Javier quiere ser mi amigo. No le conozco de nada pero me ha mandado un correo electrónico asegurándome que quiere ser mi amigo. Esto supone, en principio, que Javier, si lo confirmo como una persona especial en mi vida, para lo que únicamente tengo que hacer clic en el icono que adjunta el mensaje, conocerá a partir de ahora, cómo crece mi hijo, si me va bien o no en el trabajo, si mis demás amigos me quieren lo suficiente o son demasiado críticos con mis frivolidades, si me cambio de casa, si me compro un coche. Claro, de igual forma, yo entraré a formar también parte de su vida. Comentaré sus pensamientos, veré a su familia en las fotos de su álbum, me iré enterando de lo que le gusta, de lo que aborrece, lo que detesta y lo que sueña. Si todos los pronósticos se confirman, Javier y yo deberíamos hacernos tan amigos que podríamos tomar un café virtual, crear un blog juntos, chatear por la nueva aplicación de Google, mandarnos correos privados, con fotos privadas y mensajes más íntimos.
Sin embargo, cuando llego el final del correo me doy cuenta de que Javier esconde algo. No existe. Así que he decidido encerrarlo en la carpeta de Spam, donde tengo al resto de presuntos amigos.
|