Había una vez, una niña que lloraba por su muñeca perdida. Era una muñeca de trapo, bastante vieja, pero que la niña tenía mucho aprecio ya que era un regalo de su abuela fallecida. La pequña había llorado todo lo que había podido por ella, era lo único que le quedaba de su abuelita. Pero cuando su madre la veía llorar la reñía y le decía que no tenía que hacerlo, que ya era grande para andar jugando con muñecas y que tenía que pensar en cosas mas importantes. La niña lo intentaba, y hacía todo lo que su madre le decía: ayudaba en casa, estudiaba y sacaba buenas notas. Era la envidia de todas sus amigas, ya que era de muy buena família y su casa era la mas bonita del vecindario. A su mamá le encantaba vestirla con vestiditos monos y salir a la calle para que todo el mundo pudiera ver lo guapa que era. Y papá la sentaba en sus piernas y la hacía volar cada día despues del trabajo. Y despues los tres se ponían delante de la chimenea ha hablar y a jugar, y cada noche papá le explicaba una nueva historia. Siempre una diferente. Y eso a ella le gustaba, era feliz y amaba a su família. Sonreia feliz cada vez que su madre venía a casa con un vestidito nuevo, y le insistia para que se lo probara enseguida. Pero desde la muerte de la abuelita las cosas empezaron a cambiar: mamá dejó de comprarle vestidos y papá dejo de sentarla en sus piernas y de hacerla volar. Incluso las historias se acabaron. Sus amigas la dejaban de lado y la insultaban y se metían con ella. Y la pequeña cada vez dejaba mas de confiar en la gente, dejó de sonreir y no entendía porque la gente se portaba mal con ella. Porque ella era buena. Hacía todo lo que se le pedía y aun asi ni mamá ni papá le sonreian ya. Por eso ella echaba de menos su muñequita. Porque siempre había estado con ella y su abuelita siempre había estado con ella.
Y todas las noches, sin que ni mamá ni papá se enteraran, la pequeña lloraba por su muñequita perdida.



Pero siempre en silencio, para que no la riñeran.