Roy le hizo entender que ese viaje había servido para darse cuenta de que no era tan fuerte el amor que sentía por ella; al menos así lo comprendió Claudia.

Pero la verdad era otra; la verdad era lo opuesto a lo que le había dicho. En realidad, Roy –para su asombro–, se había dado cuenta de que no podía vivir sin ella, que eran insoportables las horas y los días sin su presencia.
Todo ese tiempo solo, se la pasaba como un desahuciado; mirarlo, era como ver un cuerpo andando pero sin vida, sin alma. El darse cuenta, desató una hecatombe en su interior.

Antes del viaje, sentía querer a Claudia de una manera un poco como una relación entre dos adolescentes, así de practica y llevadera. Para su asombro, la separación le había hecho ver el grado de sentimiento hacia ella, y supo al fin que era amor lo que sentía, un amor tan grande que la sola idea de no tenerla, de no verla, le resultaba extremadamente doloroso, y temía que derivara en una situación incluso de consecuencias fatales.

Roy, estaba aterrorizado con esa idea, nunca pensó llegar a estar a merced del amor de una mujer. Por eso decidió decir simplemente lo contrario de lo que había descubierto, aunque su corazón se retorciera de dolor en su pecho, porque sabía que con esas palabras, Claudia se alejaría y quedaría liberado, aunque esa liberación fuera tortuosa.
(continua)