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Cox es un pueblo de olores. Me saltaron cuando miraba las buganvillas en flor. En una, se instaló el aroma de la vainilla y, en la otra el café tostado que escapaba de la cocina. La vainilla y el café requieren del sol. El sol que deshidrata y es capaz de convertir una vaina verde en un perfume y, a la cereza para ser tostada. La vainilla con el sol se convierte en soprano, donde la voz se oye por el rumbo del viento. El café tiene sabor de campana.

Las gentes de Cox tienen en sus patios plantas de café, hojas que parecen boleadas con aceite, su brillo entorpece la mirada, ¡qué espectáculo cuando los cafetales florean!, el color blanco es tan tupido, que podría decirse que nieva en el trópico. Los niños ven crecer la cereza, miran como el rojo se apodera milimétricamente de la circunferencia y cuando está lista la engullen, pues es como una gota de melaza, las señoras, dejan que el fruto seque en la mata. La cosechan con su dulce y luego con morteros pequeños quitan sus ropas hasta que la carne de la semilla aparece y está lista para tostarse en los comales de barro bajo el amparo de su sapiencia. Al cobijo del fuego, se dispersa el aroma, y ambos, vainilla y café revolotean como niños traviesos entre piedras y paredes, juegan y juegan y cuando se van, dejan testimonio en la memoria y se extrañan.

Hay en cox olores de madrugada, vespertinos, de noche y olores de canícula. El santo olor del pan que también se esparce tumbando paredes y acariciando el gusto, pan de la mañana, pan de la tarde, batidas con huevo de rancho y canela. Olores de noche que las plantas dispersan en cielos abiertos, olores de jazmín de nardos y hueledenoche: caminan, trotan y vuelan de los árboles hasta el mismo regocijo de las mecedoras.
Pero había otros aromas poco agradables, sucede en épocas de sequía y, las aguas negras corrían perezosas por la cañada y las letrinas rebosantes de excremento dejaban escapar su fetidez, había espacios que pasabas corriendo para evitar la nausea. Por eso, cuando llegaban las aguas, el pueblo se lavaba y dejaba en el ambiente la recompensa del olor a tierra mojada.

Conocí a una amiga indígena que los domingos llegaba de un rancho a vender sus tamales a la plaza. En días de lluvia, los caminos se ponían lodosos, en una mano cargaba su canasta y en la otra una bolsa. Llegaba al consultorio, pedía permiso a mi secretaria y en la parte de atrás, lavaba muy bien piernas y píes y cara y de una bolsa sacaba sandalias y vestido y salía perfumada a limpieza. Andas de novia, le decía y ella sonreía.

Los panaderos, cuecen la harina en hornos de barro y el olor del pan se ofrece en la madrugada o al caer la tarde. Hoy que miro hacia atrás, entiendo porque no ha desaparecido su recuerdo. Estoy crucificado con sus olores. Buenos y malos pues la vida se compone de extremos.
El color preferido del indígena es el blanco, la tela raída pero no percudida, blanco siempre blanco como la flor del café.

Un día conocí los totopos, son unas láminas delgadas con forma de cuadro, de diez centímetros por cada lado de un blanco pergamino, que se ponen a dorar en el comal –especie de parrilla-. En la boca se deshace lentamente dejando su olor y sabor entre los tejidos y el alma. Los hacía una abuela y, es muy laborioso, ya que hay que moler y moler el maíz hasta que es un talco y después de varios conjuros queda una masa que se divide en cuadrados. Los totopos son de esos alimentos que son propiedad del pueblo, sólo en ese lugar los he comido, fuera de allí nunca. Son tan delicados cuando salen del comal, que cualquier movimiento en falso los rompe. Tener un fragmento de él en la boca, hace que circule por tus sentidos el gusto de compartirlos con el mundo entero.

El olor es una nave que vuelve a llevarte a lugares que se creían olvidados.

Texto agregado el 03-12-2009, y leído por 468 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
08-12-2009 Pues què bellos olores hermano, y què bueno es saber que existe un pueblo con ese nombre. Un beso.- rhcastro-
05-12-2009 Tus escrito me lleva a imaginar cada aroma y sabor que describes. Los haces con propiedad y logras qeu podasmos ver el tranfosdo de lo que en realidad relatas. Muy bueno, excelentemente logrado... betsyhaab
03-12-2009 Cox, extraño nombre, no lo es el milenario comal y esa nube dulce que se deshace al solo mirarlo. Buena descripción. lindero
03-12-2009 Dulce prosa-poética como el olor penetrante del café que nos invade y nos cambia una tarde po otra más alegre. flop
03-12-2009 Los aromas quedan impregnados en el alma y el sólo evocarlos los despierta y nos llevan a los lugares donde nacieron. ¡¡¡Muy hermoso cuadro!!! Amo el perfume del café y la vainilla.Gracias por compartirlo.Mis******** y un beso, Ma.Rosa. almalen2005
03-12-2009 Cada olor tiene un recuerdo adherido , que nos remueve los sentidos =D mis cariños dulce-quimera
03-12-2009 lo olores... como traen recuerdos!!!! esquizofrenica
 
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