Me arregle el cabello como pude, pero aun así no tuve muy buenos resultados. Al final, cansado de luchar una batalla ya perdida, opte por recogerlo en un moño alto y dejar algunos cabellos sueltos. Mi cabello era muy rebelde, lo único bonito era su color de un castaño oscuro brillante. Salí al jardín no sin ciertos esfuerzos. No lograba recordar el camino, por suerte, encontré a una joven sirvienta que con a amplia sonrisa me indico el camino. Los jardines eran muy bonitos, habían bancos para sentarse y aves exóticas pero lo que más me llamaba la atención era el bosque. Estábamos a principios de otoño y el paisaje se teñía de tonos rojos naranjos amarillos cafés y verdes de muchas tonalidades. Camine por entre los árboles aspirando el delicioso olor de las hojas secas. Camine por un buen rato. Cando me percate de que el sol ya se escondía comencé la retirada. Me estaba desesperando. Como no podía recordar por donde había venido! Realmente soy muy despistada. Di vueltas y vueltas hasta que…Plaf!
Choque contra algo y del susto caí al suelo. Cuando levante la vista me di cuenta de que había chocado con un joven muy atractivo de cabello anaranjado. Muy llamativo.
- Se encuentra usted bien? – dijo mientras me tendía una mano para levantarme. Se la acepte y roja como un tomate le respondí.
- Disculpe joven, lamento mucho haberlo golpeado. Por favor discúlpeme. No pude evitar que las palabras salieras unas atropelladas por las otras.
- No se preocupe señorita, no ha sido su culpa. Por favor perdóneme usted a mí, pues no me fije por donde iba.
Yo seguía con las mejillas encendidas.
- Está usted perdida? – Sus gestos eran muy finos, seguramente era de la realeza de por aquí.
- Sí. – Fue lo único que logre articular.
- En ese caso, permítame escoltarla hasta el castillo.
Me ofreció su brazo. Lo acepte de inmediato. Caminamos en silencio durante un rato, luego, el hablo.
- Disculpe mi falta de cortesía y educación, he olvidado preguntarle su nombre.
- Amara, Amara Sardou. – Respondí cohibida por su mirada.
Hizo un mohín casi imperceptible que lamentablemente logre notar.
- Si, ya se que es extraño. Dije en un susurro.
- En realidad me parece muy bonito, algo exótico quizás, pero bonito.
- Y único – dije algo más suelta. – dudo que en el castillo haya otra chica con mi nombre. Sonreí pagada de mi misma.
Me encantaba que mi nombre fuera único. Cuando alce la vista del camino, me di cuenta de que nos encontrábamos ya en las puertas del castillo, que nos esperaban abiertas de par en par.
- Gra… - pero el joven ya se había ido y no pude agradecerle. Ni siquiera le pregunte su nombre, me reproche en mi fuero interno.
Ya era tarde. El baile de bienvenida comenzaría pronto. Corrí a mi habitación para arreglarme acorde a la ocasión. Esta vez no me perdí.
Arregle mi cabello como pude, quitando algunas hojitas que se habían enredado. No me apetecía cambiarme el vestido, por lo que solo lo sacudí y alisé. Me puse una gargantilla con forma de hoja que me había regalado un tío para mi cumpleaños numero quince. Coloree tenuemente mis labios y baje.
La bienvenida se llevaría a cabo en el salón principal y este, a pesar de ser enorme, estaba lleno. Había doncellas con hermosos vestidos y enormes joyas; jóvenes caballeros muy elegantes todos. Hasta los criados vestían bien.
En el fondo del salón había una orquesta situada sobre un altillo. Frente a esta, se encontraba una mujer vestida de la forma más exquisita que jamás hubiera visto. Solo su cabello blanco y su figura alo redondeada demostraba su avanzada edad.
Se hizo el silencio y todos volteamos en la dirección de aquella elegante mujer.
- Sean bienvenidos al palacio Guiraldy. Soy su anfitriona Lady Guiraldy. Con motivo del cumpleaños numero veintiuno de mi sobrino Mario – hizo un ademán llamando a su sobrino – que se realizara dentro de dos meses, os he invitado a todos vosotros.
Cuando alce la mirada para ver al famoso sobrino, me lleve una fuerte impresión. Era alto de tez bronceada con un inconfundible cabello anaranjado. Era el mismo joven que me había rescatado en el bosque. Mi rostro adquirió un fuerte tono rojo por la vergüenza.
Cuando nuestras miradas se encontraron, me sonrió. Desvié la mirada de inmediato muerta de la vergüenza. No me entere de nada más. Ensimismada como estaba por el bochornoso accidente del bosque. Volví a la realidad cuando la multitud comenzó a moverse. Una mano tibia me toco el hombro desnudo. Ante el tacto, un escalofrío me recorrió la espalda.
- Siento haberte asustado – El sobrino famoso se hallaba a escasos centímetros de mi.
- OH, no se preocupe joven Guiraldy.
- Por favor, lamento no haberte dicho mi nombre, llámame Mario.
- Joven Mario, debió decirme su nombre. Me disculpo si mi comportamiento en el bosque le pareció inadecuado-. No me gustaban las formalidades y solía olvidarme de ellas cuando me encontraba sola. Además era muy habladora cuando me ponía nerviosa. Me mordí el labio inferior.
- No te preocupes y por favor llámame solo Mario.
Le sonreí ya que estaba demasiado nerviosa para hablar.
- Te apetecería bailar con migo?
- Cl – Claro.
La música comenzó a sonar. Era una melodía alegre
- Sabes Amara? Me alegra que entre todas estas jóvenes, haya al menos una que sea verdadera.
- A que se refiere? Lo mire extrañada.
- Mira a las jóvenes. Hizo un ademán con la mano para abarcar todo el salón.
Todas vestían lujosos trajes y enormes joyas en cuello, orejas, muñecas y cabello. Mire mis ropas y me sentí mal. Era un trapo al dolado de ellas.
- La mayoría se han cambiado el vestido mínimo tres veces – siguió hablando sin notar mi sonrojo – tu solo te has puesto esa hermosa gargantilla como accesorio. Eso significa que no te dejas llevar por los lujos, ni quieres aparentar más de lo que eres. Eres como eres… y me encanta.
Con lo absorta que estaba en el baile y en lo que me decía, no me di cuenta de lo cerca que estábamos, demasiado cerca para mi gusto. Al parecer, él planeaba acortar esa poca distancia que nos separaba por lo que me aleje bruscamente.
- Tengo que irme- dije atropelladamente y salí lo más deprisa que pude.
Por suerte me encontré a Amelia, la sirvienta simpática de la tarde. Sino me l encuentro no habría llegado a mi habitación.
- Señorita, si no se lo ha preguntado nadie aun, quisiera servirle mientras este en el palacio. Y me dedico una radiante sonrisa.
- Desde luego que si, gracias.
Me llevo a la habitación y ahí nos pusimos a conversar mientras preparaba la cama, luego me ayudo a ponerme el pijama. Se empeño en dejar sedoso mi cabello. Mientras tato me contaba lo que sabia sobre los Guiraldy que no era mucho.
Mario era hijo de una hermana de Lady Guiraldy que desgraciadamente había muerto. Como ella no podía tener hijos, Mario suplió esa carencia. Para Lady Guiraldy, Mario era la luz de sus ojos. Según me dijo Amelia, el joven Mario era muy amable y que nunca se había enamorada ni había cortejado a nadie, era tímido. Hice girar mis ojos involuntariamente. Estos meses eran el plazo que su tía le había dado para que encontrara esposa y el día de su cumpleaños se anunciaría el compromiso.
A la mañana siguiente, Amelia me trajo el desayuno a la cama.
- El comedor se usara solo para las fiestas, señorita – las comidas se las puedo traer a la habitación o llevárselas a los jardines, como prefiera señorita.
- Y eso no supondrá más trabajo para ti? – le pregunte, no quería que tuviera más trabajo por mi culpa.
- No, para nada. Me agrada mucho servirla. Disculpe mi atrevimiento al decirlo, pero creo que es la joven más educada y simpática que he servido.
- No creo que sean tan malas – dije tratando de restarle importancia. Lamentablemente recordaba a la perfección las conversaciones insulsas y sin sentido que tenían mis compañeras de viaje. – Creo que sí son bastante desagradables.
Yo me había criado con mis hermanos y primos. Siempre fui la princesa de todos pero no era para nada caprichosa, testaruda sí; mis hermanos no me mimaban, solo intentaban dejarme lo menos magullada que nuestros juegos permitían.
Nos pusimos a reír.
- Ya le digo señorita...
Mientras me ayudaba a darme un baño, vestirme y luego peinarme, me contó una infinidad de cotilleos. Al parecer ya se habían formado algunas parejas. Amelia me dejo el cabello suelto y lo decoro con algunas flores. Caminamos por los jardines y le pedí encarecidamente que me avisara si se acercaba el joven Mario.
- Por que? – pregunto.
- Es que tuve un encuentro poco agradable y vergonzoso con el la noche pasada. - Ante el recuerdo de lo ocurrido, un escalofrió recorrió mi espalda. – Y no quisiera topármelo por hoy.
La mañana era muy tranquila, pero toda esa paz no podía durar para siempre. En un par de ocasiones nos topamos de lejos con el joven Mario pero por suerte Amelia lo veía antes que el a nosotras. El único problema era que me empujaba hacia los árboles o los arbustos para ocultarme y yo no siempre estaba atenta. En una ocasión en que no prestaba atención, Amelia me empujo y caí al césped, fue muy gracioso.
Según tenía entendido, habría una fiesta cada semana y la que correspondía a esta, se realizaría mañana.
Mientras paseábamos cerca de la fuente, una extraña sensación me invadió. Era un hormigueo en el rostro, como si me observasen, pero cada vez que volteaba, no había nadie; solo árboles. El almuerzo y la cena pasaron sin contratiempos. La sensación de que me observaban permaneció y eso me puso algo nerviosa. A quien no.
Amelia paresia disfrutar el peinarme.
- Mañana, para la fiesta, la dejare como a una princesa señorita – dijo desbordando alegría. – Le are unos tirabuzones preciosos.
Tirabuzones. Mi gozo en un pozo.
- Ame – había decidido tutearla y a ella no le incomodaba – No me gustan los tirabuzones, no son lo mío.
-Pero señorita! Los tirabuzones son hermosos y son la última moda!
- Por eso mismo no los usare. No se si te has dado cuenta, pero yo no soy como las otras chicas y no sigo la moda.
Eso le dio que pensar. Luego comenzó a examinar mi cabello con sus pequeñas manos.
- Hm. – decía mientras paseaba su delgado cuerpo alrededor mío.
- Que haces? – dije cubriéndome el cabello con las manos.
- me permite hacer una apreciación, señorita?
- Que pasa con mi cabello? – Me estaba asustando.
En cualquier caso se rió.
- No se asuste señorita, es solo que su cabello es raro. Algunas partes son lisas, otras onduladas…- Nos reímos juntas.
Era verdad, mi cabello es raro e incontrolable
- Que sugieres entonces, Ame? Seguíamos riendo.
- Le are ondas, ya que no le gustan los tirabuzones. También le are un pequeño moño, le parece?
- Esta bien –dije con voz cancina.
Se había hecho tarde.
- La dejare descansar señorita. Buenas noches.
AL salir apago a luz.

