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Después de casi treinta años rodando por el mundo, la vida lo había conducido a Buenaventura. Y en medio de los atardeceres más bellos que puedan ser imaginados, empezó a rememorar su vida de marino que lo había llevado, casi sin percatarse, hasta los rincones más apartados de este mundo que ahora le parecía pequeño.

Una nostalgia vieja le rodeaba y sentía su peso como si de una capa mojada se tratara. Tenía la piel trigueña, ojos negros como la noche y una nariz que proclamaba a los cuatro vientos su origen árabe.

Con casi treinta años de vida en España, hablaba el español a la perfección. Pero de vez en cuando, sólo muy de vez en cuando, un ligero acento casi imperceptible y que no podía identificarse, indicaba que el hombre no había nacido al norte del Meditarraneo.

Su cabello ensortijado contrastaba con una barba blanca de chivo, corta y tapizada de blancos y negros, que le cubría el mentón. Tenía una mirada profunda, como la de un águila, que no podían esconder dos cejas negrísimas.

Me contó que vivía en Bilbao. Pero esto era un decir porque un marino vive sólo dentro de sí. Se había casado con una española en los tiempos que estudiante en la escuela náutica y decidió no volver a Libia para evadir el servicio militar.

Se había hecho marino, ya lo he dicho, tratando de encontrar los horizontes que había perdido en su infancia de nómada, pero en ningún mar había encontrado la soledad y la felicidad de los desiertos de sus primeros años.

Se resbaló sin vacilaciones por sus recuerdos y de pronto se encontró siendo de nuevo un niño feliz, en los arenales del norte de Libia, en la caravana de comerciantes que formaban varias familias, entre ellas la suya.

Empezó a recordar los años de su infancia como una época de alucinación donde la libertad lo circundaba todo. Era la suya y la de la caravana nómada una vida simple. Intercambiaban dátiles por harina o lino o aceite y una vez hechos los intercambios quedaba todo el tiempo del mundo para ser feliz.

La tribu se desplazaba al ritmo de las estaciones, buscando siempre las lluvias del norte. Con frecuencia llegaban a playas vírgenes que los acogían con un abrazo de luz que ellos creían que existía en todo el mundo. A cuatro pasos de la orilla, cavaba con los otros niños nómadas un hueco de un codo de profundidad y salía un agua fresquísima que podía beberse allí mismo en el mar. La maravilla del cielo nocturno que proclamaran los poetas bíblicos, era suya cada noche.

Cada oveja, cada camello, cada vaca en su tribu era reconocida como un ser independiente y único. Si una oveja estaba débil, no se trataba de una oveja. Era la hija de la oveja negra, la que caminaba torciendo la pata derecha. La que nació dos semanas después del cometa de las tres cabelleras.

Sus abuelos habían muerto en el desierto y fueron la última generación nómada del norte de Libia. Su madre aún vivía, pero ya no en un mundo sin límites sino en la triste monotonía de la ciudad.

Había transmitido la bella lengua árabe en su hija mayor. Era musulmán y hacía lo posible por conservar la cultura de su pueblo, luchando contra un mundo que nunca había acabado de comprender. Pero la hija menor hablaba sólo español a pesar de que cada dos veranos iban a Libia a reunirse con su interminable número de primos.

Tratando de asir los últimos recuerdos de un mundo desaparecido, estaba construyendo en su casa de Bilbao una réplica de su casa de infancia. Estaba la arena, las tiendas, el pozo de agua. Pero no podía construir la conversación frente el fuego, el frío de la noche, los juegos con los otros niños nómadas, la felicidad de sentirse un ser humano auténtico.

Se llamaba Marley Waad. Y los ojos le brillaban cuando hablaba de su infancia en el norte de Libia. Cuando era un niño que pertenecía a las ultimas tribus nómadas del norte de su país.

Me contó su historia cuando estábamos navegando hacia la boya de mar en Buenaventura. Porque ya no era un hijo del desierto. Ahora era un marino. Como yo.

Texto agregado el 27-11-2009, y leído por 115 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-11-2009 Gran narración. Libia, terrífica situación la que alli se vive y se debe arrastrar el origen aún se luche contra el mundo y ese mundo en algunos casos, no los acepte. Felicidades un abrazo CARLOSALFONSO
 
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