Mucho de nostálgico tienen las casas de remate. Se interna uno en esos bodegones y se encuentra con objetos tristones y con una pátina herrumbrosa que los cubre y mortifica. Adentrarse en una casa de aquellas, se asemeja a ingresar a una cárcel, en la cual se encuentran cautivos o rehenes de culpas ajenas, desheredados e insinuando el fulgor de días mejores, los más diversos artículos, tales como: equipos musicales, cunas, relojes antiguos, enseres de todo tipo, cuadros, juguetes y muebles. Todos ellos fueron parte de un decorado particular, siendo testigos privilegiados de las alegrías y penas de otros seres. Ahora, aguardan quietos, con las huellas de esa vida pasada, que alguien pague por ellos, como antiguamente se pagaba por un esclavo y luego, sean llevados a otro lugar, para ornamentar algo que les ha de parecer muy ajeno.
He revisado aquellos artículos, no con un afán codicioso de hacerme de uno de ellos, sino de adivinar la historia de la que fueron testigos, revisar las huellas dibujadas en sus barnices y cubiertas, escudriñar en sus intersticios, colocar el oído en el corazón de cada objeto y escuchar, simplemente escuchar. No es que espere las voces y conversaciones de los antiguos propietarios, no es eso, es algo más, algo más profundo, son las vibraciones, ese diapasón contenido que se impregna en la materia y luego emerge, como un rumor mortecino. Sólo es preciso escuchar, de ese modo se aprenderá a descifrar el vocabulario de los objetos inertes.
Contemplo arrumbados diversos juguetes, arrebatados a las sonrisas y caricias infantiles, muñecas huérfanas, payasitos descoloridos, camiones de plástico ansiando el envión de un rapazuelo, pelotas silentes y prestas para saltar y rebotar, y que en ese rincón parecen palomas inválidas.
Me entristecen aquellas casas de remate. Más que un atracón de ofertas, me parece un desván de quejidos y letanías, un cementerio de sueños, el testimonio de vidas ajenas que no son traspasadas al postor, puesto que quien adquiere uno de esos objetos, se hará dueño de un estigma, de un retazo triste, de un jirón de vida que no le pertenece ni le pertenecerá jamás…
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