Insomnio
Me encontraba en algún lugar del medio oriente con Ivette. Alquilamos una pensión, eran cuartos compartidos, con luz tenue de velas, de señoras de largo vestido y con la cara cubierta.
A mitad de la noche me levanté a ver un vaso de agua, subí unos peldaños y encontré un largo pasillo que desembocaba en una habitación en forma de círculo. Me acerqué a la entrada y pude observar que la habitación tenía siete ventanas, una estaba abierta y el viento que entraba movía bruscamente las cortinas. De pronto, observé ese espectro que no me dejaría dormir el resto de mi vida.
Era una niña rubia, pálida, con ojeras, de unos 4-5 años, de pequeña estatura con el cabello hasta los hombros y cerquillo. Puso la mano en la ventana y su mirada me perforó los intestinos. ¨ Es una aparición ¨ dijo desde el pasillo de atrás un señora que cargaba un niño en sus brazos, después me dijo: ¨ No volverás a dormir ¨, mientras soltaba al niño y lo dejaba caminar torpemente. El niño camino hasta la ventana abierta y tomó en sus manos un gatito negro, acariciándolo me lo entregó. Lo cogí del tórax con una sola mano y cuando lo estaba alzando me clavó sus garras y arrancándome la piel se fue poniendo de color blanco. Presa del pánico, sacudí el brazo para quitármelo de encima y el animal se convirtió en plata y no pude sacármelo de la mano. Golpeé mi mano contra un escaparate para romperlo, de repente me di cuenta que no tenía nada en el brazo, ni un rasguño y la señora y el niño estaban caminando al fondo del pasillo.
La niña golpeó la ventana otra vez y volteé a ver, pero ya no estaba. Caminé descontrolado por el pasillo chocando con las paredes, y sudando en frío. Al final del pasillo la señora y el niño señalaban una ventana abierta, al verla reconocí a la niña, pero esta vez estaba sentada en el borde moviendo sus pequeñas piernas y abrazando una muñeca de trapo.
Alzó su cabeza con una sonrisa irónica y me miró a los ojos como analizándome, luego rió primero dulce y después satánicamente. Miré a mí alrededor y estaba solo, un aire azul inundó la habitación. Comprendí que aquella niña no era un ángel ni un demonio, era parte de mi y no se iba a ir. También me di cuenta que todo fue un sueño, al despertar estaba en la habitación, sentado en una silla al filo de la cama con un vaso vacío, Ivette seguía dormida, el velador estaba encendido y encima del mismo estaba la niña sentada con su muñeca de trapo susurrando y riendo en idiomas desconocidos, esperándome.
Miguel Ochoa
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