Hacía tiempo que la divinidad ignoraba el alma superficial de Alberto Reyes.
Si bien intentó reconocer su propia falsedad, ello no era más que otro nuevo e insostenible engaño. Deseaba encontrar alguna mísera honestidad para justificar todo el sufrimiento que había causado, pero también sabía que no podría alcanzar ninguna pretensión de disculpa. Uno no siembra tanto daño sin tener consecuencias, porque, ¿cómo se repara la infamia de haber pisoteado tanta pureza ?.
Conocía, desde la más tierna infancia los artilugios de la seducción, los señuelos y cebos con que su madre manejaba a su padre, sabía de la sencilles de parecer inofensivo, crédulo, y había heredado un mecanismo intrincado muy exitoso y complejo en el arte de la persuación amorosa. Era tal el ego mórbido, que su transferencia al sexo femenino se fue acentuando con los años, depositando en su mente una exaltación de sí mismo que le arrebataba la posibilidad de una cura. No era maldad, que quede claro, se trataba de la imposibilidad de ser feliz. Así desfilaban una a una, mujeres perfectas que se volvían imperfectas al instante posterior de ser disfrutadas, y que, una vez satisfecho, procedía a vaciar como un vampiro de sensaciones o alivios pasajeros, para retornar en seguida a su juego de conquista. En realidad, fantaseaba con amar a un único y supuesto ser que habitaba cada princesa que abordaba, vaya a saber de qué feudo ilusorio, y donde todas ellas yacían sublimes en distintos cuerpos, pero siempre florecían en la misma esencia contemplativa, generando un asedio permanente e irreal. En estados de ensueño, concebía la misión de liberar el deseo desplazado por educaciones conservadoras, inclinanciones prohibidas reprimidas por una incomprención hacia él, pero cuando lograba acceder a ese universo no era capaz de someterse a ese compromiso, a ese nudo con el otro, entonces el afecto se convertía en una difilcutad de su desorden medular. Simplemente las abandonaba.
En esa corniza, Alberto giraba en sus contradicciones y sufría, pero había algo peor, siempre puede haberlo, de a poco se inmunizaba de sentir ninguna culpa futura, en su espiral de sombra no podía permanecer en una relación verdadera. Por momentos ambicionaba salir, pero no lo conseguía. De ningún modo pudo.
Aporto aquí unas pocas páginas de su diario personal, juzguen ustedes mismos:
… “28 de marzo, antes de partir al encuentro de Sofi, (no se llama así, le cambié el nombre y a ella le encantó, es divina) tomé un desayuno frugal y entré a la ducha tibia como una caricia de soles, miré por la ventana del baño y afuera todo era grisáceo, "No importa Albert", me alenté. Sequé lenta y meticulosamente la piel de abajo hacia arriba, mi estampa masculina y bien cuidada no representa los cuarenta sensacionales años, creo yo. Amo rasurarme frente al espejo, veo una cara simétrica, signo de salud y equilibrio dicen en la tele, y aprobeché para ensayar miradas o ciertos detalles que la vista contiene y que hay que saber esgrimir para no caer en vulgaridades que odio, no tolero la grosería, y lo que es mejor, la mayoría de mis amigas tampoco, por eso, el efecto que se adquiere cuando el hombre emite una expresión de reposo y firmeza, el tipo de estilo majestuoso digo, es adorado por ellas. También el aseo es una parte muy importante del seductor, extremadamente seria a mi humilde parecer. Un soldado de la pasión como quien escribe, no puede desestimar este aspecto básico, es más, le sumé perfumes o lociones finas que formanban parte del arsenal y que coroné con una muy buena vestimenta, en mi caso prefiero un traje negro con camisa blanquísima, bien planchada como hacía mamá, y como llovía, añadí una gabardina gris clara que encontré muy señorial. A escasos pasos de mi casa ya sentía las hermosas miradas de las vecinas que soltaban chispas desde sus bocas rojizas y humedecidas. Es evidente que un encantador de serpientes como yo, bendecido