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De espaldas a la puerta, esperé su regreso. Impávido mi rostro, ni un solo músculo de mi cuerpo demostraba inquietud. Con la mirada perdida en la lejanía a través del cristal del bar, que como un inmenso cuadro me dejaba ver la quietud del campo en el ocaso. Bebí la copa de Ron, sorbo a sorbo, el tiempo hace mucho que ha dejado de preocuparme. El paso de los años me ha enseñado a no temerle. La paciencia y la calma son ahora mi mayor virtud. Bebo otro sorbo de Ron, y comienzo a recordar…

“La había conocido veinte años atrás, una noche me crucé en su camino, desde aquel día, me sentí dispuesto a entregarme a sus brazos. Resuelto estaba a entregarme a ella sin ninguna resistencia, totalmente convencido de que era lo mejor que podía pasarme. Pero entonces, ella decidió dejarme. Sin importarle cual era mi deseo, sin tener en cuenta mi desesperante necesidad de aferrarme a ella. Sólo contaban su egoísmo y sus caprichos, sus necesidades. Y se fue, dejándome allí parado; destrozando mi espíritu y mi corazón. Inmerso en la más profunda de las desesperaciones”…

Han pasado muchas cosas desde entonces. Ahora, luego de tanto tiempo volveremos a encontrarnos.


De pronto, atravesó el umbral…


Hermosa como entonces, se aproximó a mí. Bajo la cálida luz del cuarto sus felinos ojos se fijaron en los míos y una delicada sonrisa se dibujó en sus labios, aún la recordaba así. Cínica y un tanto frívola la expresión de su rostro, pero tan bella, que otra vez comencé a sentir el influjo de sus encantos…

Al son de uno de sus temas preferidos, comenzó a arrimar su cuerpo perfecto y delicado junto al mío. Flotaba su perfume en la atmósfera del cuarto. Ella, danzaba en derredor mío suavemente, subiendo y bajando, rozando mi cuerpo. El tema musical se estaba reflejando en mi sentir. Su cuerpo giraba lentamente, se arqueaba y me envolvía, sensual y atrevido se traslucía bajo la sutil gasa negra del vestido. Sentí, en ciertos momentos de esos giros, sus senos tibios pasando por mi pecho y mi espalda. Sus manos ávidas, me acariciaban deslizándose desde mi nuca, hombros y pecho, hasta aferrarse eróticamente a mis muslos. Estaba cayendo lentamente bajo su influjo. Su mirada colmada de deseo me embriagaba. Pero, esta vez, era yo quien esperaba terminar con nuestro encuentro. La noche recién comenzaba y el alba, el alba se hallaba muy lejana todavía. Sus labios anhelantes, se posaron en mi boca. Sonreí casi maliciosamente. Seguía siendo tan mía; que, aún sin proponérmelo, un deseo muy fuerte de vengarme se apoderó de mí. Pero dominé ese impulso, la aparté de mi cuerpo y dejándola extrañada ante mi reacción, levanté la copa y brindé por ella. Al hacerlo, sus ojos tomaron nuevo brillo. Me arrebató la copa y brindó por los años pasados y el amor. Me senté en el sofá para contemplarla. Con la copa en la mano, se tendió a mi lado cuán larga era, apoyó su cabeza sobre mis piernas y fijó sus ojos de gata enamorada en los míos. Le quité la copa y besé sus labios con toda la pasión que había albergado en mis adentros desde su partida; desde antes de haberme dado cuenta que ya no la deseaba. La besé largamente, hasta sentir que su postura de triunfo se desvanecía, temblaba de amor entre mis brazos. Entonces, al sentir su cuerpo estremecerse, me levanté alejándome lo suficiente para observarla, para gozar del placer que me causaba verla así, rendida ante mí. Pudo adivinar mis sentimientos y se irguió de un salto. Su mirada gatuna se transformó en fuego. Esperé el zarpazo de su ira, sin embargo, controló su arrebato y calmadamente dijo…

-Te he amado, más que a todo, te he amado. Aquella noche, cuando te ví por primera vez, experimenté como jamás lo había hecho, la necesidad de sentirme mujer, y cambié por ti. Te cruzaste en mi camino suplicando que te ayude. No pude hacerlo. Al verte, algo extraño me ocurrió por primera vez. Y no pude responder a tu súplica, aún, cuando era el momento que siempre aguardo para lograr mi victoria. Contigo, había descubierto al amor. ¿Cómo podría hundirte en las profundas noches en las que vivo, si te ví sol, si te imaginé mil mañanas amándome en la frescura de tu lecho? ¿Dime, cómo podría, amándote como te amo?

Sus ojos cargados de llanto hasta las lágrimas, me contemplaban, mientras su voz sonaba con un tono de tristeza tal, que me hizo sentir un miserable y me arrodillé ante ella. Todo el resentimiento que se había acumulado por más de veinte años se esfumó en ese segundo…

De súbito, cuando me hallaba en acongojado abrazo aferrado a su cuerpo, profundamente apesadumbrado y rendido ante su angustia. Una horrorosa carcajada de ultratumba heló mi sangre. Su manos, que tan calidamente sentí entre las mías, se habían transformado. Entonces miré su rostro. La larga cabellera no existía, un frío manto la cubría igual que a su cuerpo. Su perfecto cuerpo era sólo un esqueleto bajo la mórbida mortaja, cuyos huesos podía sentir contra mi pecho. Me aparté de un salto. Su risa retumbaba por doquier. Quise correr. Creí volverme loco…
Pero entonces, pude ver en el fondo de la cuenca vacía de sus ojos, una luz de tristeza que dolía.

Y comprendí…el final de la noche había llegado y con él, también el de mi vida.


FIN

Texto agregado el 27-11-2009, y leído por 611 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-11-2009 aplausos, aplausos, aplausos... excelente trabajo. muy buena idea y redaccion. Saludos! bakerstreet
 
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