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La espesa noche cubría su lívido rostro, sólo el trinar excelso de sus palabras hacían despertar en mí un tenue cosquilleo, aquellos que antaño Romeo hacía debió haber sentido. Mientras hablaba únicamente me concentraba en sus negros labios, pues así los veía. Indiscretamente me embotaba de su perfume, me extasiaba de su presencia, y más aún, vivía por ella.
Como salido de un cuento de terror, un gran cuervo negro se dispuso a pararse en una rama de un arbusto seco, y con sus pétreos ojos dirigió una malévola mirada, pude ver la maldad en sus diáfanos ojos, los cuales me revelaban la multiplicidad del alma de aquella ave, a lo cual inferí para mis adentros: ¡noctámbula ave del infierno!
Un fugaz brillo de argenta, cruzó por toda la órbita de sus despiadados ojos, pero lo único que ocurrióseme decir fue ¡JAMÁS!, pero un velo negro cubrió mis aluciados sentidos, y fue allí donde mi intuición despertó, era demasiado tarde, la muerte había caído sobre mi amante; mi bandida y desventurada alma se abalanzo sobre ella, mientras mi cuerpo inmóvil contemplaba aquella tragedia, ¡ni el mismo Esquilo hubiese soportado tal!
Alcé mi vista y pude con toda certeza observar aquel pajarraco, logre ver como reía la muerte de mi amada mientras acicalaba sus dantescas plumas, pero de nuevo volví a encontrar esa mirada fría y desgarradora, típica de un carroñero mortecino. En seguida quité mi vista de aquella asesina creatura, a lo que dicho engendro respondió: ¡NUNCA, JAMÁS!
Mi corazón sólo sabía que había alucinado, que la ebriedad del amor hacíame escuchar tales infamias de la naturaleza, porque ni el mismo Darwin lo hubiese aceptado; no obstante una minúscula parte de mí aceptaba aquel lúgubre acontecimiento.
Alcé un poco más mi ya nubada vista hacia el desierto cielo, ¡Ay! Cuanto hubiese dado por divisar una fulgente estrella, pero jamás me hubiese imaginado que al descender mi vista hacia la bella -----------, estaría posado aquel malhayado escuincle animalesco sobre mi única estrella, con sigilo y desdén retrocedí ante la presencia del burdo animal, pero no dudé más, rápida y plausiblemente desenfundé mi arma y apunté hacia el ave, la cual una sola pluma movió, y, por el contrario, acto seguido: lentamente con esas diminutas patas hizo a hostigarme con el tambaleo de su pesado y fornido cuerpo; empero, jamás respondí a su acoso… un sólo ruido sordo despertó la atención de los próximos, seguido de la pequeña turbación de sonido del acero, era, en efecto, mi arma había caído al suelo: un pesado y lento cuerpo le siguió a su paso…
Cuando era atraído por el suelo, la imagen de aquella horrible creatura de abenuz y de desamor, era borrada de la poca conciencia que quedaba aún en mí. Al caer sentí que mi cara entraba en contacto con una sangraza, la cual vi que era manada de mi bella Marcela, ¿cómo podía ser?, cuervo maldito, destructor del amor, asesino de esperanzas…
Con mis últimas fuerzas pude recuperar aquella arma, y sin piedad alguna disparé contra aquella cosa, pero noté que ya había gastado los dos únicas balas que quedaban…
Creía que eran mis últimas fuerzas, pero como filósofo naturalista sabía que podía aún más, así que corrí directo hacia mi amante, la cual con sinceros ojos me miraba y me decía, ¿por qué?... ¿por qué?, palabras tan pequeñas salían de su boca que en la inmensa espesura de la noche podía oír el rozar de sus carnosos labios, y el parpadear de sus penetrantes ojos.

Texto agregado el 30-11-2009, y leído por 253 visitantes. (0 votos)


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