Esa noche tuve un sueño realmente perturbador. Estaba en una fiesta de mascaras, que irónico, bailando con un desconocido. EL lugar estaba lleno de parejas enmascaradas que bailaban ajenos a mí. Me sentía extraña, ansiosa por saber quien era el joven que se escondía tras una mascara negra con borde plateado. Bailamos lo que a mi me pareció un buen rato, luego la curiosidad me pico con más fuerza. Alce la mano para intentar sacársela, pero cuando estaba por tomarla me desperté.

Al abrir los ojos y recorrer la habitación, vi que Ame ya me había traído el desayuno y comenzaba a abrir las cortinas y las ventanas, dejando entrar una brisa de aire fresco. Tuve que darme otro baño aunque no quería. Luego Ame revolvió toda mi ropa en busca de un vestido que no encontró. Aunque mi familia tenia una gran fortuna, a mi nunca me gustaron los vestidos elegantes y lujosos. Prefería las cosas sencillas pero no por ello feas; en colores era bastante sobria y aburrida. Nada de amarillos, rosados o alguno demasiado brillante y llamativo.
Finalmente, Amelia opto por un vestido blanco, con los hombros al descubierto. Tenía un broche en forma de flor de color lila y el faldón tenia un listón en el medio y en el final también de color lila.

Era la hora del almuerzo y Ame me tenia prohibido ponerme el vestido pues temía que lo ensuciara. Así que, en vista de la prohibición, me puse un vestido azul con encajes rojos, sin mangas y con los hombros al descubierto, nada ostentoso. No me gustaban las mangas, me sentía aprisionada. Solo en invierno usaba una capa con mangas, pero muy holgadas.

Salí a los jardines, no me gustaba estar encerrada. Busque una banca algo apartada para poder leer sin ser interrumpida. Lamentablemente, al poco rato un grupo de muchachas se acerco cotorreando. Las ignore creyendo que pasarían de mí. Error
- Eres Amara Sardou? – pregunto una rubia. Usaba un vestido amarillo muy chillón. Su mirada era de superioridad y su tono de voz suponía un verdadero insulto.
- Sardou, Amara Sardou? – no tuve tiempo de responder, pues otra chica hablo antes.
- Sí, es la caprichosa hija de Jordano Sardou. La que se cree demasiado refinada como para asistir a ninguna fiesta.
Me sentí ofendida, yo no era para nada caprichosa, asistí a un par de fiestas pero al no ser de mi agrado deje de ir. No me llamaban demasiado la atención y nunca me habían obligado a asistir.
- Que no me gusten las fiestas, no significa que sea caprichosa. Intente retomar mi lectura pero mi libro desapareció de mis manos.
- Libros, que cosa tan aburrida - . Luego de decir aquello, lanzo mi libro por los aires y este aterrizo en la fuente. Me levante para ir a buscarlo, pero me impidieron el paso.
- A donde crees que vas? Dijo la rubia.
Se me llenaron los ojos de lágrimas por la rabia que sentía en esos momentos.
- Que sucede? Una voz masculina se escucho detrás de las cotorras. Estas se voltearon para saber quien era y para mi gran vergüenza resulto ser el joven Mario.
- Amara, estas bien? Se acerco para examinar mi rostro sombrío.
- Sácame de aquí – susurre con voz trémula.
Me cogió del brazo y se abrió camino por entre las miradas hostiles y sorprendidas de las muchachas.
Ya lejos de ellas, me pregunto suavemente:
- Que pasó Amara? – Tome aire tratando de calmarme pero La rabia que sentía aun me hacia temblar.
- Estaba leyendo cuando llegaron ellas y comenzaron a decir… - se me quebró la voz al recordar las palabras de la rubia – Ellas dijeron que era caprichosa, mimada y que me creía demasiado como para asistir a sus fiestas. . – No me gustan las fiestas – le dije mirándolo a los ojos por primera vez ese día. – Y que por eso no iba. Intente seguir leyendo pero la rubia me quito el libro y lo arrojo a la fuente.
- Lamento que perdieras tu libro.
- No se preocupe, era solo una guía de flores y árboles.
- Debo tener en la biblioteca algún ejemplar parecido.
- OH! No se preocupe, no es necesario.
- Señorita!- Una muchacha menuda de cabello negro brillante corría hacia nosotros-. Señorito, señorita – hizo una reverencia.
- Ame, tenia tiempo sin verte – dijo Mario con una sonrisa.
- Sí. Ahora estoy cuidando a la señorita Amara, pero seria más fácil si no se arrancara – y me lanzo una mirada de reproche. Le sonreí.
- Lo siento Ame, solo quería caminar – mire al joven – Gracias por el paseo.
Cuando me giraba para irme con Amelia, me detuvo por el brazo.
- Amara, por lo del otro día…
Se me encendieron las mejillas al recordar el incidente.
- Debo irme. Tome del brazo a Amelia y la jale para que se apresurara.
- Que ocurre Señorita? – pregunto cuando llegamos a la habitación. Al ver su rostro, supe de inmediato que no me dejaría en paz hasta que le contara todo. En vista de mis pocas opciones, le relate el vergonzoso acercamiento que tuvimos en el baile de bienvenida.
- El joven Mario gusta de usted, señorita. Eso se nota. – Y se puso a reír como un pajarito

