Cuenta una historia nacional que en este pueblo (en el cual estoy por mi trabajo), hace mucho tiempo ocurrió una desgracia espantosa. Dicen que llegó un hombre muy extraño al lugar, acompañado de una hermosísima joven que al parecer era su esposa. Esta mujer tenía el cabello largo, rizado y más negro y brillante que un ópalo. Unos ojos que no tenían nada que envidiarle al color y la pureza del cielo y una piel tanto o más perfecta que la porcelana. La mujer era muy infeliz con su esposo y en el pueblo conoció un apuesto joven que se enamoró perdidamente de ella. La muchacha tuvo una aventura con él y fue muy feliz, pero un día su marido la descubrió y la castigó cruelmente. En un curioso cuarto de la casa de la pareja había gran cantidad de herramientas de matanza y tortura. Iracundo el hombre llevó a arrastras a su mujer hasta la habitación y la amarró de pies y manos para que no pudiera resistirse. Una vez hecho eso la sentó en una silla eléctrica, pero no con la intención de dañarla, si no que, simplemente quería mantenerla en ese lugar, evitar que huyera, por lo que le advirtió:
- Si te mueves, te electrocuto.
Acto seguido amarró a una especie de camilla al amante de su esposa y con una sierra cortó cada uno de sus miembros, lentamente ante la mirada horrorizada de la joven mujer. Luego la tomó a ella y bruscamente la puso dentro de una doncella de hierro para comenzar a cerrar lentamente la tapa. Cada una de las gruesas puntas se iba clavando lentamente en la bella piel de la mujer, lo que le producía un terrible dolor. Al final, cuando faltaban unos cuantos centímetros para que las dos partes de la doncella de hierro se juntaran por completo, el hombre la cerró bruscamente. La mujer sintió gran dolor. Sentía los clavos punzando su piel, sin tocar ninguno de sus órganos, haciéndola sufrir enormemente, matándola lentamente.
Dicen que desde aquel día, todos los hombres apuestos que pisan ese pueblo, aunque solo estén de paso, son atraídos por una hermosa y misteriosa mujer hasta el letal objeto, encontrándolos luego muertos en el salón de la casa ya deshabitada. Muchas personas suponen que el hombre lanzó una maldición, impulsado por la ira contra el cual le quitó el amor de su esposa, para mi es uno de los casos mas interesantes de mi, no muy extensa hasta ahora, carrera.
Al momento de llegar pregunté por la casa donde decían que había ocurrido todo, pero todos huían sin responder, hasta que encontré un tétrico anciano que me llevó hasta el lugar.
- Muchas gracias señor - dije al hombre y este solo gruñó - Disculpe pero ¿Por qué Ud. no huyó como los demás? - pregunté realmente intrigado mientras cruzábamos el marchito jardín.
- Soy el enterrador del pueblo - Contestó con una áspera voz.
- ¿Y jamás ha visto a esa misteriosa mujer de la que hablan?
- Solo se le aparece a los jóvenes apuestos, Ud. debería cuidarse, cualquier chica caería rendida ante su elegancia y buen porte.
- No creo en fantasmas - respondí a eso y llegamos hasta la puerta de una descuidada y espeluznante casa. El hombre abrió la puerta simplemente empujándola con la mano, las gastadas bisagras chirriaron estruendosamente y una bandada de cuervos huyó volando desde el techo de la casa. Entramos en la mansión y cruzamos el vestíbulo, había muchos cuadros de una bella joven, que me trajeron a la mente las historias de sirenas y su peculiar hermosura. Pasamos a otra habitación, era la sala de estar, y en ella había un extraño olor. Pero más extraño era el hecho de que la chimenea estaba encendida.
- ¿Alguien vive aquí? - pregunté
- Nadie si no cree en fantasmas - contestó algo huraño el anciano.
- ¿Ud. viene aquí muy seguido?
- Todos los días a ver si hay una nueva victima.
- ¿Y todos los días encuentra un cadáver?
- La mayoría.
Seguimos caminando por el salón, era enorme y estaba lleno de reliquias hermosas, de pronto tropecé con un gran bulto y caí al suelo. Saque una pequeña linterna de mi bolso y vi el cadáver de un joven de no más de 20 años, lleno de pequeños agujeros por todo el cuerpo y una expresión de profundo dolor y gran espanto en el rostro.
- ¿Me permitiría revisar el cuerpo antes de que lo entierren? - pregunté al hombre.
