I
Si alguna vez
en esta ciudad de ruinas,
tu mano rompe el viento,
se te olvida cortar flores de los parques,
lloras en la calle bajo un almendro.
Si alguna vez piensas lo felices que éramos:
qué fácil era nuestro amor pasajero
Todo tenía esa sencillez de los niños,
los mendigos en la calle
eran tan dichosos como nosotros.
Ya te he dicho todo, lo que se puede decir,
lo que se debe callar, y te miro
con este silencio que lo sabe todo.
Si alguna vez recuerdas esas palabras que inventé,
esa oración de sangre y vino de tu cuerpo,
de tu ausente piel de mil noches en invierno.
II
Me voy a dormir
con esta tristeza de mi cama vacía,
de pensar en el resto de la vida sin ti,
sin tu sonrisa, sin tu voz de princesa, sin ti,
para toda la vida sin ti,
y cuando me haga viejo,
pensar que me voy a dormir llorando
porque no estas,
porque quizá no amanezca
y me quede muerto,
con los ojos cerrados,
con la sábana sobre mi cabeza,
con el frío en los huesos,
pero sin ti.
Tengo la certeza
de que ese otro lado de la cama está frío,
muerto, marchito, enterrado,
cómo enterrado tu recuerdo.
Es verdad, sin palabras,
que no estas, que me tengo que dormir
con los ojos llorosos, con la boca seca,
con ese espanto de saber que mañana
sin razón alguna, cuando todo este en silencio,
cómo cada noche de cada día,
voy a dormir en medio de esta batalla pérdida
para toda la vida,
sin ti.
III
Eres,
ese primer respiro de la mañana
cuando despierto pensando en ti,
el milagro que he inventado con mi mano,
cómo un dibujo de ti, apenas un retrato;
y te invento, y te encuentro,
ese sollozo sobre tu espalda triste.
y mí oído en tu seno acurrucado.
Cuando me muera,
el día que deje de verte en todos lados,
serás mi epitafio.
Ya he perdido la cuenta,
de las palabras que he escrito,
de las que te he dicho,
y las que solo pienso cuanto te amo.
Ya no eres sino este intento
de robarle un poco a Dios de tu sombra,
de tu figura moribunda en mi memoria.
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