Mi vida siempre ha sido monótona, tranquila, apacible, nunca me jactaría de ser extrovertido y menos impulsivo. Lamentablemente el destino a veces nos juega malas pasadas y algunas de ellas son definitorias de una vida.
Yo era un sujeto flaco, nunca me tomé la molestia de ir a un gimnasio, mi rostro no era el de Brad Pitt pero tampoco el de Rocky después de una pelea. Me veía a mí mismo como una estrella de rock, al menos me habría gustado serlo, porque pues, nunca me atreví a contrariar a mi madre y a ella le gustaban las camisas bajo los pantalones y los zapatos bien lustrados.
Me sentía dichoso ya que una linda chica se había fijado en mí. Aquella noche sabatina que decidimos ir a bailar a una discoteca, al entrar se nos cruzaron unos tipos borrachos, uno de ellos estaba lleno de tatuajes y el otro pues parecía un luchador de sumo, empezaron a piropear a Martha, yo seguí de largo.
Después de un par de horas salimos de la discoteca y ahí estaban aquellos sujetos, se acercaron, jalonearon a Martha, trate de defenderla, me golpearon, uno sacó un cuchillo, nos caímos al suelo, el cuchillo se incrustó en su pecho, yo en la cárcel.
Una vez tras las rejas conocí a Pablo, el sepulturero de la cárcel, le propuse un trato: me enterraría junto a un cadáver y luego, cuando nadie se diera cuenta me sacaría. Y aquí estoy bajo tierra, ya llevo varias horas esperando y ya no aguanto, creo que he encontrado un fósforo, me pregunto quién será mi frío acompañante, se parece a Pablo.
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