Ayer la noche fue larga, el viento se llevo cada te quiero. Mis cabellos embestían embravecidos pero sus sombras parecían llorar sobre el tejado, que hacía las veces de orilla en un mar de opacidades, de murmullos y de soledades. ¿Qué sabía yo de lo que pasaba? Me quedé con la mirada perdida, para no perder la ilusión de encontrar al menos una de las tantas estrellas que –dicen- habitan en el universo. Mis ojos, empañados de tanto soñar se quejaban a gritos y mi piel descubierta, rogaba por un poco más de frío. Alguien me dijo una vez, elige una estrella, y al mirarla te bastará pensar que también yo la estaré mirando.

En fin, no era un buen momento para recordar viejas historias, además aquel cielo parecía traer consigo algo más que aquella densa niebla o el barullo de mis pensamientos, amenazaba con quitarme la tranquilidad de creer seguir siendo un niño pequeño, que ha conseguido una tristeza pasajera, pero que, mañana cuando vuelva el sol a su jardín va a estar otra vez fantaseando entre la hierba, creyéndose rey del mundo.