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[Si el canto de un ruiseñor es a un ciego lo que la muerte súbita es a un ser torturado que pena de agonía, qué hay para los sordos o para el que goza de vida eterna sufriendo. Incluso bajo las piedras siempre habrá quien se mantenga en pie con cada vuelta de tortilla, a eso se le llama resistir ¡Qué resistan entonces los que han de cambiar de lugar las montañas!]…

Luces: halógenas, de ciudad, incandescentes, negras, cegadoras, boreales, de neón, fugaces, estereoscópicas… en el cielo titilando… en el interior guiando los cauces… a lo lejos extinguiéndose. Hay una, generada por un láser, coronando el extremo de una sonda que, producto de las maravillas del tiempo futuro, está a punto de entrar como si nada por una microscópica incisión craneal, practicada a un sin nombre, habitante este de las fauces de la demencia; tan común y corriente es el tal fulano que podría tratarse de uno de tus otros yo que vagan a lo largo y ancho de nuestro pequeño mundo. Créelo, no me digas que te soñabas único.

Ahí está, desconectado de esta realidad, hace largo rato que yace sobre una camilla en la emergencia de la sala psiquiátrica de un centro hospitalario experimental, abstraído por cuenta propia quién sabe hacia que otra dimensión, sin reaccionar a ningún estímulo y sin una causa convincente que explique su estado, con ese aire andrógino que a todos inspira cierto temor. No hay que preocuparse por la sonda que se pierde masa adentro en el encéfalo, pues hace mucho tiempo que las sensaciones de dolor fueron erradicadas del sistema nervioso humano y de la misma mente, además los expertos siempre saben lo que hacen... y deshacen ¿O no?

Al parecer, por las proyecciones holográficas que empiezan a recibirse del interior del cerebro, por fin se han topado con el tan buscado nódulo, el famoso (y escurridizo en algunos) “ojo de cristal”, se arriesgan llegando lo más cerca posible, a un milímetro o menos de tocarlo una mano se levanta y marca el alto, hay una breve pausa, sólo es cuestión de aumentar la potencia del láser para cauterizar lo que según el loquero mayor provoca, en ese ángel sin nombre, un acto demencial tan mal visto socialmente como lo es decir la verdad… siete segundos, ocho, nueve… y antes de que un dedo hunda el botón de un panel, el holograma comienza a fluctuar hasta desdibujarse convirtiéndose apenas en un punto, un punto de extraordinario brillo que repentinamente se agranda y se desvanece con la misma rapidez, pero un millón de veces con más fuerza, que un flash…

Nadie puede decir con exactitud lo sucedido, nadie en la ciudad recuerda el hospital psiquiátrico, tan sencillo como si jamás y nunca hubiese existido, tan sencillo como si ese parque, con un alguien sonriente que lleva alas de papel colgando de la espalda y mece a los niños en los columpios, hubiese estado ahí desde el inicio de los tiempos.

Texto agregado el 20-11-2009, y leído por 109 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
21-11-2009 ¡Tranquilo compadre Murov! La envidia mata. Yo por ejemplo, quisiera saber todo lo que vos sabés: NADA. radiopoeta
20-11-2009 Un desastre de presentación. Vengo diciéndotelo desde hace dos textos atrás...1* Murov
 
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