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26. LA DAGA DE DOBLE FILO

Empezó a amanecer y ellas seguían junto al cuerpo sin vida de Ainoa
- Vámonos, no hace bien el ver su cuerpo tanto tiempo - dijo Miranda, y cogiendo la barca se subió a ella. María también lo hizo, sin decir absolutamente nada. Nada más subir a la barca ésta comenzó a avanzar a una gran velocidad casi partiendo el mar en dos. En dos días ya se veía la cima de la Columna Albina. El viaje fue bastante aburrido y lleno de silencios. La comida, simplemente, no era una necesidad, se sentían saciadas durante todo el trayecto.
- ¿Qué haremos una vez allí? - dijo de pronto María
- Subiremos a los templos - dijo Miranda
- ¿Cómo? no se puede escalar
- Hay unas escaleras, pero la puerta está sellada
- Eso ya lo sé, por eso te lo pregunto, sin las ninfas no podremos entrar - dijo María
- Algo me dice que las encontraremos – dijo Miranda con una sonrisa optimista y mirando hacia la orilla, donde se podían apreciar cuatro resplandores
- ¿Crees que son ellas? – preguntó María
- ¿Quién más va a haber allí?
- No sé, pero yo ya espero cualquier cosa - contestó María. Llegaron la tercera tarde desde su salida. María salió corriendo para ver las luces que suponían que eran las ninfas. Una de ellas se le acercó caminando, de cerca su luz no se apreciaba. Era una joven muy, muy alta, con unos pechos tan grandes que tenía que sujetarlos con sus manos, y éstas no se podían ni ver. Tenía muy poco pelo, suficiente para cubrir parte de la cabeza, y largísimo y tan rubio que a la luz no se distinguía del blanco. Unos ojos que ocupaban gran parte de su cara con unas pupilas de un azul enfermizo que ocupaban casi la totalidad de sus globos oculares. Su barriga era tan estrecha, que a María le parecía que su piel de la parte izquierda podía tocarse con la de la derecha. Sus caderas, no grandes pero sí exageradamente curvadas, y sus piernas, tan firmes por arriba y tan delgadas por debajo que parecían unos jamones con las pezuñas más largas que el muslo. Sus dos alas eran inapreciables junto a ella, puesto que eran del tamaño, color y forma de unas alas de mariposa.
- ¿Sabéis quien soy? - dijo ella con una voz tan aguda que resultaba desagradable, en esos momentos llegaba Miranda
- ¿Están aquí las ninfas? - preguntó María
- Aquí estamos - dijo ella
- ¿Tú eres una de las ninfas? - dijo María
- Sí, soy la Ninfa de Primavera
- ¿No eres un poco grande?
- ¿Tú también estabas en la urna de Bakal? - preguntó Miranda
- Sí, como todas. Yo antes era como la ninfa de Invierno, pero pensé que, ya que simbolizaba la belleza de la primavera, debería cambiar mi aspecto. Se lo pedí a Heaven, pero me dijo que yo ya era bella, pero no la creí. Bakal fue quien me concedió el deseo, y ahora he conseguido la perfección. Tengo el aspecto de una humana alta, con un pelo manejable, rubio, con ojos azules, cintura estrecha, grandes pechos y piernas de cadera perfecta y pernera fina, además de mis hermosas alas de mariposa
- Pero es demasiado, ¿no? - dijo Miranda - Fíjate en tus pechos, no puedes soltarlos
- No tengo manos, hace muchos años que se unieron a mi cuerpo, así que no me molesta
- ¿Pero por qué estabas en la urna? – preguntó Miranda
- A cambio de este don, Bakal me dijo que debía permanecer en ella
- Pero, ¿de qué te sirve tu…belleza si estás ahí encerrada? - dijo Miranda
- Ahora no lo estoy
- ¿Están allí el resto de ninfas? - preguntó María
- No, se fueron todas, yo acabo de llegar y me quedé para esperar a que vinierais. Las ninfas no podemos pasar mucho más tiempo del debido en un mismo mundo, aunque a veces sí lo hacemos. Además, creyeron que habíais muerto en el templo. Yo, sin embargo, tenía la esperanza de que vivierais
- ¡Pero si no nos conoces! - dijo María
