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CANTOS DE SIRENA

Homero, el legendario autor griego, habla en “La Odisea” de sirenas. Cuenta en su obra cómo Ulises y sus marineros, surcando el mar, pasan por delante de ellas.

Ulises, genuino lobo de mar, curtido en las profundidades de los océanos, sabe que las sirenas cautivan a los marineros atrayéndolos con sus cantos y que una vez seducidos, después los matan.

Por ello cuando regresa de la guerra de Troya, al abandonar la morada de la diosa hechicera Circe, sabe que debe pasar cerca de la isla de las sirenas. Ulises, siguiendo los consejos de la hechicera, idea un plan que le permitirá oír y no obstante salvar la nave y a sus compañeros. Dice a sus hombres que se tapen los oídos con cera y les ordena que a el lo aten fuertemente al mástil del barco. Así podrá saciar su curiosidad escuchando el canto de las sirenas, sin ceder a su encantamiento. Cuando está todo preparado pasan remando. El canto de las sirenas se revela melodioso y desgarrador, y está colmado de bellas promesas. Todos observan con arrebato la abrumadora belleza de las sirenas, pero sólo Ulises oye sus trovas. Las melodías de las sirenas son tan hechiceras y sus llamadas resultan tan seductoras que Ulises, ansioso, desesperado y loco, pide a sus marineros que lo desaten, grita con ansia para que lo liberen de sus ataduras, clama diciendo que quiere irse con ellas. Pero los compañeros no lo oyen, no atienden su orden porque sus oídos están taponados. Finalmente, la embarcación pasa y los héroes escapan al funesto destino de tantos otros marineros.

Es bella la narración de Homero y, desde luego, en aquellos tiempos remotos, en un mundo lleno de hechizos, conjuras, dioses y hadas, en épocas de hazañas de grandes guerreros, de epopeyas gloriosas, de cíclopes grotescos y ogros feroces, todo pudo pasar. No obstante, antes de proseguir, confieso que no confió en la existencia de sirenas. Dicho lo cual, a pesar de mi poca fe en estos asuntos, y sin pretender hacer un juego de palabras, confieso que en alguna ocasión he disentido, que he aparcado dudas y he creído que sirenas, al igual que las meigas, haberlas hailas.

Hoy, al bordear las playas de la isla, asomado a los acantilados que tantas veces visité, siento que es un día apropiado para dejar vagar con libertad la imaginación, evadir la mente y soñar con las sirenas.

Soy consciente de que no estoy paseando por la mítica Tinacria, isla del Sol de Ulises y, sé también, que no navego por mares griegos llenos de sátiros, ninfas, elfos y dioses. Aún así, no siento nostalgia ni noto envidia, pues vago por una auténtica perla, por una isla de tal belleza, que no tiene parangón.

Ella, es una de las afortunadas, la más oriental de las españolas, la exótica de sorprendentes parajes volcánicos, la del fuego transformado en piedra, la mágica hechizada de cactus y de jameos, la que tuvo la estrella de ver nacer al protector de la propia isla, al gran maestro defensor del conservadurismo natural, al pintor y cincelador César Manrique.

A este paraíso vengo muchas veces buscando el solaz, el descanso, el hechizo de la isla, la entibiada perenne primavera. Es aquí cuando, avistando la inmensidad de sus aguas, la belleza de su costa y sus paisajes, escuchando como baten las olas en los atolones afilados, viendo como se fragmentan espumas blancas en las negras rocas que otrora fueron fuego y lava, es aquí, digo, cuando creo adivinar en lontananza a una sirena.

Ya atardecido, acariciado por una brisa suave y por una puesta de sol de mil colores, allá en lontananza, en el confín donde se funden océano y cielo, creo distinguir a la sirena que se acerca.