Ya era la hora del baile y Amelia aun no terminaba de arreglarme.
- Que más quieres hacerme, Amelia? – Aunque en realidad no me había hecho mucho. Mi piel ya era muy blanca, por lo que no hubo necesidad de usar polvos de arroz. Solo algo de color en los labios y un poco de color en las mejillas y los ojos. Mi cabello, debía reconocer que estaba increíble. Fue, definitivamente lo que mas trabajo dio. Como prometió, no me hizo tirabuzones. Solo un medio moño con mechones sueltos; como toque final, puso algunos finos listones que combinaban con los del vestido.
- Ame, ya estoy bien, pedo irme? – dije con un gemido.
- Esta bien – suspiro – se ve tan linda… es mi obra maestra. Todos la quedaran viendo! – dijo con un entusiasmo que no logro animarme.
Lo que menos quería era llamar la atención!
- Mejor ve a dejarme.
El baile aun no empezaba, pero ya había muchas personas esperando. Tenia la esperanza de quedarme con Amelia hasta que empezara pero para mi gran desilusión, cuando me voltee para hablarle ya no estaba.
- Ya puestos a ir al infierno…- El baile comenzó poco después.
Para mi sorpresa, el ambiente resulto ser muy agradable; todos charlaban, reían y bailaban. Aun que yo solo observaba y de ves en cuando tomaba algún refresco.
- Amara- Me sobresalte inconscientemente al reconocer la voz – Amara, quería hablarte sobre lo que ocurrió ayer – intente retroceder –no, no te vallas de nuevo, por favor. Lamento mucho lo que ocurrió, pero realmente estoy enamorado de ti y…y…quisiera…
Mi cuerpo reacciono solo. El instinto me decía que huyera de ahí y fue exactamente lo que hice.
- Acepto sus disculpas- Con una rápida reverencia me aleje de él. Fue fácil mezclarse con la cantidad de personas que había ahí.
No lo podía cree! No le podía gustar! Apenas nos conocíamos! Si, es cierto que no es un requisito conocerse antes, pero yo no era así! Era atractivo, debía concedérselo, también era amable, pero definitivamente no era mi tipo. Seguí escabulléndome por entre las parejas danzantes hasta que una mano sujetó la mía de improviso.
Me de la vuelta con un brusco movimiento, mi corazón latía a mil por hora.
- Baila conmigo- Dijo en un susurro.
Me sentía como en un estado de trance, empezamos a bailar.
El extraño con en que bailaba era muy atractivo y me parecía ligeramente conocido; era alto, cabello castaño rojizo como el de Mario, pero más oscuro casi con un tono broncíneo; ojos verdes brillantes, labios finos.
- Tranquila, Mario no se acercara- Dijo seguramente notó la rigidez de mis hombros y mi mirada asustada que revoloteaba en busca de peligro. No pude evitar la sorpresa de ser descubierta.
- Como sabe que…
- Los estaba observando- Me cortó – También vi cuando intentaba besarte el otro día y como le rehuías estos días.
La sangre se agolpo e mi rostro. Ahora entendía por que me sentía observada, por me estaban observando. Él, por alguna extraña razón, se rió entre dientes.
- De que se ríe?
- Lo siento, pero fue realmente divertida la forma en que te caíste cuando Amelia te empujó. – otra ves se rió. La verdad tenía una sonrisa arrebatadora.
No fui consiente de a donde me llevaba con el baile hasta que estuvimos fuera. Estábamos en un balcón que daba a los jardines.
- Lamento no haber evitado que Katherina y sus amigas te molestaran – su voz se volvió abruptamente seria.
- Supongo que no me debería sorprender que estuvieras por ahí. – dije entrecerrando los ojos.
- Lo siento, pero en mi favor puedo decir que si Mario no hubiese estado cerca habría evitado todo eso. – Su voz volvía a ser amable y algo burlona. – Ten – me tendió algo envuelto en un pañuelo de seda azul.
Lo desenvolví con curiosidad y cautela.
- Gracias- Era mi libro de plantas. Aunque estaba algo estropeado por el agua.
- Cuando se fueron, fui a por el. – m dedico una sonrisa encantadora sin un ápice se burla.
Caminamos en silencio por los jardines iluminados por antorchas.
- Me pregunto por que les caeré tan mal.
- Están celosas- dijo como i fuera lo más obvio.
- Que podrían envidiarme? – Me pregunté desconcertada.
- Aparte de que Mario te corteja…
- Eso no es verdad- dije molesta.
- Será que tú no le correspondes – dijo sin perder su buen humor. – Eres, después de Mario, hija de una de las familias más acaudaladas del lugar.
- No sabia que fuera así, la verdad nunca me he preocupado por el estatus social de mi familia..
- Me doy cuenta. – su voz resultaba muy agradable.- A eso – retomo el hilo de sus palabras – súmale la cantidad de jóvenes que esperan tener una pequeña oportunidad de tan solo poder bailar con tigo y tu no les dedicas ni una sola mirada. –Parecía realmente divertido.
-No me gusta bailar. – Se rió suavemente.
- Bueno, pero creo que Katherina y sus amigas tienes motivos de sobra para estar celosas.
Que chicos? – pregunte desconcertada. Que yo recuerde, ningún chico me invito a bailar. El bufo.
- Realmente no te diste cuenta? – Lo mire con la pregunta escrita en la cara. – En el baile de bienvenida todos te miraban, pero han sido criados con costumbres y modales que a veces los superan.
- A que te refieres?
- Para empezar, Tía Beatriz aun no terminaba de hablar.
- Espera – le ataje- Quien es Tía Beatriz? El suspiró.
- Lady Guiraldy. Ella también es mi tía y Mario es mi primo. Pero no se lleva bien con su hermano, mi padre. La educación le obliga a invitarme a este tipo de eventos.
- Y a ti no te agrada Lady Guiraldy?
- En realidad me trae si cuidado. – por su tono despreocupado supuse que decía la verdad. – Mario y yo crecimos juntos, pero siempre existió una gran rivalidad entre nosotros. – Lo mire expectante cuando dejo de hablar. – Te lo contare otro día, se hace tarde y así tendré una excusa para volver a hablarte. – Me dedico una sonrisa de lado que me dejo casi boquiabierta.
Al volver al salón recordé lo que había dicho antes.
- Dijiste que la mayoría de los chicos querían cortejarme
- Sí – Al parecer lo había sacado de sus pensamientos.
- Y como es que hasta ahora solo Usted y Mario me han hablado?
Se puso serio de inmediato.
- Luego de que tía Beatriz hablara, incluso antes de que terminara, Mario ya había empezado a caminar en tu dirección. Tal ves Mario no imponga demasiada presencia pero es el anfitrión. Ninguno de los de aquí se atrevería a disputarle una conquista en su propia casa.
- Lo dices como si fuera una presa. – dije contrariada.
- No fue mi intención ofenderte. Será mejor que regresemos por separado, no quisiera tener más problemas con mi primo.
Tomo uno de mis mechones y lo acomodo detrás de mi oreja. Un escalofrió me recorrió la espalda. Me gustó esa sensación. Luego, se fue.
- Valla – suspire.
- Que ocurre?
Me di vuelta con la mano en el pecho por el susto.
- Lo siento señorita, no quise asustarla – Algo en su cara me hizo pensar que no estaba tan arrepentida.
- No pasa nada Ame. Que haces aquí?
- Pensé que tal ves querría que la ayudara a deshacer el moño.
No había pensado en ello, la verdad me vendría la mar de bien su ayuda.
- Vamos – le sonreí.
De camino a la habitación la note demasiado callada. Amelia no era así; generalmente estaba cotorreando con todo lo que pasaba en el castillo. Cuando llegamos le dije:
- Ya suéltalo Amelia, que me estas poniendo nerviosa. – Me senté en la cama y ella se sentó en el suelo junto a mí.
- Hay señorita, era el joven Sebastián Balmont con quien estaba hablando?
- Quien? – la mire interrogativa
- El joven de cabello rojo fuego con el que hablaba.
- Ah. Supongo que era el – Había olvidado preguntarle el nombre, que descuidada.
- Tenga cuidado señorita – Su voz se había vuelto seria, algo raro en ella que siempre estaba feliz. – No se ponga entre dos espadas, que de algún modo podría terminar cortándose.
- De que hablas? – Su voz me espanto un poco. A que se refería con las espadas? Y que tenia que ver el chico pelirrojo?
- El señorito Mario no tiene en mucha estima al su primo. – Decía mientras me desarmaba el moño.- Aunque es menor, Sebastián siempre lo ha superado.
- En que cosas lo superaba?
- En todo señorita, en todo -. Me estaba poniendo el pijama cuando dijo algo pensativa.
- En todo menos en el cariño y simpatía de mi señora. Buenas noches señorita.
- Buenas noches Amelia.
Al salir apago la luz para que descansara.
Esa noche volví a soñar con el joven de la mascara. Estábamos bailando y cuando intente sacarle la mascara, esta vez no me desperté, me dijo:
- Aun no.
Su voz era suave, musical. Algo en ella me hizo creer que la conocía. Muy en el fondo de mi ser, la conocía. Pero de donde? Seguimos bailando.
Cuando desperté, me seguía preguntando de donde conocía esa voz.
Me levante tarde, generalmente era muy madrugadora.
- Buenos días señorita. Que bueno que ya despertó.
Amelia estaba sentada junto a la ventana con un librito en las manos.
- Sabes leer? – No pude evitar la sorpresa. Ella guardo lo guardo rápidamente en su delantal. No era común que la servidumbre supiera leer. No es que me desagradara ni nada, solo me había sorprendido.
- No, no señorita no es lo que piensa – Se veía realmente asustada.
- Tranquila, no me molesta – ella se relajo – Quien te enseño a leer? – Le pregunte mientras tomaba desayuno.
- EL joven Sebastián – dijo con una sonrisa.
- No te lo había preguntado antes Ame, pero, hace cuanto tiempo que trabajas aquí? – Una sonrisa melancólica cruzo s rostro.
- Mi madre trabajaba aquí, era la favorita de mi señora. Murió cuando tenía seis años.
- Lo siento Amelia, no debí preguntar.
- Está bien, no se preocupe señorita. Quiere que le siga contando? – Asentí rápidamente.
- Mi señora sintió compasión por mi y deicidio que no haría daño tomar algunas clases con los chicos.
- Mario tenía ocho años y Sebastián siete. Aprendí a leer junto con ellos. Éramos muy amigos – una sombra cruzo su cara. Supuse que se había acabado la parte alegre.
- Que ocurrió?
- Un día vinieron al castillo unas familias con sus hijos. Teníamos trece, catorce y quince en ese entonces. Una de las niñas les pregunto mientras jugábamos a que familia pertenecía. Obviamente le dijimos que era hija de una sirvienta que había muerto. AL principio no entendimos el por que de su distanciamiento – Se había ensimismado tanto que parecía estar hablando consigo misma. – Supongo que ahora es bastante obvio. Más tarde mi señora me mando llamar. Dijo que ya era tiempo de que ocupara mi verdadero lugar en el castillo junto a las demás sirvientas y que dejara tranquilo a su sobrino favorito.
- Resultó ser que las niñas les dijeron a sus padres que yo jugaba con ellas como si fuera su igual. Eso los molestó muchísimo y le demostraron de muy malas formas a mi señora su total desacuerdo.
Estoy segura de que mi rostro dejaba bastante claro el disgusto que sentía y lo muy en desacuerdo que estaba con lo ocurrido pues Amelia me sonrió con indulgencia.
- Es lo más natural, señorita y siempre he sabido el lugar que me corresponde.
- Y no te volvieron a hablar?
- Sí, el joven Sebastián siempre ha sido mi mejor amigo aunque nuestra amistad siempre ha tenido que estar solapada. Lamentablemente, unos años después, Sebastián se fue y Mario estaba muy ocupado con sus clases como para prestarle atención a una criada. Aunque siempre ha sido muy amable con migo. – Me dedico una mirada de evaluación
- Ya quiere vestirse? – Asentí con la cabeza mientras me llevaba a la boca el último dulce de mi desayuno.
Amelia se llevo la bandeja mientras yo me vestía. Me asomé por la ventana cuando estuve lista. Alo lejos, divise una cabellera rojiza aunque claro está, no podía saber si era Mario o Sebastián. Que pena me daba pensar en lo que me dijo Amelia. La verdad yo nunca tuve muchos amigos y me dolía mucho que dejaran de hablarme. Decidí averiguar de quien se trataba, sin embargo bien podría ser el reflejo del sol sobre las hojas.
Rápidamente garabatee unas palabras para que Amelia las encontrara.

Ame: fui a los jardines, búscame ahí. Amara.

