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“La represa sin fin”

- Si fuésemos diez o menos castores no importaría, pero mire usted, todos nosotros trabajamos arduamente día y noche ¿Cómo es posible que no acabemos nunca?
Aquí hay algo muy extraño: ¿Por qué nadie es capaz de detener las faenas y pensar en este trabajo que nunca acaba?
- Quizá todos se lo hayan preguntado, pero en mi opinión a nadie le interesa, mire sus caras, observe el ímpetu con el que se colocan sus cascos y sus batas blancas que casi les tocan los tobillos. Fíjese usted en la sonrisa que recorre sus rostros, ellos saben –escúcheme bien- ellos saben que su labor es importante, los demás se lo hacen saber, la comunidad, y sea cierto o no, ellos creen que ayudan a los demás, aunque en este lugar de la laguna todos seamos un poco miopes con respecto a todo el bosque.
- Esa no es razón suficiente deberíamos… ¡La campana está sonando hay que volver al trabajo!

Esa noche aquel castor inquisidor y revoltoso no pudo dormir producto de una pesadilla que volvía y volvía a aparecer en su cabeza. En la pesadilla el se encontraba dando golpes, con un tremendo martillo en las manos, a un pequeño clavo oxidado que se encontraba en un madero de un intenso color café oscuro.
El castor golpeaba y golpeaba pero el pequeño clavo oxidado volvía a salir por el otro lado, en su desesperación el castor trataba de romper la tabla y cuando ya la pesadilla se volvía insoportable se infringía daño él mismo, fue en ese momento cuando se despertó sudando.
Esa noche se desveló pensando.

En la laguna en donde el vivía todos se despertaban a las 4:30 de la mañana, ellos despertaban, con el ruido de las maquinarias, a los gallos que no vivían muy lejos de ahí.

El trabajo que movilizaba a toda la laguna era el construir represas, es decir, desviar el curso natural de las aguas por medio de complejas estructuras compuestas en su mayor parte por maderas del bosque y lodo que extraían del fondo de la laguna.
Desde pequeños se les enseñaba las artes de la construcción, pasaban por varios niveles antes de encontrarse cara a cara con el jefe y la división que le asignarían para ejercer su profesión hasta el fin de sus días.
Junto con su preparación técnica e ingenieril, los pequeños castores recibían una formación valórica y ética centrada en los derechos y obligaciones que un castor debía tener con sus pares. En estos cursos se le enseñaba el valor de su trabajo y la utilidad que prestaba a la comunidad.
Los profesores castores se apoyaban en diversos manuales y en una gran cantidad de material audiovisual.
Así los castorcitos salían ansiosos del salón clases esperando algún día salvar a su familia y al resto de personas de los terribles desastres y peligros que la laguna y su curso podían provocar a su comunidad.

Nuestro castor inquisidor, aquél que por varias noches no había podido dormir, una noche sumergido en un profundo sueño comenzó a caminar dormido. Como sonámbulo recorrió grandes pasajes, rincones a los cuales nunca había asistido debido a su poco tiempo y a su ardua labor que ya a esta altura le estaba consumiendo la vida.
El pequeño castor caminó y caminó, cuentan los antiguos que lo hizo por varias horas, hasta que de súbito se despertó de un golpe tremendo que se dio contra una especie de pared lisa y muy extraña que se elevaba a varios metros de altura, arriba a lo lejos había escrito una especia de mensaje, en su asombro el castor dio unos pasos atrás y comenzó a leer:

“El Castor canadensi es un roedor semiacuático de la familia Castoridae. Se caracterizan por construir represas”.
Atención: Se le ruega al público no arrojar alimento.

El pequeño castor volvió a la laguna, sintiendo que portaba una verdad indecible, algo que no podía ser expresado en la lengua castor ni en ninguna otra.
Con la imagen de la pared, que no podía olvidar, recreó su cabeza a un punto tal que sólo ese recuerdo habitaba allí donde antes se animaban hermosas imágenes e inteligentes conceptos.

Algunos, sobre todo los sabios y antiguos, dicen que se volvió loco, otros, escépticos y confiados, dicen que sólo fue un mal sueño. Lo cierto es que de ahí en más nuestro castorcito se convirtió en el bufón de la laguna y para desgracia de algunos y el contento de otros nunca volvió a ser él mismo.

Texto agregado el 01-12-2009, y leído por 172 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
30-03-2010 Es como el cielo raso debajo del cielo estrellado... Un besito =) Mutter
01-12-2009 no entendi , que significan esos asteriscos dentro de la represa sin fin... pense que los mensionas es oslo como para decir que es lo mas importante dentro del cuento o no se. HAKOVICH
 
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