Desnuda de ti, huérfana de tu voz, resuena mi plegaria a través del horizonte interminable, allá donde se cruza el infinito con la tierra, en ese lugar donde la realidad se convierte en sueño y el sueño se desmorona en pedazos ante la realidad…

Viste mi desnudez con las nubes de tus dedos y arranca esa escarcha helada que aprisiona mi cuerpo, sólo tus manos pueden conseguir despertar de nuevo mi pasión y revivir mis deseos escondidos.

Se quedó mi vientre árido como la estepa, seco como un desierto helado por las ráfagas del viento nocturno, aquel que antaño era cálido y confortaba mi alma con su brisa… ya no hay hojas verdes que se muevan al compás de tu aliento, ya no existe el alboroto de mis ganas ni el tintineo de las estrellas bajo mi falda.

… Y es que no estás… ¿dónde te has ido, mi amor, que no te encuentro? ¿dónde dejaste aparcadas la excitación y la lujuria que despiertan sólo cuando estás conmigo? Me abandonaste en la soledad de mi alacena, protegida tan sólo por el recuerdo de tus caricias y la lejana esperanza de tus besos…

Mis manos recorren en vano mi cuerpo esperando descubrir el tuyo, imaginando tu piel contra la mía, saciando mi hambre y mi sed de ti en esa boca que tantas veces me ha besado, en ese cuerpo que tantas veces ha sido mío y ahora…

… Ahora no estás… y se retuercen mis ganas en el torbellino de esa excitación que me provocas, aún en la distancia… aún sin tu presencia, porqué es a ti a quien deseo, mi más preciado tesoro que se escapa entre mis dedos como la arena de ese desierto que me aturde cada anochecer, como esa niebla que aparece en el letargo del otoño, que en pocos minutos desaparece y no deja huella. Así te has ido… así me has dejado…

Viste mi desnudez con la locura de tu deseo, que palpite tu corazón hasta que su redoble llegue trotando a mis oídos y pueda, al fin, sentirme amada…

Dulce.