Se revolcaron felizmente por la alfombra, tomaron la pequeña torre Eiffel de porcelana que mamá tenía como recuerdo de su viaje por Europa y la hicieron trizas. Comieron galletas hasta cansarse de ellas y rayaron, como grafiteros rebeldes, las blancas paredes de la sala. Jugaron con los discos de papá y los lanzaron por la ventana. Uno de ellos lloró por las rozaduras del pañal y el otro se quedó dormido para luego despertarse y volver a comer galletas. Todo eso hicieron los traviesos bebés de tres y cinco años mientras su madre agonizaba en el cuarto de baño con las muñecas ensangrentadas y mucha espuma en la boca.
Texto agregado el 24-11-2009, y leído por 266
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