Otro día más pensando en María. Una nueva madrugada me encuentra con mis sueños y mis despertares puestos en ella, regalados sin ganas a ella.
Así es que me doy cuenta que este no ha sido, definitivamente, un método apropiado para olvidarla.
Son las 5 am. Pronto Julián llorará hambriento, reclamándome. Y pensar que hace solo un par de meses, este momento era deseado. Era el preludio del encuentro.
Norberto duerme hasta las ocho. Aprovechábamos este tiempo para vernos. Primero en la habitación de los niños, y luego, ella me observaba en silencio como yo levantaba a Julián de su cuna y calmándolo iba acercándolo poco a poco hasta la teta. A María le encantaba también ese momento. Le gustaba ver cómo de a poquito, la descubría en una práctica casi sensual y apoyaba al bebé sobre ella. Luego caminábamos juntas hacia la cocina oscura y solitaria. Julián seguía mamando como si nada. Y ella, sentada a mi lado, comenzaba a acariciar mi rostro. Siempre, cada madrugada, el mismo ritual. Íbamos sabiendo que el momento se agotaba al tiempo que mi leche. La última gota en la boca de Julián anunciaba el tiempo era nuestro.
El primer día que ocurrió, recuerdo, ya pensaba mucho en ella, la miraba fijo infinidad de veces. Pero aun creía que todo era una locura. Sin saberlo, ella lo notaba, y también me deseaba. Aquel día la encontré en el dormitorio de Julián. Parecía esperarme. Me vio sin decir palabra, acercarme a él. Me acompañó a la cocina. Yo aun no imaginaba lo que seguiría, pero lo deseaba sin aceptarlo.
Ya en la cocina, cuando Julián terminaba su leche y quedaba abandonado en un sueño profundo, me tomó por la cintura y comenzó a besarme en los labios. Así, sin palabras.
Yo, asustada, horrorizada de mí misma, sorprendida por el placer que me arrebataba, la alejé de mi bruscamente y corrí llevando al niño hasta dejarlo en su cuna. No volví a la cocina esa madrugada. Me fui a mi cama, al lado de Norberto que dormía como si nada. No pude dormir. Y no imaginaba entonces, que las madrugadas siguientes, elegiría no dormir.
María me esperó sin decir nada. Nunca hablamos. Fue a buscarme cada noche y fue testigo de mi paulatina y muda aceptación.
Ya han pasado seis meses o un poco más de ese primer encuentro. Y hace dos, más precisamente, hace sesenta y dos días que María no está en casa. Fue también sin palabras. Norberto fue el elegido para hablar. No muy convencido pues María era eficaz en sus tareas, cuidaba bien a los niños, planchaba y mantenía la casa en orden. Pero insistí en argumentos ridículos. Norberto se cansó de escucharme decir que María era muy joven, que la notaba insegura en el manejo del más pequeño, que tenía miedo que no supiera desempeñarse frente a una emergencia. Seguramente una señora mayor, le decía, con experiencia, podría ser más adecuada, podría cuidar de los niños casi como una abuela, y además... Y además... Mientras argumentaba a favor de que María abandone nuestra casa, me la imaginaba recorriendo mi cuerpo con mis manos, y más quería apartarla de mi vida.
Finalmente, Norberto aceptó. Quizá para dejar de escuchar mis quejas.
Hoy, todavía no logro olvidarla. Hoy que son las 5 y ya unos cuantos minutos... Y enseguida deberé acudir al llamado de Julián. Hoy, sé que apartarla no fue el método más apropiado para olvidarla. Sigo deseándola, quizá más que antes.
Me pregunto si estará en otra casa, o si habrá vuelto a su pueblo en Corrientes, donde dijo alguna vez haber pasado hambre. Si estará pensando en mi. No logro ni un minuto del día dejar de pensarla. Obsesivamente, la invento una y mil veces en mis pensamientos. Dibujo su pelo, su sonrisa silenciosa, sus manos suaves. Sigo esperándola cada madrugada en la habitación del niño, como si fuera posible que aparezca mágicamente. Muchas veces me parece distinguir su figura en la oscuridad. María, pienso su nombre. Recuerdo nuevamente su boca, sus besos. Vuelvo a soñarla muy cerca, respirando agitada pero en completo silencio. Placer mudo, invisible. Me juzgo, me someto a duras penas luego de cada fantasía, de cada recuerdo, pero es inútil. María vuelve a mi mente cada vez, dominante, con su mirada fija en mi pecho. Y cuando su imagen logra aparecer tan vívida, sin darme cuenta comienzo a temblar y siento un cosquilleo que me recorre todo el cuerpo.
Ya es la hora. El niño espera. Casi puedo escuchar su llanto. Me levanto de la cama, sigilosa. No sé, dónde podría estar María, sigo pensando mientras me visto y dejo mi camisón al lado de Norberto, como si allí pudiera permanecer mi alma culpable y triste. Voy alejándome de la habitación, y de Norberto. Mientras atravieso la puerta, pienso si será posible encontrarla en la ciudad, o acaso en Corrientes. En ese momento, llena de temor e incertidumbre, escucho el primer llanto, tímido. Julián tiene hambre. Pero mis pechos ya no pueden ofrecerle nada. No a él. Mientras asomo al frío viento de la avenida pienso que seguramente la nueva nana con más experiencia, ella sí podrá calmarlo. Ella sí podrá explicarle que mamá, se ha ido. En busca de María.
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