Cin había cruzado la pista persiguiendo una pequeña sombra brillante, escuché el choque y el crujido de sus huesos triturados contra la pista. Se paró como si nada hubiera pasado, se sacudió el polvo y se fue rengueando detrás de la sombra brillante que sólo el veía.
Habían pasado algunos años desde que la multitud dejó de llamarlo “buen vecino”, el doctor Gonzales, que parasitaba en la casa contigua, exponía una tesis sobre sus enfermedades y el famoso arquitecto Jack Look no sabía más que hablar de todos sus desordenes. Pero nadie sabía que había intentado salvar la palabra como un naufrago entre la tormenta y, sobre todo, que había esperado desde siempre un pacto sin testigos.
Por eso, un día de hace tantos días, se cansó de esperar, dejó la mesa servida, puesta la servilleta, la cama tendida y sobre las sabanas limpias el traje que mañana vestiremos todos, llevaba el cuerpo en ayuno y el corazón vacío, pensando que algún día lograría atrapar aquella sombra brillante y escurridiza con la que saciaría toda su hambre de hambres. Recorrió, en su viaje de inmóvil, 450 veces el mundo y llegó al mismo lugar, las ropas se le hicieron andrajos, una mata de pelo cubrió su rostro y toda la maravillosa suciedad del mundo se almacenó en sus uñas, dos o tres veces fue recogido por la beneficencia pública y millones de veces respondió con una sonrisa sin dientes a los gestos de arcada de la muchedumbre, pero incontables veces fueron las noches en que durmió bajo el puente y al lado del río mientras entre sueños rumiaba - ¿quien será aquel que como araña vaya tejiendo los días de colores y las noches de esperanza? al final, es solo un estado de paz-.
Me atreví a escucharlo, cuando preocupada por su salud le acerqué un plato de frejoles - la gente no se ven tan bien, algo anda mal en ellos - me dijo susurrando mientras tiraba la comida al piso para alimentar a un par gusanos que criaba en un charco de preciosa inmundicia - son mis amigos Aristóteles y Platón, deben tener hambre yo ya almorcé lluvia de estrellas - Me quedé pensando en el posible sabor de la lluvia de estrellas, mientras Cin abría los ojos y se pasaba la lengua por los labios cortados y ennegrecidos. Luego inicie mi penoso retorno a casa, mirando el suelo lluvioso con mucha tristeza y envidia, intuía que yo nunca podría saborear la lluvia de estrellas como él lo hace. Tal vez Cin tenía razón, algo anda mal en nosotros, no vamos tan bien como pensamos.
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