Esperá, esperá, no te vayas, pagame una más. Una sola más.
- Basta nena, ya me gasté una fortuna en vos. Si no me acompañas a otro lado no pongo una moneda más.
- Pagame otro trago y te acompaño a donde quieras.
Ese fue el principio y el final. No estaba contenta, no estaba conforme, ni siquiera estaba. Ya no sentía. Era una suerte, igual, si no tuviera adormecidas las sensaciones estaría llorando o vomitando o tirada en el sofá. Pero no…
El teléfono me sacó de las cavilaciones. No pensaba atender sería papá ¿Que podría decirle?: “Me va bárbaro en la capital, me encanta. Ayer empecé a trabajar, no conseguí que me pagaran las copas acordadas y me tuve que acostar con un tipo con tal de dar el mínimo, para poder seguir, para poder pagar el alquiler, para poder estudiar, para poder…”
No. No iba a atender. Da igual si era Sonia o Berenice ¿Quién más podía ser? No quería hablar con nadie. No quería que se trasluciera mi desazón: ¿Esto era venir a Buenos Aires? ¿Este era el trabajo de modelo que me prometieron? Esto: ver como se falopean los chicos bien mientras intentan dejarse seducir. Tomar speed con alcohol para poder aguantar toda la noche e igual no llegar al mínimo y tener que cambiar sexo por copas que tampoco eran para mí…
Volvió a sonar el teléfono. Podía ser muy insistente. ¿Y si era Federico? No. Federico no va a llamar. Si le dije bien claro cuando me despidió en Saladillo: -No creo que vuelva a este pueblo chato, pobre, sin futuro.
No, Federico no me llama más. Se le notaba en los ojos la desilusión, la rabia: - Sos una pendeja, una tilinga, se te subió la belleza a la cabeza.
Había pronunciado “belleza”, con “ll”. Acá sonaba tan fea esa palabra: “beyeza” con “y”, rústica, sin pasión. Como todo.
Esperé que el agua tibia del baño me devolviera la paz, la serenidad.
Bueno, había sido sexo nada más, no gran cosa: sexo; dejarse acariciar, tocar, dejarse besar y cerrar los ojos, no pensar.
Sexo, nada más. Si fuera tan malo tenerlo no habría tanta pulsión. Es algo natural, es algo lindo, si es suave, si es sensual, si te acompaña alguien que te ama, alguien que después te mire a los ojos.
Pero lo de anoche no. Eso era otra cosa.
No quería pensar más, sólo deseaba dejarme seducir, abandonarme a este agua que acá y allá eran sinónimo de placidez, de limpieza, de bienestar.
Había venido persiguiendo un sueño: la capital se me dibujaba como una salida del barro, de la mediocridad: una oportunidad. Y era mi cuerpo, que ahora recibía el perfume del jabón, la herramienta para el cambio. Estas piernas largas y torneadas, esta cintura grácil, estos ojos transparentes como los de mamá.
Había venido persiguiendo un sueño y estaba despertando de una pesadilla, sola y usada. Triste.
Todavía podía volver, intentar otro camino, algo más. Siempre tendría una casa y comida, amigas y un café a donde ir a reirme, a dejar pasar el tiempo. Siempre tendría a papá y el recuerdo de mamá y a Federico tan flaco, tan alto, tan él.
Siempre podría volver y caminar hacia otro lado, mas sano, menos efímero y audaz.
Nuevamente el teléfono desbarató mis pensamientos. Esta vez podía atender ya estaba rehecha, lista, ya podía ver hacia delante con claridad.
- Hola Ana – escuché atónita- siento lo de anoche. No es siempre así. Venite temprano y hablamos. Hoy necesitas menos copas. Quedate tranquila lo hiciste muy bien.
Estaba aturdida. Podía hacer el bolso y volverme: Saladillo, mi casa, mis amigos, el café. Podía quedarme e intentarlo: iba a ser diferente el dueño me lo acababa de decir.
Me pinte los labios me calcé los tacos y me fui. Sin mirar atrás.
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