Lluvia, cae lo más pronto que puedas
para que apagues este Sol que me hiere;
mira hacia abajo y cuando me veas
descarga toda el agua que lleves.
Que ella se me fue y no piensa volver
y el Sol me hace verme sólo, sin ella,
es por eso que te quiero ver caer,
Lluvia, por eso ahora te pido que lluevas.
El fuego del astro debe apagarse ya,
Lluvia, espero que me estés oyendo,
no quiero verme con esta soledad,
¿qué pasa, por qué no estás lloviendo?
¿Acaso tú también estás herida,
y si caes tal como te pido, morirías?
Tanto que caías mientras yo amaba,
tanto disfruté de tus roces en mi cara,
al parecer ambos perdimos por amor
lo que creímos que el amor nos daba.
Sólo tenemos este inmenso Sol
que quema y nos hace perecer.
Lluvia, si no me puedes hacer el favor,
esperaré entonces al anochecer.
Que la Luna haga todo el trabajo,
que me salve si se compadece de mí,
esperaré con ansias hasta que haya llegado
y pediré que aparte este fuego de aquí.
Llegó el anochecer y la Luna casi invisible se asomó por el cielo, llorando con desconsuelo; lloraba también por amor. Me miró justo a mí con una mirada tristona, como si fuese yo el único que existiese. Al parpadear dejó caer una lágrima y luego más y muchas más. Sus lágrimas, como lluvia lúcida, cayeron por toda la tierra mientras se paseaba por el firmamento, y eran tantas que ahogaban a todos los seres, provocando un sentimiento de melancolía en cada uno, que les llevaba a recordar todas esas noches en las que sinceramente creyeron haber tenido al amor. Al terminar la noche, el Sol se hizo dueño del cielo nuevamente y su fuego lentamente secó todos esos corazones desconsolados. |