Tome un sujetador en forma de hoja para poder sujetar mi caótico cabello. Creo que estoy obsesionada con los árboles. Me reí para mis adentros.
No me costó trabajo encontrar la salida a los jardines, ya lo había memorizado.
Fui al lugar en el que había visto la cabellera roja. Me detuve en seco al llegar al lugar. Y si era Mario y no Sebastián? Correría. Después de lo que me había dicho la noche anterior no tenia ninguna gana de verlo.
Pase por unos cuantos árboles antes de dar con él. Ahí estaba. Sentado al pie de un árbol Sebastián leía tranquilamente.
Pero que guapo era. Sacudí la cabeza para alejar esos pensamientos de mi.
- Hola – le dije cuando estuve más cerca.
Levanto la mirada y con una sonrisa se levantó para saludarme.
- Buenos días Amara, me alegra verte – su voz era como el murmullo del viento sobre las hojas; simplemente hermoso. – Como me encontraste? – Hizo un ademán para que nos sentáramos, me sonroje un poco.
- Te vi por la ventana de mi cuarto.
- Pero bien podría haber sido Mario y no yo.
- Tenia que arriesgarme. – mi rostro adquirió un tono muy parecido al de Mario. Sacudí la cabeza internamente, no quería recordar todos los incidentes referentes a el. – Seguirás contándome de ti?
- Que quieres saber de mi? – Ladeo la cabeza en señal de duda.
- Pues – dude – podrías contarme sobre la rivalidad entre Mario y tu. Por cierto Sebastián – le reproche – ayer no te presentaste.
- Y como sabes mi nombre entonces? – Oops, pensé en mi fuero interno.
- Me lo dijeron. Y tu como sabes el mío?
- Me lo dijeron. – su sonrisa era burlona. – Quieres que te cuente, o no?
- Si, por favor cuéntame. Suspiro.
- Mi tía siempre ha querido más a Mario. Yo intentaba complacerla en todo lo que podía para tener su favor. Mario nunca ha sido muy bueno para los deportes i para las artes, pero yo si. Bueno – dijo meditando un segundo – Tal ves se destaque un poco en música, pero no mucho. – Se encogió de hombros. El intentaba superarme sin éxito en esas cosas. Y yo sin éxito intentaba no superarlo siquiera igualarlo en el cariño de mi Tía.
- Pero eso no me parece que sea suficiente como para causar tanta discordia entre primos. – Dije haciendo mis propias conjeturas.
- No, claro que no es motivo suficiente. Esas cosas eran solo envidias de niños. No, no era eso. Lo que realmente provoco esto fue otra cosa – su rostro se volvió sombrío. – Pero yo no lo odio, es mi primo. Tal vez no simpaticemos mucho pero no lo odio. Es el quien me odia.
- Si no quieres, no tienes que contármelo – le susurre. El sonrió con pesar.
- Te lo contare, así tendrás cuidado. No me interrumpas – dijo poniendo un dedo sobre mis labios. Me quede con la replica en la garganta. – Hace cuatro años, en un paseo junto al mar, conocimos a otra familia. Ellos tenían una hija muy bonita, lo reconozco. Pero Mario no creia que era solo bonita. Estaba totalmente enamorado de ella. Se llamaba Stephanie. Me pidió, más bien me rogó que lo ayudara a cortejarla. Era su paloma mensajera. Él le enviaba regalos y yo se los entregaba diciendo que eran de su parte. Un día, luego de semanas de cortejo, por fin se atrevió a hablarle. Pero ella lo rechazo de buena forma diciéndole que era muy halagador pero que no podía corresponderle porque le gustaba otro chico.
- Tú – dije sin poder evitarlo. Quien podría resistirse a sus encantos?
- Sí, pero yo no la correspondía. Mario me culpo y me acuso de traidor. Quise arreglar las cosas, explicarle que yo no había hecho nada. Incluso le dije a Stephanie que yo no la correspondía pero mi primo sí. No funcionó – su voz se había vuelto un susurro. Se había cubierto el rostro con una mano, tuve que acercarme más para poder oírlo.
- Mario no me perdonó. Después de eso, decidí que era mejor volver con mi familia. No nos volvimos a ver sino hasta hace unos días.
Al sacar mano de su rostro, nuestras miradas se encontraron demasiado cerca.
- Tienes unos ojos preciosos -.Me sonroje y me alejé de su rostro rápidamente aunque no sin cierto esfuerzo. Era como intentar apartar la mirada de un ángel. – Es como mirar un bosque.
- Señorita! Señorita Amara! – escuche como Amelia me llamaba a los gritos.
Nos levantamos rápidamente. Me asome por entre los arbustos.
- Ame, Ame estoy aquí – le susurre para que solo ella me viera. Se acerco pero al ver a Sebastián se quedó de piedra.
- Tranquila Ame – dijo Sebastián – No pasa nada si me saludas. Como en los viejos tiempos.
Ella se acercó vacilante. Cuando estuvieron a medio metro de distancia, Amelia lo abrazo. Y Sebastián le correspondió. Odio admitirlo pero ese abrazo me molestó.
- Siento haber tardado, pequeña.
Me sentía algo desconcertada. Carraspee para llamar su atención.
-El señorito fue como un hermano para mi.
Eso explica la cercanía. Sonreí relajada. Eso es malo, me reprendí.
- Cuantos años tienes? Se que la pregunta no tenía lugar en estos momentos pero me asalto la curiosidad.
Sebastián se separó de Amelia y soltó una carcajada. Lo mire ceñuda.
- Lo siento Amara – dijo intentando reprimir la risa- Yo tengo veinte y Amelia tiene diecinueve.
-Valla, creí que eras más pequeña que yo – dije con las mejillas encendidas. Hasta ahora, creía que Amelia era una niña. Ella se encogió de hombro.
- Pues tu tampoco aparentas dieciocho, Amara.
Me puse a pensar.
- Como sabes tanto de mi? – Mire ceñuda a Amelia creyendo que ella se había ido de la lengua.
- No la mires así. Ya te había dicho yo que te estuve observando.
Bueno, no tenía derecho a enfadarme, pues yo también había averiguado a espaldas de él. En todo caso, no estaba ni siquiera molesta. Aun así me hice la ofendida.
- Te has enfadado? – Dijo acercándose.
- Vamos, Ame – ella se vino de inmediato con migo.
Cuando estábamos ya lejos de Sebastián, Amelia me pregunto:
- Se ha molestado, señorita?
- No – dije con una risita – pero me ha parecido divertido. Ella se rió también.
- Señorita, no quisiera ser entrometida – dijo; su vos ahora era seria – pero por favor tenga cuidado.
- Cuidado con que? No entendía a que se refería.
- Señorita – su vos ahora era ligeramente exasperada – Ya es bastante malo que la cortejen dos jóvenes. Y que sean primos rivales podría resultar peligroso.
- Ame – dije en tono conciliador – después de todas las negativas que le he dado a Mario, dudo que quiera insistir.
- Y el joven Sebastián que?
Me reí.
- El no me corteja, Amelia.
-Hay, señorita – dijo exasperada – tiene mucho que aprender. El señorito Sebastián la corteja desde antes de que se hablaran.
La mire extrañada. Desde antes de que habláramos?
- No soy tonta – dijo ofendida – Vi con mis propios ojos como se lo comía con la mirada en las fiestas y en los jardines. Nosotras las sirvientas estamos acostumbradas a pasar desapercibidas para los señores.
Lamentablemente no tuve tiempo de discutirle algo que de todas formas era discutible.
- Hay no – gemí. Las cotorras caminaban con sus aires de superioridad y se dirigían justo a donde nosotras nos encontrábamos.
- Hay no – coincidió mi amiga.
- Y si nos echamos a correr?
- No le deje ver que le teme, sea fuerte señorita.
Ya. No es que les temería, solo quería evitar otro mal rato con ellas. Al menos Amelia estaba con migo y por su tono de voz, a ella tampoco le simpatizaba.
- Últimamente la gentuza a invadido los pocos lugares decentes que quedaban por aquí – dijo la misma rubia que lanzo mi libro a la fuente le otro día a modo de saludo. Suerte que no traía ningún libro conmigo. Nos observo de pies a cabeza. Sus amigas la corearon con sus estridentes risas.
- Katerina, cariño, que gusto me da verte. Así que ese era su nombre.
Sebastián había aparecido de la nada al lado de ella.
- Lastima que no pueda decir lo mismo, Sebastián -. Acaso siempre era tan desagradable?
-Y dime – dijo como si no hubiera escuchado lo ultimo – has visto a mi hermano John? Su voz era calculadora. Al principio no lo entendí, pero cuando vi la reacción de Katerina lo entendí.
- E-el esta aquí? –tartamudeo. Parecía a punto de desmayarse.
- No. Pero podría. Solo vasta que envié una carta y estará aquí mañana en la noche, así que – dijo susurrándole en el oído – pórtate bien.
Pasó de ella y al pasar a mi lado me dijo vehemente en una baja voz:
- Vamos.
Así los tres nos fuimos casi corriendo.
Al legar al castillo me di cuenta de que Sebastián ya no estaba con nosotras. No le di importancia, seguramente no querría tener problemas con su primo.
- Que hambre – Estas experiencias casi de muerte me dejaban agotada.
- Quiere comer señorita?
- Sí – dije algo avergonzada cuando mi estomago gruño.
- Le importa que comamos en las cocinas? Será más rápido.
- Claro –no me importaba comer en las cocinas. En casa, eran contadas las ocasiones en que cenábamos en el comedor.
Nos dirigimos a las cocinas. Pasamos por varios corredores y bajamos algunas escaleras antes de llegar. El lugar estaba impregnado de olores: carnes, aliños, verduras, condimentos.
- Espero que no le moleste el desorden – dijo Amelia avergonzada.
- No te preocupes, pero no te retaran? –pregunte mientras observaba las cacerolas colgadas de las paredes y a las sirvientas cocinar.
- Cielo, llegaste justo para comer. Quien es la visita?
Un atractivo joven de cabello color miel se acerco a nosotras. Más de cerca, pude apreciar lo alto y musculoso que era.
- Es la señorita Amara. Señorita, el es Ángel: mi esposo.
- Estas casada?
Sí, la pregunta era estúpida teniendo en cuenta que me lo acababa de decir. Aun así no dejaba de sorprenderme.
Ellos rieron con suavidad.
- Hace casi un año – dijo Ángel con voz suave.
- Por qué le sorprende tanto señorita? Hay parejas que se casan incluso más jóvenes que usted – dijo Amelia desde los brazos de su esposo.
Recompuse mi expresión. Ella tenía razón, creo que me he puesto algo ingenua.
Nos sentamos en una mesa alargada en la que nos acompañaron otros sirvientes más.
-Así que, usted es la señorita Amara – dijo Ángel con una expresión que no pude descifrar.
- Me conoces de alguna parte?
- No – dijo mientras bebía jugo de un baso de madera – Pero en el castillo hablan mucho de usted.
Me puse blanca, un gran cambio a mi habitual sonrojo.
- Que dicen de mi? –pregunte llena de pánico.
- Que es la mujer más testaruda del castillo.
Ahora sí me puse roja.
- Que?
- No se asuste señorita. Solo dicen eso por que usted no le hace caso al joven Mario. – dijo Amelia tranquilizándome.
-Solo por eso? – ahora que estaba más tranquila, me parecía una soberana tontería que hablaran de mi solo por no aceptar ser cortejada.
- Usted no entiende, señorita, – la voz de Ángel era mesurada. – el halago que supondría para cualquier doncella que el joven Mario se fijara en ella. Ninguna joven en su sano juicio le rechazaría?
Esto no me gustaba nada.
- Ahora resulta que mi juicio no anda bien- dije en un suspiro.
- No se sienta mal, señorita. – dijo mi amiga para calmarme.
Seguimos disfrutando de la comida pero ahora el tema versaba sobre temas más triviales. La comida estuvo estupenda. Ángel resulto ser una persona muy carismática teniendo en cuenta el aura de seriedad que lo envolvía. Entre Amelia y su esposo parecía haber una especie de conexión; se miraban con una pasión y un anhelo… Su relación era hermosa.
Así pasaron los días. Ahora comía siempre en las cocinas con mis nuevos amigos. Solía ver a Sebastián por los jardines, en las terrazas o en cualquier lugar en el que me encontrara, él estaba por ahi en la distancia.. Era increíble el efecto que su sola presencia me causaba. Cada vez que le miraba un escalofrió recorría mi espalda y de las pocas veces en que nos tocamos, una especie de descarga eléctrica recorría mi cuerpo. Una sensación un muy agradable.
Me habría encantado poder pasear con el por los jardines pero el, al igual que Amelia y Ángel, creían que podría ser peligroso que nos vieran juntos. Así que al final, en lugar de pasear de día, terminamos paseando de noche, lo cual resultaba aun más agradable. No volví a soñar con mi enmascarado.
En nuestros paseos nocturnos, Sebastián me contó más sobre su familia.
Su padre, Carlisle, era un medico reconocido y una gran persona. Su madre Emily era la mujer más encantadora y maternal que jamás hubiera imaginado. Y por ultimo estaba John, su hermano. A el aun no lo conocía pero pronto lo vería. Katerina, la rubia chillona, estaba enamorada de él, pero John amaba más a sus caballos que a las mujeres. Eso me causo mucha risa.
Llego el día de celebrar otra de las fiestas y esta sí era de mascaras por lo que asistí alegre y con ganas de participar en lugar de ir resignada y rechazar los bailes.
En la fiesta dejé a un lado mi timidez y baile con todos los jóvenes que me lo pidieron. Lo de las mascaras era estupendo pues nadie me reconocía.
El joven Mario era inconfundible aun con una mascara cubriéndole el rostro. Su cabello resaltaba más que ninguno. Sebastián me observaba camuflado entre los bailarines; no necesitaba verlo para sentirlo. Cuando bailamos, me sentí como en las nubes.
Luego del baile estaba tan cansada que me quede dormida en cuanto apoyé la cabeza en la mullida almohada. Esa noche volví a soñar con el joven de la mascara.
- Ya no intentaras quitarme la mascara? Dijo el enmascarado mientras bailábamos. Me dedicó una calida sonrisa.
- No, esperare a que tu quieras mostrarme tu identidad – dije resignada.
Nos miramos a los ojos. Esos ojos me resultaban demasiado familiares. Me sonrió y seguimos bailando, disfrutando nuestro mundo.