por este don, sabe que necesita su segundo embate cardinal: el arte de la oratoria. La elocuencia de la voz, el timbre aprovechado en esas palabras, la dicción irrefutable, contiene en sí misma una tentación que al oido de la hembra humana moderna le provoca un hechizo. Atraer, consiste en deleitar los instintos, cautivar a la razón y encandilarla, excitar desde adentro los mecanismos de defensa y de esa forma, vibrando el aparato emocional, obtener que caigan rendidas a los pies. No deja de ser una emboscada sutil y planeada pacientemente desde mi juventud. Sofi estaba espléndida, fuimos al teatro y poco más…”
… “6 de abril, hoy la besé, fue maravilloso, mientras mis ojos indagaban su naturaleza más íntima, veía su diminuta lengua rosada aún tímida que no se animaba a entrar y salir de la mia. Solapadamente, como un orfebre, nótese este detalle vital, eché mi cuerpo hacia atrás como renunciando a servirme de la ocasión. Sé que eso las desarma. Mis amigos se burlaron de mi una vez que me expuse por error y lo conté, estaba algo bebido debo explicar, pero cierto es que intentaron ridiculizar mi varonil comportamiento, incluso hasta dudarlo. Gracias a dios que callé y no corrí el velo de los detalles ocultos y anatómicos de sus esposas que indudablemente sabía al dedillo por mi relacion íntima con cada una de ellas. Los hombres son toscos, soeces, ordinarios, y creen que con su rudeza pueden siquiera competir con mi persona. Pobres ilusos. Continúo, los primeros besos deben ser blandos y suaves, repito, blando… suave…, así va cediendo, muy lentamente, la estrechez de la buena iniciación, después uno va aportando más entusiasmo, las hay que ansían cierta violencia, pero siempre de menor a mayor, y jamás perdiendo la imagen serena, atrevido sí, pero casi estoico. Creo que hay magia entre nosotros…”
… “12 de abril, es tarde, pasó algo extraño, no sé como hablarlo, no me siento bien, quizás sólo me haya parecido, la duda me consume, la tarde fue preciosa y mis caballos corrieron como nunca, estoy orgulloso de ellos, en el hipódromo todos hablaban de mí, que gusto. Pero cuando la dejé en su puerta y la besé… la sentí lejana, inaccesible, sobre todo fría, como insensible. Me voy a dormir, no me tolero así, realmente estoy enojado…”
… “19 de abril, hoy, en el día de san Expedito, hemos amanecido juntos por fin, ambos vislumbramos que además de enjuagar nuestras siluetas de amor y devoción, aparte de jurarnos amores eternos y un porvenir de pareja y de hijos o de alegría infinita, he comprendido que la maestría sobervia de haberme formado como soy, es para ella, sólo para ella. Todos estos años he bebido de otras fuentes para entender que su rostro me proteje, me es indispensable para vivir, me ha permitido escapar del abismo egocéntrico donde me hallaba, simplemente, en silencio, me ha regalado la esperanza. La amo.”
... “23 de septiembre, no sé como sostenerme, se ha ido la muy… (Original tachado), mientras lloraba desde sus pupilas claras y rodeado por sus brazos, escuchaba el murmullo de su voz: “Albert, dejame ir, te lo ruego”, con gran pena decidí llevar la cruz como el caballero noble que soy y lo permití.Me cuesta recomponer el espejismo de verla alejarse por Callao y doblar por Alvear hasta el último detalle de su último cabello dorado. Debo subsanar mi fortuna, debo limitar mi espíritu y no equivocarme de nuevo. De todas maneras, volveré a insistir, no es justo que me pierda así.”
Hasta aquí pueden leer, estimados lectores, y les diré que tardamos meses en localizar alguna pista, sólo hace cinco noches recuperamos un dedo índice oculto en el sótano de una casa apartada de Buenos Aires y que se usaba los fines de semana. Su propietario no supo contestar ante la evidencia.
Procediendo al análisis genético según instrucción del fiscal, no hay dudas que la pieza probatoria corresponde a Alberto Reyes.
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