En la vagancia y laberintios de calles eternas alfaltadas, mugres y grises, descubrí a un hombre sentado en un cajonzuelo de tomates, vendiendo en calcetines sus zapatos negros y gastados. Apoyabia su cabeza en ambas manos, miraba pasar la muchamugre, la cual veía con pasiva desesperación. Le vi desde la otra esquina por un largo ratoso, esperando a que alguien le comprase aquello que él ofrecía. Ya de tarde, crucé la calleja aquella, y le dejé un par de monedas que tenía en el bolsillo. Mientras me marchaba, el tipejo aquel me tomó del hombro, diciendo pausado… ”Iñore, no necesito su compasión. O me compra los zapatujos o se lleva sus burlescas monedas en el bolsillo” Le dije al hombre que las monedas no se burlaban, ni saltaban, ni reían. El caballero aquél se dio media vuelta, colocó en sus pies ambos zapatos y se fue caminando, dejando ahí tiradas las monedas…
Las vi en el piso, burlándose y saltando, viendo marchar al hombre y sus zapatos…
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