Fui conociendo gente por las consulta, por los vecinos y en la noche, tomando el café, platicaba con la familia de Doña Licha. Otras, iba sin rumbo por calles empedradas, así. Llegué por casualidad a casa del comisariado de tierras, que no se veía enfadado.
–Buenas tardes señor comisariado.
–Buenas tardes médico, ¿Qué lo trae por acá?
–Ando conociendo el pueblo. Veo que está haciendo un piso.
–No pude terminarlo. ¡Mujer! Tráete dos pocillos de café.
En una brevedad estaba sentado tomando café y escuchándolo.
– Explíqueme, usted que ha estudiado mucho, cómo le hago para entender a los indios. Mire. Me urge hacer el asoleadero, porque ya viene la cosecha de café y para secarlo, hay que extender la semilla bajo el sol. Necesito el piso con urgencia y le dije a J , que le prestaba mis mulas para que fuera al río y trajese arena. Eso fue a mediodía y cerca de las cuatro había descargado. "Anda J , ve por otro viaje" y dijo que no. "J, es más dinero para ti, te lo pagaré como si fuera un día de trabajo. Necesito la arena para terminar el piso" ,
—contestó.
Explíqueme Médico, usted debe de saber.
Al comisariado no le faltaba razón, la desesperación no era por un día, sino que su suegra, reumática, le había dicho por la mañana que el tiempo cambiaría. En este lugar, que mira a la montaña, cuando el agua llega, luego no quiere irse, se detiene por ratos, pero después persevera y así se está y, eso equivale a más de diez días. La frutilla de los cafetales no tardarían en madurar y luego, llegarían los cortadores y, la máquina despulpadora empezaría su trabajo. La semilla pide sol, y ya en el asoleadero se mueve, se remueve, se palea para que deshidrate parejo y la almendra no se manche. El café queda en pergamino. De no tener donde asolear el grano, hay que arrendar y eso es igual a perder dinero.
De llover, los caminos quedarían intransitables y la arena no podría ser trasladada del río hasta su casa. Esa era la urgencia. Nadie se estaba muriendo, pero no poseer el asoleadero conllevaba a perder dinero. ¿Cuánto? no sé, pero seguro, que alcanzaría para pagar muchos jornales.
Tal vez J tenía cosas importantes que hacer, como fornicar con su mujer, o platicar con su compadre con algo de aguardiente para sazonar la palabra. Al menos ya había sacado lo suficiente para que los hijos comieran tortilla, frijoles y chile. Y pudo haberse preguntado ¿con otro viaje me haré rico?
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