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Era parte del juego que te transformara pronto. Que lamiera gota a gota tu sangre hasta la extenuación última. Que yo renaciera en tu agonía y que susurraras mi nombre envuelto en un gemido antes del fin. Pero espera. Como siempre me adelanto. Sé que aún no recuerdas nada. Aún late en ti el aturdimiento: esa confusión veloz que apenas te deja reconstruir los hechos tal y como yo los precipité hace tan sólo unas horas. Deja que te cuente la exquisitez de tu propia muerte, su dualidad; una tragicomedia desbordante e irrepetible desplegada como un obsequio ante mis ojos.
Sí, fui tu condena y tu salvación. Entiéndelo, por mucho que intercedas me perteneces. Como la pústula del moribundo, así lacré nuestro compromiso en la oscuridad de la noche. Sin embargo ya no hay razón para el miedo. Ven, coge mi mano y lee más allá de mi mente. Mira qué imágenes tan hermosas flotan en mí para aplacarte. Una liberación profunda, completa, que pocos entienden salvo aquellos que, como tú y como yo, deambulan sedientos entre las sombras, distinguidos siempre por una transparencia imposible en la mirada cuando delimitan su presa, ese color púrpura de los labios o la sonrisa pecaminosa al acercarse.
No extrañes nada y atiende. Al fin dejaste atrás la miseria de los mortales para yacer conmigo. Nunca más volverás a respirar el aire corrupto y febril de los necios. Unicamente responderás ahora al olor primitivo de la sangre y al estremecimiento de tus órganos apremiándote a encontrarla por los callejones y las avenidas solitarias. Esta será tu mayor aflicción.
¡Pero basta ya!. Te recordaré quién eres en este instante desordenado. Qué raza predomina en ti cuando que el instinto se hace más salvaje bajo la piel y bajo la carne fría. Deja a un lado lo poco o nada que fuiste y disfruta sin tapujos de la brutalidad de tu naturaleza: esa corriente que surge desde lo más oculto de tus vísceras hasta salpicarlo todo. Sólo así conseguirás aquietarte. Sólo así conseguirás que te ame como lo que eres.
La muerte simplemente vino a resarcirte de la desidia y la vulgaridad mortal.
Entiéndelo de una vez. Ahora eres como yo.

Era tan fuerte el olor, un residuo tan azucarado, que por un segundo perdí la concentración. Distinguía a esa distancia el abultamiento casi obsceno de la vena dibujada sobre tu cuello como una serpiente azulada. Aún me emociona su imagen perfecta. Yo la vi latir de manera discontinua en la palidez de tu piel, y juro que así latió en la punta de mi lengua, en las entrañas de mi propia oscuridad. Deseé con todas mis fuerzas desviar todo aquel torrente hacia mi boca hasta vaciarlo de golpe, pero me contuvo la aglomeración en el café. A esa hora precoz, poco o nada podía hacer para poseerte, salvo inquietarte abiertamente con un destello repentino en la mirada.
Te había descubierto de inmediato al entrar, resguardada del resto en la última mesa, ausente de todos, deliciosamente joven y con el pelo púrpura enmarcando esos ojos grisáceos de lluvia. Enseguida me acerqué. De haber sabido lo que sabes hoy, yo misma me habría delatado al sonreír. Sin duda me habrías señalado como la insurrecta que soy, una salvaje oscura aproximándose con una transparencia casi irreal fija en ti. No obstante cediste en tu inocencia a mi acompañamiento y la atracción fue rápida. Ahora, extrañamente, tampoco tú podías despegarte de la proximidad de mis ojos, mutables en su acerada cristalinidad, ni desatender el ímpetu de mi voz. Bien podía oírte respirar agitada bajo la ropa negra, podía sentir el estremecimiento agudo de tus miembros con el vello erizado, y oler la leve transpiración que se extendía como una minúscula película resbaladiza a lo largo de tu espalda. ¡Ese olor! Por un segundo me vi a mí misma lamiéndote el dorso y tú entregada por completo.

