| El Señor G  era quien me rentaba la casa,  pagué una mesada  exorbitante según el juicio de la gente. Cara dura, sombrero fino, botas  relucientes, cuerpo recio y  sarcástico.  Un hombre casi de sesenta, que fue el número uno en bienes y que  había ocupado  los puestos principales del pueblo,  destacado ganadero  y un jodeindios. El domingo se aplanaba en la mecedora y fisgoneaba  quienes pasaban, daba la impresión de ser un ojo en feroz vigilia. Si  uno de calzón  llevaba un guajolote a vender al mercado, él lo detenía y en  dialecto  preguntaba el precio.  Si no  le gustaba el precio, decía  pago lo que pese  y entre esos tratos,  el hombre  dejaba  el animal, lo cambiaba por mercancía de su tienda, o  en el peor de los casos le daba aguardiente  y  el hombre  regresaba a su chosa  dando tumbos, sin guajolote,  sin dinero y sin víveres.Por la tarde el jefe de la guardia pasó, lo saludé  agitando la mano.
 	Buen día don G, dijo el sargento.
 	Buen día tenga. Y este caballo retinto no se lo conocía.
 	Apenitas lo acabo de comprar.
 Los ojos escrutaron, le abrió  el hocico.
 	Si no es indiscreción sargento, ¿En cuánto se lo dieron?
 	¿Pa cuánto le gusta?
 Es más espejo que caballo,  cuando mucho vale
 	Es la mitad de lo qué pagué.
 	Pues se ajusta  bien al dicho.
  ¿Cuál dicho?
 	Mejor  pregúntelo. Puede ofenderse.
 El sargento esbozó una sonrisa como no dándole importancia al asunto.
 	Dígamelo, o que acaso no somos amigos.
 	Si  insiste se lo diré. El dicho  dice que detrás de un tonto siempre hay otro.
 	 No  sabía, pero lo tendré  en cuenta para que no se  olvide.
 El sargento, espoleó  y siguió rumbo al centro del pueblo, moviendo la cabeza.
 Un líder venido a menos pero el genio y la figura  persistían. Su visión era  que a la vida había que sacarle provecho. Conmigo no fue diferente. Cuando se enfermaba, se atendía en un centro urbano o se iba a la capital y pagaba generosamente sin rezongar.
 	Doctor,  inyécteme mañana y noche.
 	Claro que sí, don G.
 Durante cinco días  lo hice religiosamente. Una  a las doce del día y la otra a media noche.
 	¿Cuánto le debo?
 	Es tanto
 	¿Tanto?  Doctor si doña Nila me cobra  a cinco pesos inyección.
 	Doña Nila no fue a la universidad.
 Por supuesto nunca volvió a llamar para que lo inyectase. Me desagradaba  su manera de joder y sobre todo a la  gente que  tenía miedo o no sabía cómo defenderse.
 Un día llegó C  con un campesino a ofrecerme una yegua.
 	Es mansa,  camina rápido y no es  nerviosa.
 Hice el trato y  después  iba a ver a los pacientes alejados,  montado en la yegua  que  entendía con el nombre de Gurrumina. Me vio G y de frente dijo:
 Es una yegua vieja y  tiene el paso de un  Adiós comadrita
 Sí,  así  decían a  esas yeguas que eran adiestradas para mujeres. Sí entendí su  fondo, sólo que no le hice caso y me seguí de cruza sin hacerle plática.
 Muchos  años después me dijeron que aún vivía. Cien años calculamos.
 	No puede morir. La gente dice que Dios  lo está castigando. Tiene que pagar lo  que hizo,  ahora es un bulto,  de un hombre antaño tan temido. ¡Hasta la muerte lo ha dejado solo! dijo Celedonio  persignándose.
 
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