Cuentan los viejos libros mitológicos que la voz de las sirenas es atrayente y que su risa resulta embriagadora. Se dice, así mismo, que en los claros oscuros de puestas de sol o en las noches de luna clara, mientras los pescadores reman mar adentro en sus pequeños botes, ellas brincan, salen del agua, entonan a coro sus mejores canciones, se acercan a la orilla a jugar con la arena y hacen sonar campanillas, cascabeles, gargantillas de conchas y nácar. Pero también he leído que a veces caminan solas, tal y como yo imagino a la sirena de mi sueño, y que incluso se acercan sin recelo a quien las llama.

Es así como esta noche, emulando al viejo guerrero Ulises que vuelve a Ítaca, asomado al mágico atlántico, antes de regresar a tierra adentro de mi Albalate, trataré de ver de cerca a la sirena que ya vislumbro, probaré a contagiarme de su risa e intentaré solazarme con su canto.

Pediré a los dioses del olimpo que la acerquen a la costa, que la traigan desnuda al rincón de mi playa. Y si aparece, si se acerca con su música y reclamo, para no sucumbir ante el embrujo de su canto, para no caer en las redes de sus risas, a fin de no seguirla y perderme en el surco plateado del horizonte que forma el agua y la tierra o quizá la línea que separa el firmamento y el agua, para no extraviarme entre peces, corales y caballitos de mar, si fuera necesario, si la razón lo exigiera, me ataré fuertemente a la arista de una roca y allí, atento y sigiloso, permaneceré respirando espumas y hervideros de aguas nacaradas, contemplando su belleza, oyendo su canto y bebiendo su risa, hasta que los dioses le ordenen que retorne al fondo de su mar.

Por tanto, si las divinidades de Dionisio, Zeus, Poseidón o Apolo todavía patrullan mares y océanos, si aún suenan sus trompetas y son obedecidas las órdenes de sus voces, si sus cítaras descifran cantos de gloria y su voluntad decide sobre prodigios, hechizos y maravillas, si en los océanos aún quedan sirenas, los dioses antes nombrados harán que venga.

Acudirá la sirena a lomos de las olas de aguas de azul turquesa. Liviana, bulliciosa, cantarina y risueña vendrá trotando, salvando las fulgentes crestas de las olas hasta alcanzar esta playa del Puerto del Carmen.

¡Ay!, le diré, cómo vuela mi imaginación al contemplarte, cuánto hechizo me traes que hasta mis venas se llenan del embrujo de tus baladas y cantos, deja que respire la risa de tus ojos y dime que os trajo Poseidón, que no es quimera.

Y luego, reposado, con un poco de miedo porque no sabré si tiene algo de humano o mucho de espectro, pero ya más confiado, le preguntaré multitud de cosas. Le preguntaré si las sirenas también mueren y si es así, dónde reposa su alma. Le diré que me diga qué es lo que comen, quién da aliento a su espíritu, si duermen o siempre están despiertas, si ríen perennemente o lloran alguna vez como lloran los hombres, cómo es su mundo, si es verdad que secuestran y matan a inocentes navegantes, si respiran por medio de branquias o de pulmones,...

Sí, está decidido. Esta noche me he propuesto esperarla y hablar con ella. No dormiré, seré paciente y oculto entre las viejas higueras retorcidas, los caprichosos cactus y las negras rocas del salvaje acantilado, esperaré el momento de contemplar su melena rubia, su largo cabello ondulado como las olas, su cara de luna y labios de seda, sus senos erectos, redondos y duros, cual guijarros de la mar. No me importará observar como desde el ombligo hacia abajo carece de las suntuosidades carnales que generalmente son patrimonio de las hijas de los hombres y no despreciaré que esta mitad sea cuerpo de pez.

La veré moverse de derecha a izquierda de la misma forma y manera que lo hacen las mujeres cuando advierten que a su paso llaman la atención.

Y ya cerca de mí, más hermosa que nunca, se estirará, se contoneará, desplegará su húmeda cabellera al viento y estirará sus manos acariciando me frente. Modulará para mí sus mejores tonadas y me dirá con sus ojos de risa que no pretende seducirme, que tan sólo quiere atrapar por un momento el jugo de mi aliento. Y luego, ligera, contenta, tal como vino, se mecerá en las olas y, alejándose, agitará su cola de pez y me dará su adiós.

