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Inicio / Cuenteros Locales / iolanthe / Ocaso del pueblo perdido I

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Ardení abastecía a los aledaños de víveres en los días presentes, a la puesta del sol.
Algunos parroquianos disponían de conservas y otros enseres que fácilmente podrían catalogarse de no perecederos, aunque así fuera. Todos sabían dónde guardaban cada cual sus provisiones, y no hacían uso de impedimentos para los hurtos o descuidos. Era tranquilo el lugar, consistía la misión en sobrevivir, no a costa de los demás, sino como una gran comunidad. Por eso, cada cual debía responsabilizarse de sus pertenencias, la diversidad de los presentes y la suya propia era lo importante.

Claro que cada cual prestaba atención por el núcleo familiar, no se trataba de comunas ni ejércitos, pero todos, con suma fortaleza, abrazaban la ilusión de mantenerse unidos en los días venideros. Su tiempo, era relativo, era terrestre, pero se guiaban de forma bucólica, por los ocasos. Anocheceres que dependiendo del clima duraban más o menos, un día o dos o tres.

Hace tiempo transcurrieron unos cuantos lustros, decía Yunié el consciente, que en aquella época vivieron en la oscuridad tanto tiempo como tarda en crecer la semilla del ium. Así hablaban ellos, y se entendían bien.

Los Fundadores del lugar nunca quisieron hacer alegoría alguna a las fracciones del tiempo como lo conocemos actualmente. El sistema de vida tarde o temprano llega a su fin, vaticinaron aquel momento y pudieron corregir sus actos, en cierta manera, para llevar la esperanza allá donde el destino se detuviera.

Esta noche sólo ha durado lo que tarda un maruní en abrir su capullo, lo que podría corresponder a un diente de jión ascendiendo hasta que desaparece visualmente en el cenit. Fugaz aquella noche, demasiados víveres que se amontonaban en las repisas instaladas en los arcos de las maderas de teniches repletos de carcoma.

Cada cual volvió a su quehacer después de desperezarse, salieron de sus nidos, acolchados cómodamente gracias a las alpacas de queresias las más confortables reconocidas por el momento, traídas de los campos de Pointía tras la cosecha. Debían tomar alimentos a la mañana temprano para seguir con las tareas que dejaron pendientes el día previo, sin saber cuando podrían continuarlas, por lo que todos los aperos y herramientas quedaban bien guardados en los arcones de bitibidú, el mineral más preciado varias nubes tras las montañas de Anatú.

Karatún supervisaba las labores de aquel día, cada gremio se acomodaba en un rincón con sus trabajos y se disponían rápidamente a realizar sus cometidos sin más dilaciones tras el toque de Dorresí, campana similar a una reproducción de la de un campanario.

Toda la comunidad se formaba en corros para realizar sus tareas. Era rudimentaria su organización, o al menos aparentemente, para un extraño. Ellos, con ademanes de asentimiento sabían perfectamente qué hacer en cada momento, con precisión. Claro que había maestros, veteranos y aprendices que se coordinaban y sabían el lugar de cada cual, desde el principio el trabajo en equipo era necesario. No por el mero hecho de obtener sus objetivos de forma óptima, era cuestión de no perpetuar ese instante y poder contarlo a las generaciones venideras.

Tomaban unos instrumentos denominados fernuchés con los que parecían modelar un material semejante al mimbre o al cañizo, lo llamaban tramastrases. Con ello, tras varios giros de las ramas arbustivas en cuestión, sin quebrar ni una de ellas, creaban unos cestillos de color ébano, que encajaban unos con otros y trenzaban a modo de sogas. Después, las amontonaban cerca de un pequeño lago de aguas torno soladas que generaban un abismo al tratar de vislumbrar el fondo, por su interrogante profundidad. Le llamaban Susué. La única oquedad de agua en la región; dichosos ellos que vivían de su astucia para obtener el rendimiento justo. Lo que el lago deseaba prestarles, de eso nunca dudaban.

Debían ser ávidos si querían acabar antes de que la luz se fuera, lo que era una incógnita cada rato que pasaba.

Otro círculo lo formaba un gremio diferente al anterior. Más alejado del resto y algo dispersos. Agachados en torno a unas rocas, parecían obtener el mineral con un símil de buril. Tarea ardua, tamaña labor que con paciencia conseguían obtener pequeños brillantes irisados del mineral de la región ya nombrado, el bitibidú . No era un buril el instrumento, sino algo más grueso y de mango más largo que llamaban trinor .

En los baúles de madera noble, de teniches, guardaban los cuencos ya trenzados de tramastases y útiles como los fernuchés, en los momentos de descanso. Era tedioso el sobreesfuerzo, pero podría suceder si no lo hacían así que llegara el ocaso de ese astro caprichoso, y eran lábiles a la oscuridad o ausencia de la luz solar a cielo abierto, por extraño que parezca.

Los gremios y cada componente de los mismos, trabajaban duro por la supervivencia. Pero alguno de los presentes, tal que Ardení, miraban al horizonte, más allá de las montañas de Anatú y contenía el dolor de su aquietada mente, por no saber que les deparaba el tiempo, el no-tiempo que los fundadores del lugar así lo habían decidido. En los momentos que se refugiaban en Las Grutas Lechés, tanto aquellas noches de maruní como las noches de diente de jión, conversaban los maestros de la talla de Yunié y Ardení, con el resto de habitantes de los campos de Pointía. Formaban corros dentro de las grutas, bajo los arcos de teniches, sin importarles la carcoma. Meditaban sobre otros lugares como el suyo tras las montañas de Anatú. Algunos de ellos habían oído hablar e incluso, parecía habían intuido a lo lejos sombras, no fantasmagóricas, sino siluetas de seres como ellos, los que llamaban viajeros que cruzaban el círculo dorado. Pero hablaban por hablar. Después callaban y cada cual descansaba como podía, tras silenciar la mente de tantos pensamientos y momentos de la jornada...

Texto agregado el 22-11-2009, y leído por 713 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
22-09-2016 bueno, logre llegar al final satini
05-10-2010 y...qué porquería...infumable 1* PHER3
12-02-2010 Extraño pueblo con una narración estupenda. Saludops. Jazzista
10-02-2010 Ah, esta historia está muy buena, con tantas palabras de sonidos misteriosos. Una zambullida en un pueblo extraño. Buena continuación con la historia. Saludos! manndrugo
26-01-2010 como siempre algo loco, divertido, gotico, sensual, y con rizos :P saluditos nada de modismos con vos! Salute! imaginario2
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