Rompiendo los fríos hielos antárticos, la proa del barco quiebra la soledad blanca del entorno, dejando libre el agua, como nervio expuesto a una fractura. Los pingüinos y pelícanos árticos, nos miran con extrañeza y asombro, la vibración producida por nuestro navío, desprende algunos trozos de hielo eterno, que caen a las gélidas aguas dejándonos sentir un ensordecedor ruido, con un golpe seco al agua y frío glacial.
La nave nos protege, es nuestro refugio y nos aferramos a ella inconcientemente, como esos elefantes marinos en aquel islote de hielo, protegen a sus cachorros de nuestra presencia, su instinto animal los hace desconfiar de nuestro paso, como si supieran de nuestras intenciones mas bajas de esta especie, intuyen que nuestra expedición aquí es para salvaguardar la vida de esta reserva, como nos auto arrogamos el derecho, de reservarles un espacio, que desde siempre ha sido de estos animales, únicos habitantes de este austral lugar.
El capitán de pronto da la señal, es la alerta esa ruidosa bocina que no creíamos escuchar tan pronto, otra embarcación se acerca sospechosamente, su línea de flotación delata su peso y nosotros nos parapetamos, preparados para abordarlos, solo podemos inspeccionarlos y cursar si fuera necesario una infracción, al código internacional marítimo austral antártico, patrimonio de la humanidad así lo estipula la ley.
Sabemos que no es un barco pesquero ordinario, sus cañones poderosos ya han sido disparados, sus arpones no brillan en sus puntas. Es de bandera japonesa, el capitán en su idioma gentilmente nos invita a abordarlo, el horror ahí se siente, el olor a sangre también
todo aquello contrasta con la amabilidad de la tripulación y su capitán.
Es así de contradictorio, ellos nos sonríen y nos tratan amablemente, sin ocultar la carnicería de animales árticos diezmados en la cubierta, con ensangrentados garrotes y lanzas, hay entre estos cuerpos pequeños lobeznos marinos, aun convulsionándose, por los golpes propinados.
Luego de la inspección, nuestro capitán constata que todo esta en orden, solo le cursa una infracción amparándose en el párrafo veintiocho, inciso cuarto de la ley marítima internacional austral, patrimonio de la humanidad, como si aquellos seres moribundos entendieran algo de estas burocráticas leyes internacionales de humanos por cierto.
El capitán silencioso nos conmina a abordar nuestra nave y vemos como ese barco factoría se aleja dejando una estela de sangre y horror para estas especies, que miran desde los islotes de hielo eterno, lanzando en su lenguaje improperios y reclamos al ver que se alejan.
Soy un marinero de segunda en instrucción, no puedo opinar ni contradecir las órdenes de mis superiores, pero las imágenes de aquella matanza en el barco factoría cambiarían para siempre, mi manera de ver y respetar a las especies, no tan solo de este mundo antártico, sino a todas aquellas que vemos día a día.
Tanto que hemos inventado y construido, remedios para enfermedades mortales, artefactos increíbles para orientarnos en estas gélidas aguas y noches, pero no hemos inventado nada para nuestra real esencia humana,esa de matar a veces no por alimentarnos, sino mas bien por
placer y no de vivir en armonía con el medio ambiente, mientras reflexionaba en mi camarote, suena de nuevo la alarma pero esta vez acompañada de otro sonido, es un monótono timbre, que sabemos todos aquí en la embarcación, es un aviso de que algo muy malo esta sucediendo y que no es un simulacro, ni un ejercicio de rutina.
Mi estòmago se contrae y mi corazón golpea fuerte el pecho, salto de la litera rápidamente
corro hacia la cubierta, topándome con otros marineros, veo de reojo sus caras, deduciendo que nada bueno esta sucediendo. Todos esperamos instrucciones del capitán, mientras este golpea la gorra al ser informado de la situación en la torre de mando, golpeando la claraboya de abordo, por la escotilla de la sala de máquinas, se respira el olor a aceite quemado por la fricción excesiva de los componentes del motor del barco, se ve muy preocupado y nosotros nos empapamos de su nerviosismo sintiendo el aire helado del frío glacial, estamos expuestos. El capitán se dirige a nosotros nos informa la real situación.
Hemos golpeado nuestro timón y la hélice se ha desprendido de su eje, así las cosas la conclusión es lapidaria, estamos a la deriva, el frío reinante nos congela las narices, y golpea nuestras orejas, a pesar de nuestras vestimentas para este ambiente tan hostil para nosotros, estamos totalmente sin dirección, ni fuerza de motor, en medio del ártico y la noche, quedamos a la espera de nuevas instrucciones, sabemos que el tiempo es variable y una tormenta puede caernos encima, así también la muerte moriríamos congelados en cuestión de minutos aquí.
El capitán da la orden de parar máquinas, debemos dosificar el combustible y acurrucarnos todos para conservar calor, son medidas extremas de supervivencia, si quedamos sin combustible nuestro tiempo de vida seria mínimo estamos al limite entre la vida y la muerte.
Debemos anclar el barco, el capitán lo sabe bien, no podemos seguir a la deriva, el sos esta activado, desde hace mucho tiempo atrás, nuestros instrumentos de navegación, están indicándonos, que se avecina nuestra muerte, disfrazada de tormenta, nadie dice nada nos miramos y nos despedimos en silencio, los ojos duelen por el frío, no es tiempo de llorar solo esperar.
Es muy noche, apenas unas estrellas se dejan ver en la inmensidad, de pronto escuchamos ese canto de las ballenas, comienzan a acercarse, son muchas de la especie jorobada lanzan aquellos chorros de agua hacia nuestra embarcación, muy lentamente sentimos que nos embisten, con una suavidad imposible de describir aquí, nos remolcan en esta noche a las puertas del temporal ártico.
El capitán eleva con nosotros una plegaria, por nuestras almas, sin creer lo que estamos viviendo en este momento, la aurora boreal nos regala el paisaje mas sorprendente que haya visto jamás, es el presagio de una situación, que para todos nosotros tripulantes del “justicia primero”, de capitán a grumete, creíamos perdida, fuimos arrastrados por esos imponentes cetáceos.
Estamos en una playa ártica totalmente a salvo de la insipiente tormenta, que comienza a dar sus primeros avisos de que será como tantas otras, demoledoras e increíblemente heladas, capaz de congelar al fuego en segundos.
Los pingüinos de distintas especies emperador, adelias nos reciben con sus pequeñas alas como brazos abiertos, muchas aves nos sobrevuelan, las focas se dejan ver, los elefantes marinos mueven sus cabezas y colas, las morsas juguetean sin temor a nosotros, esperaremos nuestro rescate y las provisiones necesarias para reparar nuestra nave.
Estos nobles animales, nos dieron una gran lección de vida, estos seres instintivos y feroces
respetaban la vida a cabalidad, sin importarles nuestro genero ni especie superior que nos creemos, ellos nos salvaron de morir congelados en medio del ártico. Nos enseñaron a respetar a otras especies aunque muy distintas a ellas las ballenas, nos dieron la chance de vivir.
Reparamos la nave, nos reabastecimos de alimentos, continuando nuestra vigilancia, para volver a casa después, para mi y mis compañeros de esa promoción, cambiaron para siempre la perspectiva de los hombres y su entorno con los animales, desde ese momento cambio mi manera de pensar con respecto a los animales dando un giro para siempe mi vida.
|