Ya que no me podía acercar a Sebastián de día, nos mandábamos mensajes que Ángel y Amelia nos entregaban para poder vernos a escondidas. Amelia se había vuelto mi mejor amiga y confidente. Solíamos ir a la biblioteca y leer juntas en algún lugar apartado.
Luego del éxito que tuvo la mascarada, todas las fiestas que le siguieron fueron de mascaras.
En todas ellas, Sebastián me sacaba a bailar y nos quedábamos juntos toda la noche. Cuando nos cruzábamos en los pasillos o jardines, nos mirábamos mutuamente de forma significativa.
- Esta enamorada, señorita – me dijo Amelia un día mientras observaba por la ventana.
- Sí, estoy enamorada.
Y como no estarlo? Sebastián era maravilloso. Sabía muchas cosas y era un gran músico. Era entretenido, me hacía reír, era el compañero ideal. Obviando todas las destrezas físicas y artísticas y lo guapo que era, sentía que entre nosotros existía una conexión. No como la que tenían Ángel y Amelia pero si algo que me unía, me atraía a él.
- Me encontraba recostada en la cama con las manos en el vientre.
- No se preocupe – dijo con una risita – las mariposas se pasaran en un tiempo.
- Y si no le gusto? – una angustia acuciante me invadió. Una cosa era que yo estuviera enamorada de el y otra totalmente distinta era que él me correspondiera. Amelia vio el sufrimiento de mis ojos.
- Señorita, es obvio que usted le gusta.
- Pero y si no es así. Y si solo me ve como una amiga?
- Pues – dudo por un segundo, suficiente para estremecerme – no lo sabrá a menos que le pregunte.
La duda m invadió. Sí bailábamos en todas las fiestas, nos enviábamos mensajes y nos encontrábamos de noche. Pero eso no significaba nada, bien podría ser solo una forma de no meterse en problemas con su primo. No me podía permitir arraigar la idea de que el me correspondía. No aun. Si resultaba que después de todo solo me veía como una amiga, el dolor seria devastador. Si me rechazaba, esperaba poder tener la fuerza suficiente como para que no viera el dolor que me causaba.
Los días siguientes fueron iguales. Nos encontrábamos en los jardines de noche, en los pasillos durante el día o en las cocinas a las horas de comer. Lamentablemente él noto mi estado de ánimos callado y cabizbajo. No podía evitarlo.
No dejaba de darle vueltas al asunto. Y si le confesaba mis sentimientos? Pero y si él no me correspondía? Eso me destrozaría. Al pensar en eso, mi estado de ánimos empeoraba. Solo me faltaba echarme a llorar.
- Que te ocurre? – sus ojos expresaban todo el dolor que le causaba verme en ese estado. Yo le había preocupado, me odiaba por eso. Su hermoso rostro se veía muy triste. – Estas muy callada últimamente.
- Solo estoy cansada – mentí descaradamente – Tal vez debería entrarme – De todas formas ya era muy tarde.
Estaba por darme la vuelta cuando sin previo aviso me atrajo hacia él estrechándome entre sus brazos.
- Dime que te ocurre – su voz se teñía de dolor y desesperación – por favor.
Me invadió una oleada de dolor y tristeza. Le abrace con fuerza intentado recordar el calor de sus brazos y el dulce aroma de su cuerpo.
Sentí como posaba su mejilla contra mi cabeza.
- Por que me haces esto?
- Por que me haces esto?
Hablamos a la vez.
Me levantó el rostro y con su mano limpia de mi mejilla una lagrima rebelde.
- Vamos pequeña, te llevare a tu cuarto -.
Me tomo la mano y la puso sobre su mejilla.
- Hueles delicioso – susurro – Como a flores pero más dulce.
Me sonroje, no solo por sus actos, también por sus palabras.
Llegamos a mi cuarto, me voltee para despedirme pero al ver su angelical rostro, mi despedida se quedo pegada en la garganta. Luego, alzo la mano indeciso y me acaricio la mejilla.
- Eres hermosa -. Luego se fue.
Me costó bastante llegar a la cama pues la cabeza me daba vueltas como loca.
Esa noche soñé con el joven de la mascara.
Luego de bailar lo que a mi me parecieron horas – aunque no podía estar segura, después de todo era un sueño – subimos unas escaleras.
- Vamos – decía. Su voz era apremiante.
- Pero a donde vamos?
Seguíamos subiendo más y más escaleras. Llegamos a un pasillo. El joven de la mascara me tomó de la cintura y me hizo girar. Girábamos y reíamos. Que importaba a donde fuéramos? Podríamos haber ido al infierno que lo habría seguido. Una fuerza magnética me atraía hacia el.
De pronto, dejamos de girar y me acorralo contra la pared. Se acercó lentamente a mí y con nuestros labios casi juntos susurro:
- Por que me haces esto?
Abrí mucho los ojos. Tuve que pestañear varias veces para acostumbrarme a la luz. Me había despertado.
- quien será ese chico? – me pregunte en voz alta.
- Que chico?
Me sobresalte. Amelia había entrado con mi desayuno.
- U – un chico con el que he estado soñando desde que llegue. No tenías que traérmelo –le dije cuando deposito una bandeja llena de comida sobre la cama. Ella sonrió.
– Sebastián me dijo que anoche no se encontraba bien. Está enferma? – dijo observándome detenidamente.
- sí, estoy enamorada – dije desplomándome.
Ella se rió. –Sí, el amor suele considerarse como una enfermedad.
Me erguí para poder comerme el desayuno.
- Ya le preguntó al señorito?
- No, no pude – susurre – El solo me ve como una amiga.
- No esté triste señorita, estoy segura de que él siente lo mismo por usted.
- Y por que no me lo dice entonces? – refunfuñe.
- Y usted se lo ha dicho?
Abri la boca para protestar pero la cerré de inmediato. Era cierto. Si yo no tenía el coraje para decirle mis sentimientos, no podía molestarme el que él tampoco lo hiciera.
- Tal vez espera que usted se de cuenta. Yo creo, si usted me lo permite decir – asentí – yo creo que la respuesta está más cerca de lo que usted cree. Busque en sus sueños – dijo Amelia en un susurro.
En mis sueños. La respuesta está en mis sueños.
Amelia salio de mi cuarto llevándose la bandeja del desayuno.
Mis sueños. Si tan solo supiera quien es el joven de la mascara… Eso es!
Le preguntare. No sería la primera vez que habláramos. Eso haré!
Salí a los jardines con los nervios a flor de piel. Como no se me había ocurrido antes? Había intentado quitarle la mascara pero nunca se me ocurrió preguntarle su nombre.
Iba tan concentrada en mis pensamientos que me sorprendió encontrarme a Sebastián.
- Hola Amara.
- Hola – mi voz destilaba sorpresa. Él me guiño un ojo.
- Te presento a mi hermano John – dijo señalando al hombretón que tenía al lado – John, ella es Amara. Nos hicimos una reverencia.
el rostro infantil de John contrastaba notablemente con su cuerpo. Era enorme. Tenía el cabello negro rizado.
- Buena elección muchacho – dijo dándole una palmada en la espalda a Sebastián. – Pero yo prefiero a Catalina.
- Quien es Catalina? – pregunte sin poder evitarlo.
- Su yegua favorita – respondió Sebastián.
Nos miramos un momento y luego rompimos a reír.
- Vamos amara – aun reíamos – Ten cuidado hermano, Katerina te estará esperando -. Su voz era burlona. John se puso rojo hasta las orejas.
- que simpático es tu hermano – dije cuando nos alejamos. – Pero no se parecen en nada – razone.
- Mi padre tiene el cabello rojo y mi madre marrón – dijo encogiéndose de hombros.
- Pero él tiene el cabello negro y es mucho más grande y alto que tú – y eso que Sebastián ya era bastante alto.
- Siempre supe que era adoptado – dijo como si se lo hubieran confirmado. Le fruncí el ceño.
- era broma! John se parece a mi abuelo materno. Solo eso. – dijo apaciguándome.
- Te vez hermosa cuando te ríes – me dedico una sonrisa torcida. Me sonroje.
- Por que dices esas cosas?
- Porque es la verdad -. Parecía sorprendido por mi pregunta. Saco una flor del jardín y la puso en mi cabello. Me sonrió. – Vamos.
Estuvimos paseando por los jardines hasta tarde. Nos topamos de vez en cuando con miradas curiosas.
- Por que nos miran así?
- La caprichosa Amara Sardou prefiere crear discordia entre dos primos rivales que aceptar al joven Mario. Quien podría fijarse en otra persona teniendo a Mario en frente? Solo tú -. Me sonrió y mis mejillas se sonrojaron.
- Entonces creen que tu me cortejas…- La idea me agradaba.
- Pero recuerda que tu solo me aceptas por molestar a Mario. Su comentario me entristeció y no pude evitar aclarar le el tema.
- Yo no estoy contigo por molestar a Mario – mi voz se quebraba y me sentía a punto de llorar – El no me gusta, nunca me a gustado. No me gusta, me gustas tu – dije en un hilo de voz. Al darme cuenta de lo que había dicho, me tape la boca y salí corriendo.
Esto no me podía estar pasando. Como le había dicho eso? Definitivamente no era la mejor forma de confesar los sentimientos.
El no me detuvo. No hizo nada para detenerme.
Cuando llegue a mi cuarto me arroje en mi cama y me tape con los cojines.
- El no me detuvo. Entonces él no siento lo mismo por mi, por eso no me detuvo.
Me puse a llorar como nunca antes lo había hecho. El no me detuvo. Con este pensamiento me quedé dormida.
Soñé con el joven de la mascara. Todo el entusiasmo de la mañana por saber quien era se había desvanecido. Nos encontrábamos en el pasillo de la otra noche.
El estaba sonriente y se veía casi ansioso. Todo lo contrario a como yo estaba.
- Por que estás tan triste? –me pregunto.
- Y tu por que estas tan contento?
Me invito a sentarme en el suelo junto a el.
- Cuéntame – dijo con voz suave. Respire hondo.
- Esta tarde le confesé mis sentimientos al joven que me gusta.
- Y no deberías estar contenta?
- El no siente lo mismo que yo – dije mirándole los ojos, luego los pose sobre el suelo.
No dijimos nada por un momento.
- Ahora cuéntame, por que estas tan feliz? – Sonrió ampliamente.
- La mujer a la que amo, me dijo que yo le gustaba. – su voz era tan alegre…
- Felicidades – dije sin ganas.
- Una pregunta – le mire – El te dijo que no te correspondía? Titubeé.
- No, Salí corriendo luego de decírselo. Aun con la mascara puesta pude apreciar como habría los ojos por la sorpresa.
- Amara…- susurro.
Me desperté de golpe. Que había sido eso? Como sabía mi nombre?
Me puse rápidamente una bata y me fui a los jardines. Era de noche. Necesitaba sacarme esta sensación tan extraña del cuerpo. Sentía que me ahogaba, pero que era? Felicidad? Sorpresa?
Como sabía mi nombre? – volví a preguntarme. Su voz me era tan familiar, tan conocida, tan cercana. Alcé la mirada.
- Que cielo tan hermoso - susurre.
- lo se.
Di un salto. Sebastián estaba detrás de mí. Llevaba, al igual que yo, parte del pijama. El suyo consistía en una camisa de manga larga holgadísima y unos pantalones ajustados color marrón.. Como podía ser tan atractivo?
Lamentablemente recordé lo que le había dicho. Intente salir corriendo pero el me detuvo.
- Por que tienes que salir corriendo? Me reprocho. Me sujetaba por el brazo pero estaba de espaldas a el.
- Por que no me miras? – dijo más suave. Dejé de forcejear pero no me di vuelta.
- Para que quieres que te mire? – mi voz temblaba.
- Mírame -.Su voz era firme pero dulce a la vez. Me volteé lentamente. Cuando pose mis ojos en los suyos mi corazón palpitó desbocado.
No me enteré de nada hasta que me di cuanta de que estaba sentada en una banca y Sebastián me acunaba contra su pecho.
- Estas mejor? – estaba preocupado. Gemí. El se asustó.
- soy una debilucha – dije algo mareada aun y sonrojada or la forma ñeque me abrazaba.
- Eres encantadora cuando te sonrojas.
Más roja no podía estar. Me limité a desviar la mirada.
- Amara, te das cuenta de que hemos estado soñando el uno con el otro desde que llegamos? – Le mire extrañada.
- Yo no he soñado con tigo. – me sonrió de forma cancina.
- Has estado soñando con un baile de mascaras, bailas siempre con el mismo joven enmascarado – empezó a recitar – Has intentado quitarle la mascara… Quieres que siga?
No podía hablar, estaba demasiado sorprendida.
- Si quieres te relato lo que hablamos – dudo un segundo – hace un rato.
Le observe detenidamente.
Esos ojos. Esos labios. Ese mentón. Le acaricie el rostro; era suave.
- Eras tú… - susurre – todo este tiempo fuiste tú.
- Sí y no lo supe hasta hoy.
- Pero como es posible?
- No lo se – dijo con sinceridad.
- Por eso me eras tan familiar – recordé como sentía que ya había visto esos ojos y que ya había escuchado esa voz. Nos miramos con intensidad. Yo seguí en sus brazos.
- Te das cuanta de que todo este tiempo he amado a la chica de la mascara y resulta que eras tú? – dijo rompiendo el silencio. Su voz era de emoción. Pero no podía estar segura de ello.
- Eso es malo? – pregunté con temor.
- Claro que no! – su expresión era de la más pura alegría. Mi corazón palpito alocado. Me sentía hinchada por la esperanza de que Sebastián finalmente me correspondiera. – No lo entiendes? Te amo! Eres la mujer de mis sueños y de mi vida – dijo divertido.
- Que literal – dije sonriendo.
- Entonces –
- Entonces que? –pregunté cuando no dijo nada más.
- Te casarías con migo? – Lo mire estupefacta.
- Que? Tartamudeé
- Amara – dijo lentamente – Te casarías con migo? – Su mirada era tan sensual y seria que me sentía abrumada.
Si alguna vez tuve dudas respecto a lo que Sebastián sentía por mí, ahora estaban totalmente disipadas.
- Sí, claro que quiero casarme con tigo.
Nos abrazamos con fuerza. Era distintazo a la vez anterior cuando el cria que estaba enferma. Ahora había amor y pasión.
Pero lamentablemente, la felicidad que sentía en ese momento se opaco por un pensamiento sombrío.
- que pasara cuando se enteren de nuestro compromiso? –susurre.
- Mientras no se enteren no hay de que preocuparse. – lo abrace.
- No quiero que me alejen de ti -. Tan feliz que me sentía y ahora todo podía desaparecer en un abrir y cerrar de ojos.
- No lo harán – sentenció firme.
Ya empezaba a clarear.
- Será mejor que entremos, no querrás que te vean en enaguas.
Me ruborice e intente cubrirme con la bata.
- No sientas vergüenza estando conmigo – me pidió en un susurro – No tienes de que avergonzarte -. Me besó la frente.
- Te veré más tarde? – le pregunté cuando llegamos a mi habitación.
- Siempre que quieras.
- Te querré siempre – le avisé. Sostuvo mi rostro con delicadeza. Acercó nuestros rostros y cuando hubo acortado toda la distancia que separaba nuestros labios me besó.
Para ser sincera, nunca había besado a alguien. Pero no me sentí como una principiante es más, aferre mis manos a su cabeza y lo apreté más contra mí. Tenía un sabor muy dulce. Jamás había probado algo tan exquisito.
Un gritito ahogado nos hizo acordarnos de donde nos encontrábamos. Nos separamos rápidamente y volteamos para ver quien nos había interrumpido. Me fastidiaba tener que separarme del dueño de esos labios.
Amelia caminaba hacia nosotros.
- Señorito, señorita – dijo haciendo la reverencia correspondiente. Me tomo del brazo y me jaló para que entrara en la habitación. Me despedí con la mirada de mi amante. Amelia cerro la puerta y le puso llave.
- que haces? –le pregunté extrañada y molesta por haberte apartado del lado de Sebastián.
- Quería contarle algo pero creo que está demasiado ocupada – dijo haciéndose la ofendida.
- OH Amelia, si supieras. Pero no – dije. Ella era mi amiga, lego podría contarle lo ocurrido aquella noche. – Cuéntame que después me tocará a mi.
- Estoy en cinta – dijo. Su voz desbordaba alegría y felicidad.
- Felicidades Ame. Que alegría -. Si que era una buena noticia. Que hermoso sería tener un bebé.
- Gracias señorita – Nos abrazamos un momento.
- Cuanto tiempo tiene?
- Tres meses.
No entramos en detalles a cerca de la concepción del bebé.
- Ahora Señorita Amara – dijo cuando me terminé el desayuno que ella muy amablemente se ofreció a traerme – ya está claro lo que siente el joven Sebastián por usted? Me sonrojé.
Asentí con una sonrisa.
- Pues cuénteme! – me urgió mi amiga.
Le conté todo lo ocurrido desde mi llegada. La sensación de que me observaba, los sueños… Sobre todo los sueños.
- Que romántico – suspiró cuando termine de contarle.
- Sí, es muy romántico y...mágico.
- Y cuando se comprometerán?
No lo había pensado.
- Pues, la verdad es que Sebastián ya me pidió matrimonio, pero si a lo que te refieres es a una petición formal con nuestro padres y todo eso… No lo se. Debemos esperar hasta después del cumpleaños del joven Guiraldy.
- Quizás sea lo más prudente.
- El joven Guiraldy ya escogió a su futura esposa? -. No es que me importara demasiado, solo sentía curiosidad.
- Dicen que sí, pero nadie sabe a quien escogió.
- como se tomara la noticia de mi compromiso? – pensé en voz alta.
- No lo se señorita pero el joven Guiraldy estuvo muy iracundo con los comentarios de su supuesta relación con Sebastián, que por cierto, ahora son ciertos -. Nos reímos felices por las noticias buenas. Pero aún con toda la alegría por el embarazo de mi amiga y mi compromiso con Sebastián, un sentimiento de inquietud me invadió.
- Ame.
- Sí señorita?
- Crees que Sebastián pueda venir a mi habitación esta noche, solo un momento?
- Sí, no creo que haya problema si es de noche, así no lo verán -. Dijo pensativa.
Tomé rápidamente un papel de mi mesa ratona y escribí: Nos vemos esta noche. Lo doble y se lo encargue a Amelia.
- porfis – dije poniendo caritas.
- Claro – dijo con una sonrisa cómplice.

