LA VÍSPERA DE ALMA
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Llegada la víspera Alma recorrió el paraje de siempre y allí buscó entre los elementos conocidos, un llamado que pudiera retenerla. Pero los talas se retorcían sobre la greda bordeando con desolación al antiguo arroyo. El valle mostraba su cara desértica. La tierra ignoró la presencia del agua y el manantial que atrajera a los viajantes, ofrecíale en esta hora, caparazones olvidados por numerosos caracoles.
Ella fue acercándose hasta la roca que limitaba aquel paisaje. El horizonte se teñía de ocre, cuando voces infantiles la llamaron. Bajaban velozmente por el sendero de la cuesta, hasta prenderse de su falda. Desde varios días antes los niños lugareños observaban a su joven maestra jardinera, sin hablarle, queriendo dibujar su imagen en las memorias de ellos. Adelantándose a la partida, le sonreían con sencillez, igual a quien se detiene ante un recuerdo.
Alma se vio entonces muy lejos de esa infancia, ubicada en una imagen sin cuerpo, como una presencia del pasado. El suelo ya no existía. El juego de los niños, era la época que ella abandonaba. Pasó las manos sobre aquellas mejillas rojas y paspadas por el viento serrano, para alejarse al fin de su primera escena. Había deseado esa partida. Las casas de cemento ciudadanas surgieron ante su imaginación, extendiéndole sus brazos enguantados. Habíase ido ya en el pensamiento, desde tiempo atrás, había partido antes de ese día. Los niños así lo sentían.
LA PARTIDA
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Alma despidióse de su madre de crianza sin exteriorizar ninguna pena. Los niños la acompañaron por el camino y sus caritas redondas, fueron las únicas en despedirla. El hermano de leche la saludó con la mano en alto, mientras ella apoyaba su frente contra el vidrio de la ventanilla del ómnibus, que la transportaría hasta la ciudad. El motor rugió. La serranía repitió su eco. Los árboles se apartaron del camino. Uno de los niños abandonó el grupo y su mano sucia recogió un boleto arrojado sobre la calle de tierra. Luego regresaron todos juntos hasta el juego que habían interrumpido.
El viaje continuaba. Ella detuvo la vista sobre la muñequita de paño verde que bailaba frente al asiento del conductor, sostenida por un hilo de lana. Las vibraciones del ómnibus la adormecían, y bajó la cabeza. El trayecto ofrecía inesperadas curvas a la somnolencia de los viajantes. Una sacudida de mayor violencia la hizo caer hacia adelante. La muñequita parecía sonreírle detrás de su cara bordada. Alma admiró sus ojos de lentejuelas verdes, luego volvió a apoyarse contra el respaldo.
El sueño la fue transportando hasta el paisaje de su valle …Caminó por él… Y allí, sobre una roca que limitaba la colina, divisó un asiento de ómnibus. Sentóse en él, dirigiendo su vista hacia el camino que atravesaba la cuesta. Otra pasajera ocupó el lugar vacío.
—¿Qué miras? ¿Qué te inquieta Alma? Debes tener paciencia, faltan todavía muchas horas para llegar— le dijo la recién venida que hablaba sin despegar los labios
Ella la observó un momento ¡Y la reconoció! La muñeca estaba sentada a su lado y el brillo de las lentejuelas que formaban sus pupilas, heríale la visión.
—Estoy esperando a los niños que siempre me buscan en este lugar— contestóle la joven
—Ya no vendrán— díjole su acompañante
—Pero ...¿Por qué has roto el cordón que te mantenía frente a todos los viajeros? Tu danza encarna la ilusión de vida, en medio de la inercia de este viaje— le inquirió Alma
La muñeca sonrió con toda la boca, y un manojo de lana asomó por la costura abierta.
—Para acompañarte, jovencita, pues te vi melancólica... Esos niños se encuentran ya muy lejos. Te apartaste de ellos y vas en busca de un mundo que te aguarda. Ahora estoy yo a tu lado. Te vi tan entristecida que descendí para consolarte— le respondió la figura de paño
El asiento volvió a conmoverse, los ocupantes del vehículo abrieron bruscamente sus ojos. El ómnibus se detuvo para dejar subir a nuevos pasajeros. La figurita de paño verde y lentejuelas, colgaba otra vez frente al conductor... Alma entrecerró los párpados, mientras su acompañante continuábale hablando :
—Tu valle se ha vaciado, es sólo una imagen. Pronto llegaremos—continuó diciendo la muñeca de lana verde
—Mi vida está más vacía aún— expresó la joven —En ella todo ha quedado en forma de recuerdo. No habrá más juegos, ni hermano de leche, ni niños en mi derredor.
—No, todo ello ha concluido para ti. Pero sí una vida universitaria que te aguarda, con todo su misterio.
—Este viaje es demasiado largo ¿Por qué no regresas a tu sitio? Todos extrañarán tus movimientos. Eres para nosotros, los pasajeros, la imagen de la vida. Nuestra energía subsiste en potencia, los viajeros llevamos la sangre acumulada en el letargo de la espera— ella cruzaba sucesivamente los brazos, sus pies jugaban
—Tranquilízate Alma, ya llegarás. Soy tu Guardián. He ocupado el centro de aquella muñeca para que no te espante mi rostro verdadero.
—¿Eres muy feo?— ella se apartó con temor
—No. De ninguna manera. Mi realidad es solamente sorprendente, para la visión de quienes han caminado durante años, sobre las calles de greda.
—¡Quiero verte! ¿Dónde te escondes? ¿Detrás de estos ojos de lentejuelas verdes?
Las tomó Alma con su mano arrancándolas y al desprenderse… cayó sobre ella un torrente de humo. La obscuridad envolvió el sueño.
LA LLEGADA
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—¡Estación de Córdoba! ¡Terminal! gritó la voz del conductor, mientras los pasajeros se aprestaban a recoger sus maletas del “guardaequipaje”
El vehículo quedó desierto. Solo Alma continuaba de pie sobre el pasillo del ómnibus, sin decidirse todavía a descender. Buscaba la muñeca verde como si la necesitara, deseando que bajara con ella.
—Ya hemos llegado— le volvieron a decir —¿Esta valija es suya? ¿No conoce la ciudad? ¿A dónde tiene que ir?
—Me esperan en esta dirección— contestó Alma mientras le extendía un trozo de papel escrito
—Esta calle se halla a cinco cuadras de aquí, tomando esa dirección— díjole el chofer
Luego ella se encaminó hacia el sitio señalado. El conductor del ómnibus y el guarda, viéronla alejarse.
—¿No sería bueno colocar una muñequita de lana colgada del vidrio parabrisas?— preguntóle el guarda al chofer
—Cierto, compraremos una de lana, como mascota, alegrará nuestros monótonos viajes— contestóle él
—He pensado en una muñequita vestida de verde.
—¿Cómo un gnomo? ¿Por qué te vino esa idea?
—Porque así va vestida esa señora que camina atrás de la jovencita que acaba de bajar. Va vestida de verde y con lentejuelas brillantes. Lleva un extraño vestuario, como el de los gnomos, pero es una señora.
—¿Dónde? Yo no la veo.
—Atrás de ella, muy junto a ella… como si la siguiera.
—No...No la veo…. Veo a la chica sola.
— No está sola. Allí van las dos, míralas bien... ambas doblaron ya esa esquina.
—La jovencita estaba sola.
—No, no estaba sola, bajaron juntas.
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Alejandra Correas Vázquez |