Algunas veces los alumnos llorones son graciosos y otras no tanto. En cierto lugar en el mundo "de cuyo nombre no quiero acordarme", donde me ganaba la vida como profesor de inglés en un colegio secundario particular, mis alumnos suplicaban como locos para que les subiera la nota. En general me ganaban a cansancio y yo "aflojaba" antes las presiones de la vicerrectora (preocupada por no perder "clientes"). Un día me harté, y le dije a uno de los llorones (hijo de padre acaudalado)que la nota se la iba a subir "mongo". Aquella noche, me desperté en medio de un estruendo de vidrios rotos. Unos vándalos, seguramente amigos del llorón de turno, se habían desquitado apedréandome las ventanas del apartamento.

© Eytán Lasca-Szalit, noviembre de 2009