Aun faltaban unas horas para el almuerzo por lo que me vestí sin prisa y me fui a pasear por los jardines.
- Son tan bonitos – me dije a mi misma mirando a mi alrededor.
- No tanto como tú -. Un escalofrío me recorrió. Sebastián depositó un fugaz beso en mi cuello. –Así que nos vemos esta noche? – susurro aun muy cerca mío. Me sonrojé. Que tienes preparado? Me sonrojé aun más.
- En realidad solo quería que habláramos -. Me miró desconcertado.
- Pues hablemos.
Nos sentamos en una banca más apartada de la vista de los demás. Me besó en la frente.
- De que querías hablar?
- Es que…me preocupa la reacción que podría tener Mario en vista de nuestro compromiso – dije lentamente. Él se puso serio, muy serio.
- Supongo que no le agradará saberlo. Tendremos que hacerlo formal ahora -. Di un respingo.
- ahora? Pero como? Extrajo algo de su bolsillo. Una bolsita de terciopelo negro. De ella extrajo unas peinetitas para el cabello. – Peinetitas de compromiso? – Le pregunte dulcemente. Eran muy bonitas y tenían la forma de una hoja con nervadura y todo.
- Es menos obvio que un anillo, pero no te preocupes que cuando salgamos de aquí te comprare uno.
- eso no será necesario – dije mientras sacaba de mi vestido un hilo y lo anudaba en su dedo luego saque otro he hice lo mismo en mi mano. – Señora Sardou de Balmont. No suena tan mal.
- Me encantas – dijo de pronto – te lo había dicho? – pregunto de forma sensual.
- no – dije sonrosada.
- No? –dijo fingiendo sorpresa – pues, nunca es tarde. Me encantas – susurro en mi oído. Me giré levemente y mis labios se encontraron tímidamente con los suyos. Mi corazón latía enloquecido por ese roce furtivo. Me separe de él roja como un tomate.
- Que pasa? Hice algo malo? – preguntó compungido.
- No, no es eso – la vergüenza se podía apreciar en mi voz – Es solo que nunca había besado a un chico…Y, bueno, seguramente tu has estado con otras antes y yo no se si pueda hacerlo bien y… - dije atropelladamente. Él me calló con un beso.
- Mi amor – dijo dulcemente – no temas hacer algo nuevo y aunque no lo creas esto es casi tan nuevo para mí como para ti.
Tan nuevo para el como para mi?
- Entonces…-no termine la frase.
- No, no había tenido una relación antes de ti. La verdad, con los estudios no tenía mucho tiempo para esas cosas -. Me miró fijamente. – Sientes como mariposas en el estomago? Asentí con la cabeza. – Eso es bueno, significa que ambos estamos enamorados.
- Sí – respondí – estoy enamorada de ti. Volvió a besarme, esta ves avisándome con la mirada. Intente relajarme y esta ves si pude disfrutarlo más, aunque igualmente me separé de él. Me miró sin entender.
- Alguien podría vernos – le susurre. Me sonrió.
- Te amo Amara mía.
- Yo también te amo, joven de la mascara.
Volvimos a besarnos. Tenía unos labios tan suaves. Tuvimos que separarnos para poder respirar.
- Creo que aun no me acostumbro – dije con las manos en la cara.
- La práctica hace al maestro.
Me reí ante su ocurrencia.
- por cierto, que usaras pasado mañana?
- Eh?
- En el cumpleaños de mi primo.
- OH, no lo se. No lo había pensado -. Tenía cosas más importantes en las que pensar.
- Te molestaría que te regalara un vestido, para que combinemos?
Lo pensé durante un momento.
- Solo por esta ves.
Ya era la hora del almuerzo. Fuimos a las cocinas.
- Mis vestidos son feos? – le pregunté mientras comíamos.
- No, por qué? – me preguntó mirándome a los ojos.
- Porque me quieres regalar un vestido.
- No puedo hacerle un presente a mi futura esposa?
Se me encendieron las mejillas.
- Te verás hermosa – concluyó.
Después de pasar un rato agradable con mi futuro esposo, Amelia y Ángel, fui a pasear sola. No es que la compañía de cualquiera de ellos me molestara, simplemente quería tener un momento para mi a solas. Pero al parecer el universo no estaba de acuerdo.
No había terminado de sentarme en una banca especialmente oculta cuando oí que me hablaban.
- Pero que agradable sorpresa encontrarte aquí, Amara – Dijo arrastrando las palabras. Mario se encontraba detrás de mí.
Lastima que yo no pueda decir lo mismo.
- Sí, es realmente una sorpresa encontrarle joven Guiraldy.
- Ahora me llamas por mi apellido? – dijo enfadado.
Ay no. Ay no.
- Es lo que corresponde.
Estaba asustada. Mario había rodeando la banca y yo, amedrentada por su feroz mirada me había levantado y trataba de retroceder a toda costa.
- Claro – dijo con la voz cargada de rabia – corresponde que me rechazaras y ahora te hagas la desentendida.
Seguía acercándose a mí.
- por favor entienda. No podía aceptarle.
- No! –gritó. Yo di un salo del susto.- Claro que podías aceptarme! Claro que sí!
En mi intento por retroceder fuera de su alcance, Choqué contra un árbol quedando arrinconada.
- No podía – dije con un hilo de voz.
- Claro que sí – seguía repitiendo.
Me sujetó los hombros con fuera para luego zarandearme.
- Amar, te amo! Dime lo que quieres y lo tendrás. Te lo daré todo! Si me aceptas, todo esto será tuyo.
Yo negaba de forma frenética con la cabeza.
- No, no puedes darme amor, porque yo no te amo.
Dejó de zarandearme pero no me soltó. En sus ojos brillaba la ira y el dolor. Me tomó el rostro con brusquedad, y antes de que pudiera hacer nada, me besó.
Intenté soltarme pero su furia o hacía poderoso. Traté de alejarlo pero solo conseguí que se apretara más contra mí, tanto que comenzó a dolerme la espalda que tenía apoyada contra el árbol. Dejé de forcejear, pero no cedí ante su beso.
Lento, muy despacio, casi como si quisiera alargar mi agonía, se separó de mí boca. La ira me invadió y comencé a ver todo rojo. Que impotencia no poder hacer nada para resistirme! No podía hacer nada para defenderme.
Tenía la mirada clava ene el suelo. El me miraba, podía sentirlo.
- Terminaste? – pregunté con la voz quebrada. Sentí como daba un respingo pues aún lo tenía pegado a mi cuerpo.
Me soltó, se alejó un poco y yo sin mirarle me fui de allí.
No sé cómo se había hecho tan tarde. Amelia ya me esperaba en el cuarto con la cena pero no le presté atención; me fui directamente a la cama para tumbarme de boca.
- Que te ocurre Amara?
No le contesté. Cogí una almohada y me puse a sollozar. Amelia se sentó en la cama.
- Que ocurre pequeña?
No podía más. La abracé y di rienda suelta a mi dolor.
Cuando me hube desahogado lo suficiente como para respirar acompasadamente, me erguí.
- Me odiará, Ame – dije en un murmullo.
- Quien te odiara? – dijo acariciándome el cabello.
- Sebastián. Hice algo terrible – otra oleada de llanto me invadió.
- Que ocurrió cielo? Que hiciste? - Su voz era suave como un arrullo.
- Mario…beso…no quer-ría – llanto – no quería.
Más llanto. Al final, rendida por la pena, me quedé dormida.
No sé si Amelia se quedó con migo o si sólo volvió cuando yo desperté. Al principio creí que había cerrado los ojos por unos segundos.
- Ya se encuentra mejor? – Sentí – Que bueno. Me tenía preocupada. Creí que le había dado algo donde no despertaba -. Que raro, pensé.
- Cuanto he dormido?
- toda la noche de ayer y todo el día de hoy.
Miré por la ventana; estaba oscuro.
- Sebastián! – dije cuando recordé lo que había ocurrido. Me levanté rápidamente. Mala idea; me tambaleé y caí de espaldas de nuevo en la cama.
- Señorita! – gritó Amelia – Está usted enferma?
- No, sólo me levanté muy rápido – me miró sin creerme – En serio, estoy bien. Pero tengo hambre.
- La llevaré a comer, pero primero quiero que me diga que fue lo que pasó para que estuviera en semejante estado. Si parecía que se iba a romper.
Tuve que contarle lo que había pasado con Mario. No fue nada agradable recordarlo.
Amelia me escucho sin interrumpir y cuando terminé dijo:
- Debes decírselo a Sebastián – me horroricé.
- No puedo! Si se entera me odiará! Me odiará y no querrá casarse con migo – El dolor que me causó esa idea me quitó el aliento.
- Debes decírselo – me dijo con firmeza. – Si realmente lo ama deberás decírselo. El no te odiará, al contrario, tomará medidas con respecto a Mario.
- No! – dije sin aliento – si se lo digo provocaré una horrible contienda entre dos primos.
- Prefieres que Sebastián se entere por boca de otros? – La miré con ojos como platos. – Los criados escucharon a Mario hablar con sus amigos sobre algo que iba a ocurrir. Luego escucharon que ya lo había hecho y que tenía que ver con una doncella de palacio. Amara, Mario hizo esto por despecho, quiere separarlos y cuando lo consiga, usted quedara deshonrada porque él no la ama. Su orgullo está herido y lo recuperará como sea.
Luego de lavarme, y con ayuda de Amelia, disimular las marcas del llanto, fuimos a las cocinas. Esperaba no encontrarme con Sebastián, al menos por ahora. No sería capaz de mirarle a la cara. Tenía que decírselo, pero como admitir mi debilidad?
- Tranquila Maru – dijo en tono conciliador sujetando mi brazo con cariño – El lo entenderá.
Ojalá no me lo encuentre aún, pensé.
Al entrar en las cocinas, miles de olores deliciosos me atrajeron pero uno en especial me absorbió por completo.
- Amara, cariño – Sebastián se acercaba emocionado – Te encuentras mejor?
Miré a mi compañera aterrada.
- Tranquila amor. Yo también me he enfermado por comer tantos dulces – dijo como un niño pequeño.
Tardé unos segundos en entender.
- S-Sí…no volveré a comer dulces – me sonrió de forma calida.
Debía decírselo aún si eso significaba perderlo.
- Sebastián – él se puso serio de inmediato – Tenemos que hablar.
- Vamos.
Fuimos a mi cuarto, ahí no nos molestarían. Nos sentamos en el borde de mi cama.
- Sebastián - lo miré compungida – Yo…
- No te quieres casar conmigo? – no me dejó terminar. Me tomó los hombros con extrema suavidad. Que diferente de Mario era.
- No! Claro que quiero casarme contigo.
- Entonces que pasa? – me miró desesperado.
- Mario…
- QUE TE HIZO ESE MALDITO!!
- Me besó – murmuré.
- Te besó? – me sorprendió el cambio efectuado en su voz
- S-sí.
- Entonces no importa.
- Que no importa?
- No es que no me importa – explico con voz suave – pero ya me esperaba que hiciera algo por el estilo - Lo miré perpleja. – Lamento que te haya forzado. No te hizo daño, cierto?
Sus ojos me traspasaron. Negué con la cabeza. Él me abrazó.
- Me encargaré de el. – El tono de su voz me asustó.
- Que piensas hacer? No quiero que te pase nada – le supliqué.
- No me pasará nada, mi amor.
- pero… - me calló con un pequeño beso.
- Solo hablaré con el.
Eso me tranquilizó, al menos un poco.
- Mañana, después del baile, nos iremos.
- A donde?
Él rió tranquilamente.
- Iré a pedir tu mano formalmente.
No tengo ni idea de qué cara puse, pero poco me importaba. Estaba demasiado feliz. Me abalancé sobre él para besarlo y con el impulso nos caímos en medio de la cama.
- Quédate conmigo esta noche – le susurré al oído.
Ya no había luz en la habitación. Se volteo para que quedáramos enfrentados.
Acarició mi rostro bajando por mi cuello hasta mis hombros. Puso su mano en mi espalda para acercarme a él. Desabroche su camisa; el desamarro mi vestido.
Esa noche nos amamos y estoy segura de que las estrellas brillaron como nunca porque yo misma vi el cielo.

