Segura de que era el momento, quiso medir su despertar en sensaciones.
Lo primero que sintió fue frío y esa ducha sutil de la humedad. Todavía estaba oscuro. Algo la recorrió entera por un rato, luego se marchó –volvería-. Después llegó la tibieza y lo oscuro desapareció para convertirse en una mancha celeste y blanca.
Habrán pasado dos tibiezas cuando descubrió que la mancha a veces tenía huecos de colores que podían moverse.
Tres tibiezas: la voz y la mano anciana le daban algo semejante a la seguridad.
Una tibieza más y la mano deshizo al algo que la atormentara durante las oscuridades. Lo supo porque el algo no regresó.
Sin sospecharlo siquiera, agua furiosa cayendo permanente y ráfagas que la obligaban a curvarse. Tuvo miedo. Luego, calma, la mancha celeste y blanca; los huecos de colores recorrían el césped. Buscaban.
Tibieza tenía forma de redondel.
Hizo un último esfuerzo y se estiró completa; había también varias como ella.
La mano anciana acarició con suavidad.
-Bienvenida –dijo.
La rosa, agradecida, le regaló un poco de perfume.