Sbyrro’s y el cordero de Afganistán.
Romualdo había escuchado del cordero que servían en el comedor junto al mar, el último sábado, a la noche, de cada mes, y de las cenas durante los días de semana. El comedor no era fácil de encontrar ya que estaba entre las dunas por un camino difícil de cruzar. Esa noche más por curiosidad que por interés de ir a cenar buscó el comedor; calle principal al norte hasta llegar al final, donde se acaban las luces y empieza el camino de arena hasta llegar a las dunas, su 4x4 caminaba sin contratiempos por la huella dejada por los vehículos que le habían precedido, dobló a la derecha , como le habían dicho y sorteando las dunas por un camino improvisado, vio desde arriba una luz que alumbraba sobre una pared blanca, caminó un trecho más y la luz aparecía para luego desparecer. Había hecho unas diez cuadras cuando al subir una duna se le apareció muy cerca del mar un galpón de chapa, la luz iluminaba un cartel pintado a mano en pintura negra, sobre el fondo blanco de la pared del frente. Decía simplemente SBYRRO’S.
Al galpón le habían anexado unos edificios, también blancos., que no se veían al mirar de frente; el galpón era muy alto y había servido de depósito de granos, que despachaban por mar antes de construir el puerto del lugar.
Al entrar, Romualdo, descubrió un lugar extraño para lo que estaba acostumbrado; al fondo del galpón estaba el bar, al costado de lo que seria la puerta de salida hacia las otras habitaciones, que habían sido construidas pero ya no de chapa...El galpón estaba revestido de una madera muy linda teñida de color obscuro, parecía de roble, y no sería extraño ya que esos bosques eran nativos de esos parajes.
Del techo colgaban luminarias de hierro, pintadas de negro con luces apuntando hacia abajo, que solo iluminaban el área de cada mesa que quedaba debajo de ellas.
Por este motivo, las mesas aunque eran muchas por el tamaño del galpón, estaban separadas unas de otras y era casi imposible reconocer a los parroquianos que estaban en otras mesas.
Al entrar lo recibió un mozo, que le preguntó si deseaba algo para beber; Romualdo estaba un poco impresionado desde que tuvo que recorrer el raro camino de las dunas en plena obscuridad, se acodó en el bar y pidió un “güisqui” doble en las rocas. Al terminar el mozo le ofreció una mesa para una persona sola y que por estar cerca del bar estaba mejor iluminada que las demás.
Esa noche Romualdo iba a empezar a desandar el camino de los secretos de SBYRRO’S. La comida no llevaba ningún condimento, era el gusto natural de cada cosa, no había sal, aceite, ni picantes; tampoco vinagre para las ensaladas; la carne estaba cocinada a punto, jugosa por demás, se diría mas bien que estaba casi cruda.
Si bien al principio Romualdo sintió una especie de rechazo, cuando comió los primeros platos sin aderezo, se dio cuenta que empezaba a conocer un nuevo sabor de los vegetales y también de la carne que podía decir que no le disgustaban.
Hacía más de un mes que iba al comedor y cada vez con más asiduidad, cuando lo invitaron un sábado a la noche que fuera a cenar, pagaba la casa. Consideraban que Romualdo ya estaba desintoxicado de las otras comidas.
Esa noche se servía como todos los últimos sábados de cada mes el muy preciado cordero de Afganistán. Romualdo , acostumbrado ya a los sabores de SBYRRO’S lo encontró delicioso y no pudo mas que comentar con algunos amigos lo que le había cambiado el paladar; tanto era así que cuando una comida le disgustaba al principio y luego le empezaba a gustar decía que era SBYRRO’S.
Al mes siguiente, el último viernes del mes, Romualdo como siempre estaba cenando, al terminar su cena y cuando los comensales ya se retiraban, se aproximó el cocinero, y le dijo que lo invitaba a conocer las instalaciones del lugar: La cocina, lugar que nadie podía visitar sino era con una invitación especial del corpulento cocinero.Traspasar la enorme puerta de madera con una gran cerradura era inusual y Romualdo lo hizo. Primero le mostró la cocina toda azulejada de blanco, que contrastaba con los colores donde estaba el comedor; la cocina era de un tamaño industrial y sus implementos eran grandes como para cocinar una gran cantidad de alimentos. Hacia el otro extremo estaba la despensa con cuartos a cada lado del amplio pasillo que llevaba al otro extremo donde una puerta negra cerraba el paso, cerrada con llave y por demás misteriosa en todo el sitio pintado de blanco; el cocinero le dijo:
…¡este es el lugar mas reservado que tenemos, aquí no puede entra nadie, sin que yo lo acompañe!
Abrió la puerta, entraron y volvió a cerrar con llave, guardándosela; la habitación tenía azulejos blancos hasta en el techo, y el piso era de cerámicos antiácidos con la pendiente hacia una rejilla, que permitía lavar fácilmente el lugar.
Al frente de la puerta y en el medio de la sala había una mesa muy grande de madera, atrás de ella había una mesada de mármol larga y ancha contra la pared, a un costado estaba la pileta de acero inoxidable y entre ambas mesas había una ganchera como para colgar reses; al otro costado una enorme heladera de madera, cuatro puertas, ocupaba una pared entera.La heladera estaba abierta y se observaba que estaba vacía, recién lavada perfectamente limpia. A Romualdo lo que más le llamó la atención fue una sierra manual que colgaba en una pared y la sierra eléctrica al lado de ella...
En el mueble debajo de la mesada de mármol se guardaban los cuchillos: grandes, largos, finos y pequeños; todos utilizados para matar y despostar
Romualdo estaba cansado y le dijo:
… ¡me voy a ir!… ¡mañana se come el cordero de Afganistán y por nada del mundo quiero faltar!
El cocinero no contestó; la noche del sábado, como cada mes, se volvió a servir en SBYRRO’S cordero de Afganistán.
Jorge Eduardo
LA PLATA
2009
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