Ahí estaba yo, flotando en medio de la taza del retrete, sujeto a un bloque escarlata del lego, esperando el inevitable y justificado final, según veredicto de una nueva personalidad, que se imponía sobre la ineficacia de las actitudes aprendidas que hasta ese momento me ayudaron a sobrevivir. ¿Un bloque de lego? Esos no flotan. Si mal no recuerdo, era un crayón a medio terminar, y no era rojo, ni siquiera naranja pálido, iba de amarillo en toda su extensión, lo llevaba tatuado en letras doradas: ‘amarillo pollito’… y prismacolor, todo un lujo para nosotros que vivíamos con lo justo. Mi viejo como buen padre y mal pobre siempre nos procuró lo mejor, eso, aún protestando, lo hacía feliz. Para mí que tanto disfrutaba dibujando, aquella caja plegable de cartón en blanco y negro, irónicamente repleta con una gama de especies raras, era un verdadero tesoro.

Bueno, como les decía, ahí estaba yo, sujeto a ese cilindro de madera relleno de cera pigmentada, con el que iluminé tantos soles, coloreé algunos bananos y ningún pollito, rodeado de un sexteto de soldaditos plásticos y otros artificios infantiles hijos del rechazo; yo, por millonésima quinta vez en el papel de una perfecta mierda que espera por el remolino que se la ha de tragar, ahí estaba y en un instante ya no... ¡Rayos! Si me lo preguntan, en ese momento mientras era succionado, no apostaba un grano de arena partido a la mitad por esa frase que la masa repite como mantra telenovelesco, la misma que grita el sentido común de esa sabiduría ancestral que jamás se equivoca, «LA VIDA SIGUE».

Es más que cierto, tanto que no hace falta gritarlo, ni siquiera pensarlo, la vida sigue, bajo la mirada de otros ojos, raspones más o raspones menos, muy a pesar de los torbellinos que te arrastran a la cloaca, aún con la sentencia de muerte que cada cual se ha forjado, la vida sigue hasta que el tango acabe. Aquí estoy yo, con prisa, con pausa, continuando, desplazándome en medio del tiempo y la gente, cuestionándome a dónde se va el pasado, buscándolo a ver si puedo recoger los pasos mal dados, a ver si puedo recoger las sonrisas que me dejó y los amores que me debe. ¿A dónde se fue lo que fui? No tengo idea, pero sin dudas, el futuro, siempre apurado, me arranca lo que soy de las manos.