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Agotado
Muy temprano, en una fría mañana de Junio y desvelado por la exagerada tormenta de la noche, Alfonso preparó un burbujeante cimarrón y mirando fijamente a la hoguera su mente se colmó de angustia.
Por la magnitud de la lluvia, el campo, la huerta y el gallinero parecían un enorme espejo y mientras el olor a humedad ingresaba a la pequeña casa como el trinar de los pájaros en primavera, a lo lejos algunos relámpagos y truenos se iban despidiendo.
El bostezo de un sol perezoso tentaba a Alfonso a dar pequeños sorbos y a conversar con sus entrañas acerca de las crecidas de un río cercano.
Alrededor, todo era agua. Salir a trabajar era imposible y agotado como se sentía nada iba a hacer.
Levantado a esa hora, viudo, varios abriles con canas, huraño y con pocas ganas de hacer algo, por su cabeza atravesó una determinante desición.
Ya casi las ocho y apenas un claro en el horizonte, tomó un pedazo de pan y clavado en un opaco tenedor, lo fue tostando de a poco directamente sobre las llamas para así callar a sus hambrientas tripas.
El crujir de los mordiscos, las migas en el piso y el aroma a tostado adornaron el lugar pero no bastó para que Alfonso cambiara de idea y desvíe su lánguida mirada.
El silencio era entrecortado por una gotera y no había radio ni televisor para oir de fondo ya que habían sido canjeado por unos pocos pesos en la compraventa.
En ese momento, el sol traspasó la vieja cortina y las ojeras de Alfonso se blanquearon. Muy cansado, se dirigió a su habitación y tomó la desición. Su cuerpo se apoderó plácidamente del aplastado colchón.
Solo quería poder dormir un rato. Había sido una noche agotadora.
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Texto agregado el 29-11-2009, y leído por 110
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