Ya había pasado por lo mismo, no permitiría que se volviera a repetir, no ahora, no en un futuro cercano, nunca más.
Aquel día fue uno de los más felices, también uno de los más tristes y angustiosos. Cuando recibió aquel beso, estuvo al borde de la locura, sentimientos le revolvieron el estómago, pintaron de rosa sus mejillas y un suspiro pasó por su garganta.
Esas palabras que tanto anhelaba oír, las escuchó, aquel beso que deseaba con tantas fuerzas, lo recibió, tal mirada enamorada que sólo en sus sueños tenía, la consiguió, finalmente, el hombre que tanto añoró, estaba frente a ella, queriéndola, amándola. Pocas veces había pasado por esto y, aquellos gélidos momentos no fueron más que un juego, un juego donde ella era el juguete, al cual usaban un rato y después de aburrirse, lo dejaban. ¿Por qué ahora sería diferente?
En la soledad, traicionera como nunca, miles de intrigas le asaltaron en su desdichada cabeza, la inseguridad reinó y la hizo esclava de sus pensamientos, peor aún, de sus actos.
Lo llamó ‘Antes de que te arrepientas de lo que pasó, yo me arrepiento primero’ le dijo y le colgó.
Abrumado él quedó, destrozada ella acabó. No era una excusa por la cual una relación ha de terminar.
Dos almas quedaron destrozadas innecesariamente por una superflua incertidumbre e inseguridad. Y nada más hubo que hacer, aquello era más fuerte que ella y de rectificar, ni hablar.
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