Cuando desperté, me topé con los ojos verdes más hermosos que hubiera visto.
- Te encuentras bien? – parecía algo preocupado, pero cuando entendí a que se refería evité el tema de forma conciente.
- Como no estarlo si estoy contigo?
- pero no te duele nada?...
- Estoy bien – le dije acariciándole el rostro.
Me sonrió pícaramente.
- Supongo que estarás cansada…
-No, no lo estoy, por qué?
- Solo me preguntaba…eres cosquillosa?
Me senté tiesa en la cama.
- Sí – me lo vi venir.
Se abalanzo sobre mí, haciéndome cosquillas. Nos tocábamos con deseo pero sin dejarnos de hacer cosquillas. Intentamos no alzar demasiado la voz pero resultó difícil. Intenté bajarme de la cama pero me atrapó antes de que pusiera un pie fuera.
- Te tengo tramposa – Se encontraba sentado a horcajadas sobre mí.
Nos miramos un momento, recorriendo con deseo el cuerpo del otro. Estiré los brazos para atraerlo hacia mí y así poder besarlo. Volvimos a fundir nuestros cuerpos. Cada poro desprendía fuego y pasión.
Me despertó un rayo de luz que se colaba por la cortina levemente abierta. Estaba atardeciendo. Miré a mi lado buscando a mi amante pero no lo encontré, en su lugar había una caja con u moño azul y una nota.

