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Estoy en Ñuñoa, en la vieja casona de mis abuelos. Recapitulando. Recordando. Postrado. Tranquilo. Inmóvil. Tengo frió. Mentira. No tengo miedo. Verdad.
Empezó a llegar la gente. Mis nietos me alegraron bastante. Fue agradable verlos. Me siento observado. Pero no me molesta. Es bueno estar aquí después de todo, donde nací. Me siento tranquilo. Contento. Se acerca la hora.
Me acuerdo de cuando todos nos juntábamos los domingos a almorzar. Me acuerdo de mi infancia y juventud en esta casa. Donde me forme como persona. Recuerdo las largas caminatas al centro por la Avenida Irarrazabal hasta la plaza de armas. Recuerdo que ahí estabas. Sentada. Conversando. Riéndote. Mirándome. Saludándome. Invitándome. Y después, besándome.
Llega gente que no conozco, me toman fotos y se van. Como si eso importara pienso. Quizás es para el registro. Me dieron ganas de llorar, pero no de pena. No era pena lo que sentía. Era alegria. Felicidad.
Me acuerdo de mis padres, me hubiera gustado que ellos estuvieran. De seguro eso solo falta para que esto sea el día perfecto. Pero con mis hermanos esta bien. Que más puedo pedir, en el día de mi muerte.
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Texto agregado el 03-12-2009, y leído por 85
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