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“Bueno –piensa Camilo- es la una”
El muchacho consulta su reloj sentado en el bordillo de la acera, vestido de negro. A pesar de llevar unos gruesos guantes de lana se frota las manos con energía. La solitaria luz de una farola lo ilumina, casi dándole un aura de misterio, en medio de una calle desierta y semioscura. A su lado reposan en el pavimento una tula gruesa y un bate de madera.

Un ruido rítmico rompe el silencio. Camilo se despabila, posa su mano en el bate de madera y se prepara. Se escuchan pasos y roces.

El muchacho observa la calle hacia su derecha. Aparecen por la esquina dos figuras, las siluetas de un par de personas que cargan maletas al hombro. Camilo se pone de pie y espera, mientras las figuras se acercan a él.

- ¡¿Oigan, y ustedes qué?! –pregunta Camilo en un susurro.
- No, casi no podemos salir –responde un muchacho con gorro- A Marta le tocó volarse por la ventana.
- Sí, si viera –repuso la chica.

Los tres amigos de pusieron en marcha.

- A esta hora ya deben estar haciendo el cambio de turno.
- ¿Por dónde entramos? –preguntó Marta.
- Ah, frescos, que yo en los descansos he estado trabajando en eso. Tengo listo un hueco en la malla.

Avanzaron entre la noche por una calle oscura y solitaria. Al fondo se podían ver las fachadas iluminadas de un colegio; amarillentas paredes alumbradas por una cuantas luces mortecinas. Los tres jóvenes se detuvieron frente a una malla de metal que cercaba el perímetro.

- ¿Por dónde? –preguntó el joven del gorro.
- Más allá, donde está la caseta abandonada. –respondió Camilo.

Avanzaron unos diez metros más a la derecha, y Camilo se agachó. Buscó cerca al suelo, en la base de la malla. Entonces levantó un trozo de la reja que se hallaba desprendido del resto, doblándola hacia arriba, como si tuviera una bisagra. Ahora la malla presentaba un hueco cuadrado por donde cabía una persona.

- Las damas primero –dijo Camilo dirigiéndose a Marta y señalándole la abertura. La muchacha sonrió y se acostó bocabajo. Luego se arrastró y pasó al otro lado de la cerca. Enseguida el muchacho del gorro la imitó. Camilo pasó de último, arrastrándose boca arriba para mantener doblado el pedazo de reja con los pies.

Ante ellos se extendía la cancha de fútbol apenas iluminada por un par de luces. Al lado izquierdo se apiñaban unos árboles.

- Vamos, por ahí –dijo el chico del gorro señalando las sombras frondosas. Los tres se dirigieron casi en cuclillas hasta los árboles, y detrás de éstos de incorporaron para caminar con sigilo. Al final de los mismos se veía una pista de asfalto enfrente de un edificio blanco.

- ¿Cuál es la ventana? –preguntó Camilo.
- A ver... –Marta sacó un papel de su mochila, lo desdobló y lo examinó mientras decía:- Física, cálculo, español... Aquí, la cuarta de izquierda a derecha.
- Listo –repuso el del gorro- Vamos a entrar en el departamento.

Abrió su mochila y extrajo un diamante para cortar vidrio. Se movieron hasta la cuarta ventana, la única que no tenía persiana. El muchacho comenzó a cortar un círculo justo sobre la manija de la ventana, tratando de no hacer ruido. Poco después el trozo de cristal cayó con un sonido sordo sobre la alfombra. Movieron la manija, abrieron la ventana y entraron.

Marta prendió su linterna. Enfrente de ellos había un lustroso escritorio de nogal sobre el cual descansaba una carpeta rotulada que decía: “PROFESOR MARCOS HERRERA”.

- Listo –dijo Camilo abriendo su mochila- hay que buscarlos.

Marta y el chico del gorro se acercaron al mueble y empezaron a examinar el contenido de cada gaveta. Al cabo de un rato extrajeron un paquete de hojas impresas. Lo colocaron sobre el escritorio.

- Y?... –preguntó Marta.
- Ahora –repuso Camilo, depositando un tarro de metal encima de el paquete- vamos a ver. La mecha se demora diez minutos. La prendemos y nos perdemos de aquí...

Sacó de su bolsillo un encendedor, prendió con él un hilo grueso y largo que asomaba por la parte superior del tarro metálico y dijo:

- ¡Vámonos ya!

Camilo, Marta y el muchacho del gorro desaparecieron rápidamente por la ventana. A paso veloz llegaron hasta los árboles, se ocultaron tras ellos y se dirigieron a la cerca. Uno por uno fueron pasando por el agujero de la reja. Y justo cuando todos tres estaban al otro lado, un potente estallido resonó en toda el área, junto con una luz deslumbrante que provenía del edificio. Mientras se alzaba poco a poco hacia el cielo una negra columna de humo, los tres pudieron escuchar los improperios que gritaban los celadores, sus pasos apresurados hacia el lugar de la explosión y el ladrido de sus perros.

- ¡Listo! –dijo Camilo a sus amigos, sacudiéndose la manos- ¡Despídanse del examen de química de mañana

Texto agregado el 14-06-2004, y leído por 166 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-07-2004 muy bueno...hasta me metí en el cuento. Phybriso
15-06-2004 Queria votar dos veces pero no me dejaron los muy ... Enfin si lo leen dejen su opinion que esta de la patosa! d-kun
 
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