Mi amor: Este es un regalo de bodas adelantado. Espero que te guste. Nos encontraremos en el recibidor.

Te amo, Sebastián.

Abrí la caja y de él saqué un hermoso vestido azul profundo con encajes de un azul más claro. Era precioso. Dentro de la misma había otra más pequeña. La abrí. Contenía una gargantilla con forma de hoja. Sonreí. La gargantilla tenía pequeña piedra azul e el centro de la hoja y la nervadura era de plata. Amelia llegó a los minutos después.
- quería ayudarla a vestirse y…saber que tal le fue – me dedicó una mirada insinuante.
Mientras me vestía, le conté con lujo de detalles lo que había ocurrido en la noche y en la mañana. Lamentablemente, mientras me peinaba, me jaló más de una ves el cabello. Y es que realmente había quedado con el cabello imposible después de tanto movimiento.
- Y estará embarazada?
Oops, pensé.
- No había pensado en eso.
- No, claro que no – rió divertida – Por suerte se casarán dentro de poco.
- Sí, que hermoso. Pero aún me preocupa lo que pueda hacer Mario.
- Tranquila, todo saldrá bien. Se ve preciosa – dijo mirándome en perspectiva.
Y lo cierto es que estaba muy bien, debía admitirlo.
- Me siento rara – dije temblorosa – tengo ganas de gritar.
- Vamos, no lo haga esperar.
Bajé al vestíbulo. Todos me miraban!! Podrían ser más disimulados.
- Te ves hermosa – me susurraron al oído.
Me volteé radiante de felicidad. Ese perfume era inconfundible: dulce, suave, simplemente embriagador.
- Me permite? – dijo ofreciéndome el brazo.
La velada fue magnifica pero algo andaba mal. Donde estaba Mario? Que le habría dicho Sebastián.
- Sebastián – el me miro interrogante pero con una sonrisa llena de felicidad – Donde está Mario?
Pero no tuvo que decirme. A lo lejos, vislumbré una cabellera naranja que se acercaba.
- Mienta al diablo y el diablo vendrá – gemí.
Se volteó para ver que me había asustado. Al verlo, Sebastián se envaró y me ocultó de la mirada de Mario situándome de tras de él. Su mirada relampagueaba de furia. Cuando estuvo frente a él, Mario se sacó un guante y con este abofeteó a mi futuro esposo.
- Acepto – dijo tranquilamente haciendo que su retador se enfureciera más. Se fue rechinando los dientes.
El ambiente se había puesto tenso, nadie se movía ni decía nada, por suerte alguien tuvo la genial ocurrencia de decir que continuar la velada. La música volvió a sonar y todos se relajaron.
Miré a Sebastián aterrada pero él me devolvió una sonrisa tranquila. Salimos a los jardines y ahí exploté.
- Sebastián, que pasará? – susurré debido a la angustia.
- Tranquila mi amor, todo irá bien.
Pero no me podía calmar.
- Donde será el duelo? Cuando? No podrás contra él!
- Mi amor, me extraña que confíes tan poco en mí. Cuando te conté el motivo de nuestra enemistad, te comenté que yo siempre fui mejor que él. En todo.
- Pero debe haber tenido tiempo para mejorar.
- Yo también – dijo con un respingo. Respiré profundo para contener las lágrimas. El se dio cuenta de mi angustia.
- Tranquila mi amor – dijo mientras me estrechaba contra su cuerpo – Todo saldrá bien.

A la mañana siguiente todo el castillo zumbaba.
Quien ganará? Donde se realizará el duelo? Que armas usarán?
Frases como estas se escuchaban por todas partes y no hacían más que ponerme histérica de los nervios. El duelo se llevaría acabo a medio día. Amelia me acompañaba pues Ángel sería uno de los padrinos de Sebastián, él otro era John.
Me sentía ansiosa, inquieta, temerosa porque llegara luego la hora del duelo y también desesperada porque no llegara nunca.
Fuera cual fuese el sentimiento dominante, el medio día llegó. Era en un pequeño claro en el bosque. Normalmente, solo debían estar sólo los duelistas, los padrinos, un juez imparcial y algún otro acompañante, pero este no era el caso. Todo el castillo, sirvientes incluidos, estaban presentes.
El juez se paró en medio, pero a cierta distancia. Dio las instrucciones que solo dilataban más la agonía por el inicio. No pasaron ni dos segundo antes de que se escuchara el estruendo de los metales al chocar.
Años después.



- Cielo, Gaspar! – dije alzando la voz para que mi hijo me escuchara – no le jales el cabello a Alice.
El pequeño me miró enfurruñado pero soltó a la niña.
- Ya están peleando de nuevo? – preguntó mi gran amiga y madrina de bodas Amelia.
- Sí, supongo que es la edad – ella rió.
Ya había pasado siete años desde el duelo entre Sebastián, mi esposo, y Mario, su primo. Por suerte mi esposo era un excelente espadachín y sin necesidad de herir a su contrincante le arrebató la espada. Cinco meses después, Amelia había dado a una hermosa niña de cabello negro y ojos miel. Luego de dos meses me tocó a mi traer a este mundo a un niño de cabello castaño rojizo y ojos verdes.
Cuando terminó el duelo, nos fuimos directo a la mansión de mis padres y con nosotros se vinieron Ángel y Amelia. Vivíamos en una casa enorme con todos los lujos que pudiéramos desear, sin embargo, ellos insistían en hacer las tareas del hogar.
- Ya vuelven – dijo ansiosa mientras miraba el horizonte.
Nuestros esposos se acercaban a caballo con los perros de caza.
- Hola cielo – dijeron al unísono. Se rieron y nosotras con ellos.
Gaspar y Alice venían corriendo.
- Papi – dijo Alice – Gaspar me jaló el pelo.
- Es cierto hijo? –le reprendió su padre.
- Sí – dijo mi bebé mirando el suelo.
- No lo vuelvas a hacer – dijo en tono serio. El pequeño asintió con pesar.
- Vallan a jugar un rato más – dijo Ángel con su calida voz.
No hubo que decir más. Se fueron corriendo a los columpios que colgaban de las ramas de los árboles.
- Dejarán de pelear cuando crezcan? – dije para mi misma pero en voz alta.
- quien sabe, quizás terminen enamorándose – me dijo Amelia.
Sebastián me abrazó por la cintura y Ángel hizo lo mismo. Así entramos en nuestro hogar, con las risas infantiles y despreocupadas de nuestros hijos como fondo.







Fin.

Texto agregado el 04-12-2009, y leído por 889 visitantes. (2 votos)


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