La niña le preguntó a la flor:
-¿Cómo haces para ser tan bella? Yo quisiera ser tan bella como tú algún día… ¡quisiera ser la más bella del mundo!. ¿Me dirías cuál es el secreto?.
Pero la flor no contestó, se mantuvo indiferente ante las súplicas de la niña y siguió mostrándose tan bella como siempre.
Día tras día la niña volvía ante la flor y le repetía la pregunta una y otra vez; pero la flor seguía sin contestar. Pasaron aproximadamente seis meses hasta que un día la niña, totalmente fuera de sí por la frialdad de la flor, la arrancó y la destrozó entre sus manos. Mientras lo hacía, gritaba:
-¡Si tu egoísmo no te permite compartir conmigo el secreto de tu belleza, entonces habrás de morir para que ya nadie más pueda admirarte!. Nadie volverá a verte, nadie se alegrará al percibir el perfume que con tanta suavidad inundaba este aire… ¡has pasado a ser solamente basura ante mis ojos y ante los ojos de este mundo!. ¿De qué te sirve tu belleza ahora, miserable?. ¡Exacto, de nada!. Jajajajaja…
Y se dio la vuelta, dispuesta a marcharse dejando tras de sí los despojos de la alguna vez bella flor. Cuando de repente se encontró con un lago y, como presumida que era, se detuvo a contemplar el reflejo de su rostro. Pensamientos de vanidad llenaban su mente:
“¡Guau, soy tan hermosa!. Estoy segura que todas las otras niñas quisieran ser tan bellas como yo… lástima que no puedan. No sé por qué me molesté en intentar saber ese secreto, obviamente no lo necesito. Nada se compara con mi belleza. Supongo que sólo estuve perdiendo el tiempo… ¡oh, bien, no importa!. Lalalala…”
El rostro decrépito de la anciana alza su mirada al techo, mientras incontables lágrimas caen de sus mejillas… porque su belleza se ha marchitado y la verdadera belleza había desaparecido de su vida mucho tiempo atrás, junto con los restos de una flor que alguna vez también fue bella.
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