Seducción.
Desde hacía ya dos semanas, Sonia tenía que ir a trabajar en microbús porque su automóvil había tenido que dejarlo en el taller para ser reparado. Curiosamente esto no la molestaba; mujer felizmente casada, con dos hijos y una vida tranquila, sin problemas ni necesidades, sintió que su vida estaba demasiado tranquila para su gusto cuando al subir a un transporte, vio parado allá, en el fondo, a un hombre de aspecto muy varonil, bien vestido, parecía oficinista como ella; también la miró, entre seductor y amenazante. Ella desvió la mirada un poco perturbada. Así habían transcurrido casi las dos semanas, ella calculaba la hora en que él podría pasar y muchas veces coincidían, otras, para su tristeza, no había abordado el mismo.
No conseguía saber a ciencia cierta dónde bajaba ya que algunas veces se distraía por unos pocos segundos y él ya no estaba; siempre parado cerca de la puerta de descenso, apretujado por el resto de las personas. Ella cada vez se acercaba más al final del pasillo, pero ese día era especial; sería su último día en autobús, ese viernes por la tarde pasaría a recoger su vehículo.
Por eso, ella se preocupó con esmero de su persona. Se puso el traje de dos piezas, ese que escondía los kilitos ganados con los años, el de color azul, que le sentaba de maravilla. No podía dejar de usar los aros de oro tan lindos que le había regalado su esposo por su cumpleaños. Tampoco olvidó ese lindo collar, también de oro, recuerdo de su abuela. Eso si, se preocupó de guardar en el bolso su argolla de matrimonio y en su lugar, lució un anillo regalado por sus padres cuando cumplió quince años. El perfume que usaba sólo en ocasiones también salió a cumplir su cometido, seducción. Un maquillaje esmerado fue el toque final.
Tanto arreglo le llamó la atención a su marido.
¡Guau! Qué arreglada vas hoy a trabajar.- le dijo.-
Es que hoy va el dueño de la corporación a la empresa y quiero verme bien.- le dijo.-
Se despidió con un beso y se alejó feliz a la parada de microbuses.
Estaba un poco nerviosa, esperaba no equivocarse de transporte, era su última oportunidad de tenerlo más cerca. Después de algunos minutos, se subió al vehículo que creyó sería el correcto; para su alegría, lo vio parado como siempre al final del pasillo. Pagó su pasaje y fue abriéndose paso poquito a poco, mirándolo de vez en cuándo. Él intercambiaba sus miradas, entre amenazante y seductor, como siempre y eso era lo que más la excitaba . No sabía cómo era, si agradable, sensible, protector. Pero en realidad no le interesaba, sabía que no era algo serio, para eso tenía a su esposo. Por fin logró estar muy cerquita de él, si hasta podía oler su perfume. ¡Qué bien olía! Se notaba que no era un cualquiera, era un hombre con estilo, se notaba en sus gafas obscuras (jamás se las quitaba), su camisa alba perfectamente planchada, su corbata tan bien escogida para hacer juego con el traje y para qué hablar del aroma, jamás olvidaría ese olor a hombre que emanaba su cuerpo tan cerquita.
El hombre se acercó cada vez más a ella, sentía su respiración tan cerca que su corazón parecía estallar; con sus dedos, él corrió suavemente el cabello de Sonia que tapaba sus orejas y le respiraba suavemente, cálidamente. Sentía sus dedos acariciando su cuello y su cuerpo cada vez más cerca, lo sentía todo, completamente todo su cuerpo tras ella apretándola. Era tal su excitación que ya ni le importaba si alguien los veía. Él entrelazó sus dedos con los de ella mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja. Sentía que la anciana que estaba sentada al lado de ellos los miraba disimuladamente, pero eso a ella ni le importó, notó que no era alguien a quién ella conociera. Él gemía muy suave, entrecortado, sentía el vaho de su respiración y eso la hacía estremecer.
¡ Nunca olvidaré esta experiencia!- le susurró él al oído.
¿Dónde trabajas?- alcanzó a preguntarle Sonia.-
¡Aquí! Dijo él, a la vez que se bajaba sobre corriendo del autobús.
Ni siquiera supo su nombre, estaba tentada en dejar el automóvil en el taller e ir a buscarlo el martes, ya vería qué inventar para postergar su retiro; un día más, sólo uno para ya olvidarse de él.
Sentía su cara caliente, no sabía si de vergüenza por todavía sentir la mirada de la anciana, o por la excitación .
La señora la miraba insistentemente. Ella pensó que quizás la conocía y eso la inquietó sobremanera.
Señorita- le dijo.- Ese joven que estaba tras usted, acaba de robarle sus pendientes, su collar y su anillo.
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