LA AVENTURA DEL VUELO
Las tardes del pueblo sabían a silencio después que los escolares regresaban a sus casas. El viento se aperezaba, las aves se tumbaban entre las ramas y una quietud semejante a una malaria invadía la conciencia de la comunidad. Supe que también por tierra podría llegar a los centros urbanos, pero era una aventura:
— Pues cuando no hay pájaro, se va uno a caballo o sin caballo, son de tres a cuatro horas, eso cuando los arroyos no están crecidos, luego para llegar a la carretera hay que cruzar el río. Espera uno el autobús y tres horas después, si no se descompone, se llega a la ciudad.
Volar también era una aventura: La avioneta parecía un pajarraco sobreviviente de guerra. El vuelo salía en cuanto se juntara el pasaje, ya dentro, nos acomodaba el capitán y después prendía la máquina, esta ronroneaba y el piloto daba entonces unos acelerones, como si deseara tomar desprevenida al ave y, si respondía, guiaba entonces a la pista y de allí tomaba velocidad y en minutos las casas se hacían pequeñas. Había baches en el cielo y al caer en ellos, las caras se tornaban preocupadas y más de alguno se persignaba.
Abajo la culebra del río y pedazos de selva que eran minúsculas representaciones de lo que había sido el paisaje. La tierra cuadriculada por los potreros, los sembradíos y la calvicie de los cerros. Años atrás hubo un mesías que dijo: “qué no quede un pedazo de tierra sin cultivar” sacaron la guadaña, el machete, el hacha y peluquearon los cerros. Hoy lucen pelones, hierbas arribeñas lo han poblado, tal vez anide una liebre, una serpiente, pero la fauna y la flora que Natura edificó en millones de años es recuerdo.
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