- ¿Por qué quiere hacerlo?- preguntó este con desconfianza.
- ¡OH! lo siento, no me presenté, soy Mark Abercombe, detective y medico forense - le dije mostrando mi placa.
- ¡ah! haga lo que quiera con el cuerpo entonces - contestó el anciano luego de inspeccionar unos instantes mi identificación - Era un forastero, así que por lo menos aquí nadie reclamará el cuerpo.
-Mm... Bien, muchas gracias - dije y me agaché para ver más de cerca el cuerpo - ¿Podría ayudarme a transportarlo?
- Claro - dijo el hombre acercándose. Le pasé un par de guantes y levantamos con cuidado el cuerpo.
Lo llevamos a mi habitación en el hotel, no era para nada higiénico, pero no tenía otro lugar donde realizar la investigación. La mayoría de la gente era muy hostil desde que todos se enteraron que andaba preguntando por esa misteriosa casa. En fin, llegamos al hotel y subimos el cadáver a mi habitación, le pagué unas cuantas monedas al hombre y comencé a inspeccionar. No me atreví a abrir el cuerpo, pues podía derramarse algo de sangre, pero así a simple vista noté que más que por las heridas el hombre había muerto de cansancio. A parte de eso no encontré heridas de forcejeo ni hematomas, cosa extraña pues cualquiera en la situación del joven habría querido escapar. Tampoco encontré billetera, ni identificación, pero el hombre tenía un tatuaje que parecía decir Isabel. Volví a la escena del crimen buscando algo que identificara al hombre y ahí encontré un abrigo. En el bolsillo estaba su billetera, y en la billetera todos sus documentos y varios billetes. Mi primera teoría se derrumbó, no era por robar. Volví al hotel y envolví en una sábana el cuerpo. Fui a buscar al hombre que me había ayudado y lo encontré cavando en el cementerio.
- ¿Sería tan amable de ayudarme nuevamente? - pregunté desde el extremo contrario de la excavación.
- Si la paga es como la vez anterior - respondió el hombre dejando la pala.
- ¡Claro! - exclamé- Ya puede enterrar el cuerpo, si lo desea.
- Vamos, no podemos dejarlo en el hotel - dijo el anciano y comenzamos a caminar.
Llegamos al hotel y había mucha gente en la puerta de mi habitación. Cuando me vieron, todos se espantaron y salieron corriendo. Entramos a la habitación y sacamos el cuerpo. Lo enterramos, hicimos una oración y nos fuimos.
No dormí en toda la noche pensando en aquel extraño pueblo, el comportamiento de la gente y ese extraño anciano.
En la mañana tenía mucho sueño, y había concluido que mi único sospechoso sí podía ser el asesino. Fui a un lago a bañarme y vi a una bella mujer que me pareció conocida, pero no logré recordar donde la había visto. Embelezado con su belleza fui acercándome a ella, pero ella cada vez se alejaba más. Cruzamos el bosque y el pueblo y llegamos a la casa antigua y misteriosa donde ocurrían los asesinatos. La mujer iba desnudándose, dejando prendas blancas regadas por el suelo. Atravesamos el vestíbulo y ahí noté que la mujer que me guiaba era la misma de los retratos de la entrada.
Ya no tenía salida, la mujer jugó danzando a mí alrededor y volvió a encantarme. Girando y jugueteando con migo, mientras avanzábamos, me llevó hasta una habitación oscurísima y me guió hasta una especie de sarcófago. Yo estaba embobado con la mujer y no lo noté, estaba dentro de la doncella de hierro y cuando reaccioné la tapa se cerró de golpe. Sentí un dolor muy fuerte que no se detenía.
Era una situación horrible, no podía huir, si me movía podía hacer la situación peor, de hecho, ni siquiera tenía espacio para moverme. Estaba entre medio asfixiado, muriendo de dolor (literalmente) e impresionado por lo ocurrido. No podía dejar de pensar en la investigación, ¿Era una mujer la asesina? ¿Era real? ¿Era un fantasma? Todo era muy confuso y el dolor no me ayudaba mucho a pensar. Lo único que quería era morir. ¡Morir ya! Aún mantenía la esperanza de que alguien oyera mis gritos desesperados, pero luego de bastante tiempo me cansé y me quedé en silencio. No me quedó mas que esperar mi muerte, aún dudando de que quien me había atraído hasta ahí fuese un fantasma...
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