Mas son varias horas las que empapado de brisa y espuma, arrebujado en mi refugio nocturno de piedras y arena, vengo esperando que aparezca mi sirena.

La esperanza de que acuda decrece, mi mente se despereza, alzo la vista y únicamente distingo brumas y luna. No oigo risa ni canto de sirena; sólo olas que se rompen en miles de diminutas gotas, que se elevan y esparcen, que resuenan al estrellarse en las simas de farallones y rocas. Al parecer, todo ha sido una entelequia, una ilusión, fuera posible que los dioses no quisieran escuchar mi petición.

Abandono mi refugio con algo de frío, desilusionado, pensativo, destemplado y triste.

A las pocas horas, en la alborada, esa misma madrugada, me entero de que en el propio sitio donde estuve acurrucado, en los mismos escalones abruptos del acantilado donde estuve esperando a mi sirena, ha sido rescatada una patera por el equipo de salvamento de la costa. En la minúscula embarcación, hacinados, desnutridos, deshidratados, al borde del desfallecimiento, treinta y siete hombres y una sirena. Parece ser que la sirena no lucía largo cabello, ni era rubia su melena. No cantaba, no tenía risa en sus ojos nublados, apenas respiraba. Ensortijado y negro su pelo, negra la parte superior de su cuerpo, negra su cara, negra del ombligo hacia abajo y extrañamente con formas de mujer y sin escamas.

Apenas un atisbo de vida, un soplo en sus labios y un vientre abultado que denotaba una preñez muy avanzada.

Me cuentan que llegó a tiempo, que fue reanimada y que poco después parió a una linda negra sirenita, a una niña con cara de luna, labios de seda y ojos de risa. Dicen que la sirena madre, mientras amamantaba a la pequeña sirenita, entonaba una nana y me aseguran que el personal sanitario del centro, subyugado, atraído, seducido por la canción, se arremolinaba alrededor de la cama. Alguien añade que la balada era afinada, que la melodía era muy bella, que sonaba a olas sosegadas, a rumores de mar y a caracolas.

No tuve la suerte de verla ni pude escuchar su canto, pero intuyo que mi sueño se hizo realidad, que no fue quimera, que a la isla arribó una sirena trasmutada, una negra sirena con cuerpo de mujer.

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Texto agregado el 04-12-2009, y leído por 1135 visitantes. (20 votos)


Lectores Opinan
14-10-2011 Algo mas atrayente,mas hermoso y claro que los cantos de sirena, es este cuento, que me atrapo de principio a fin y me dejo con un gran gusto de haberlo leído. ***** zarastustra
16-06-2011 Me encantó ese cuento lleno de fantasía, y la forma como pusiste a volar la imaginación para soñar con las sirenas. Es el tipo de cuento que recrea a niños y adultos. Saludos teresatenorio50
02-03-2011 me tomo mi tiempo para leer cuentos largod por la pantalla pero tu me has atrapado con este bello texto. Buenisimo sin dudas fabiandemaza
26-02-2011 Me hiciste nacer una sonrisa de esas que van de oreja a oreja, un bellísimo escrito, lleno de magia, ese llamado ferviente no solamente trajo a la sirena sino que salvó de la muerte a unos cuantos hombres, y permitió ademas que una sirena naciera en tierra firme. loretopaz
20-02-2011 Un relato perfectamente estructurado y no dudes ni un minuto de que las sirenas, como las meigas "haberlas haylas" y eso te lo dice un gallego que de meigas sabe mucho. Los acantilados de la isla en la que estuviste, son atalayas especialmente propicias para soñar e inventar historias que, si no son reales, merecen haber sido, porque realmente el horizonte del mar no pone barreras a la imaginación. Un abrazo y mil estrellas de negra lava volcánica.+++++ crazymouse
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