Pero aguarda un segundo. Veo en mi cabeza palpitar de nuevo esa protuberancia de vida, ese calor lascivo junto a mí... ¡Ah... cómo quise en mi urgencia morder tu carne hasta vaciarla, hasta dejarla blanda e inmóvil sobre la mesa! ¡Qué impulso macabro desear apagarte definitivamente, envuelta en sangre, ese líquido orgiástico! ¡Qué emoción profunda rozarte mientras a duras penas disimulaba mi sed, mi desesperación por ti...! Agudizados mis sentidos, supe que no soportaría mucho más tiempo los preliminares, y así, embebida, te invité a una última copa en un café algo más apartado, casi oculto en un callejón turbio y desamparado de toda franja, únicamente reconocido para unos pocos.
No podía perderte ahora. La lluvia caía débil pero reiterativa sobre nuestras figuras, y al instante percibí tu sugestión al escuchar el eco lastimero de los pasos sobre el asfalto húmedo. Una visión acuosa antes del fin. Mil gotas en sucesión cayendo: un pequeño remolino para limpiar después el sobrante de tu propia sangre, arrastrándola hasta el alcantarillado... Dime ¿Eres capaz de recordar tu muerte, ese tránsito doloroso y desgarrador, ese latigazo bacanal desde tus vísceras hasta tu cerebro? Criatura. ¡Jamás podré explicarte el placer de la destrucción!. ¡Nunca en toda mi existencia podré referirte la deliciosa textura de la hemorragia desbordándose por mis comisuras, su calidez precipitada a lo largo de mi cuerpo, de la inflamación de mis senos o de mi vientre...! Una combustión prematura del alma. Un abismo insatisfecho que nos separa del hombre.

Míralo. Ya no hay auxilio. Es mi inoculación en ti lo que te hace convulsionar sobre los adoquines; un veneno que ahora vomitas a intervalos regulares a fin de evitar un desmayo anémico. No sufras. Pasará pronto y engrosarás con este último suspiro la lista de los malditos, de los engendros del crepúsculo. Como yo. E igual que yo deambularás cada noche a fin de satisfacer el ansia. Un hambre sin precedentes que te obligará a desmembrar a tus presas antes incluso de poder desangrarlas o de su caída al suelo.
¡Ah, compañera! Veo al fin tu belleza bajo esta palidez bárbara que a poquitos te oprime, te abusa a lengüetadas, y ahora soy yo quien se conmueve. Déjame abrazarte antes de que ninguna luz nos obligue a escabullirnos como serpientes entre los escombros. Déjame amarte en este segundo de comunión. Me libero hoy de la carga de la soledad después de siglos rastreándote por los lugares más insospechados. Mira mis lágrimas. ¿Por qué detenerlas? Únicamente ellas limpian la inmoralidad de mi espíritu. ¡Ah... mi condenada! Ojalá entiendas en la nueva era que se nos avecina el alivio de tu imagen junto a mí, la delicia de tu nombre paladeado como una gota de sangre.
Ven, tiéndete cerca para que pueda reconocerte.
Me resarzo al fin contigo de la ferocidad nocturna y de la sangre derramada sobre la tierra.

Texto agregado el 14-06-2004, y leído por 184 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
27-06-2004 sí, lo haces muy bien. koljaisek
15-06-2004 Eres BUENÍSIMA escribiendo. Este texto es de lujo, con el placer de la caza, la impaciencia, el hambre mórbido de esa criatura eterna quemándole la negra alma...Magnífico ese "abismo insatisfecho que nos separa del hombre" o esa descripción del olor de la transpirración...pero es que es todo el texto el que reboza calidad e intensidad. No sé si eres capaz de manejar textos largos y de dibujar diálogos bien hechos, pero si eres capaz deberías empezar a escribir novelas de vampiros ahora mismo: tienes una calidad e intensidad tremendas. Buenísimo trabajo. Abrazos. LoboAzul
 
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