- Pero no importa, soy muy sensible, puedo percibir muchas cosas, más de las que os imagináis - dijo la ninfa
- ¿Y qué debemos hacer ahora? - preguntó Miranda
- La puerta a las escaleras no es muy complicada de abrir. Está un poco lejos, caminemos hacia allí - dijo la ninfa señalando una zona tan blanca que parecía nevada. Igual estaba toda la montaña. En un principio, Miranda y María pensaron que era nieve, pero cuando llegaron a los terrenos blancos, pudieron comprobar que la tierra y las rocas eran blancas, lo único que se apreciaba de un color distinto eran los troncos de los árboles que eran de un marrón oscuro. Sus hojas, sin embargo, también eran de color blanco. Llegaron a una puerta de piedra muy bien elaborada, destacaba frente al resto del lugar, pues la puerta era gris roca. Era totalmente lisa, de cortes muy perfectos, a excepción de cuatro porosidades que tenía la puerta, completamente alineadas. No se podía ni siquiera mirar a través de ellas. Tres esferas del tamaño de dos puños flotaban en el aire. Cuando llegó la ninfa que, por el tamaño de sus pies, andaba muy lentamente, se despidió de Miranda y María y, de la frente le comenzó a salir una luz intensa que la convirtió en otra esfera. En cuanto las cuatro esferas estuvieron alineadas, se transformaron en un fino hilo de luz, casi inapreciable en sí, sino por la luz que desprendía a su alrededor. Los cuatro hilos atravesaron la piedra, llevándosela consigo hacia atrás. La puerta estaba abierta, volvían a estar completamente solas.
De pronto algo le dijo a María que no debía entrar
- ¿No vienes? ya casi estamos - dijo Miranda viendo que se quedaba inmóvil frente a la puerta
- No sé, creo que deberíamos esperar
- Ya hemos esperado demasiado, estamos realmente cerca, ¿vamos a detenernos ahora?
- Noto algo extraño, pasa algo - dijo María. Entonces, de repente, María giró su cabeza, y allí estaba David, tenía una cara pálida enfermiza y sombría. En un principio María se alegró al comprobar que se encontraba al menos vivo, aunque temía que le pasara algo similar a lo que le ocurrió a Ainoa. Sin embargo, David seguía teniendo su característica agilidad. Aunque andaba despacio se podía apreciar por sus andares.
- ¿Por qué has venido? - dijo María
- Tengo que decirte algo - dijo David
- Si vas a empezar con lo de siempre, ya sabes todo lo que tenías que saber
- Pero tú no sabes todo lo que tienes que saber
- No me vas a contar nada nuevo - dijo María
- Mi hermano ha muerto - dijo David. De pronto María empezó a reír, era una reacción normal ante ese tipo de situaciones, dicen que la risa y el llanto están íntimamente unidos, y al igual que una risa extrema lleva al llanto, un llanto extremo lleva a la risa.
- ¿Cómo? Pero… ¿dónde está? - dijo María
- Fuera de nuestro alcance, al menos por ahora. No recuerda absolutamente nada. Ha comenzado una nueva vida, ya no es él mismo ni lo será nunca. Lo hemos perdido para siempre - dijo David con una voz realmente atípica en él.
- David, no me mientas, no te perdonaría nunca que me hubieras mentido… ¿de verdad no está en el próximo mundo? - dijo María que ya había comenzado a llorar
- No, murió… murió muy pronto
- No me lo creo, me tenía que esperar, estaba a punto de poder… estaba tan cerca de poder estar a su lado…ahora que había llegado hasta aquí… si no me hubiera entretenido tanto…
- No tienes ninguna culpa, no podías hacer nada - dijo David consolándola
- ¡Quiero verle! Tengo que decirle que le quería. David, lo siento, yo…
- Lo sé… no te preocupes…esto no tiene nada que ver con lo que haya pasado
- Sí que tiene que ver. – dijo María - También te quiero a ti, pero, no quiero perderte como lo perdí a él…
- ¿Quieres dejar de hablar? ¡No te he preguntado, no quiero saberlo, no le pongas nombres, definiciones ni sentimientos, no tienes por qué explicar por qué haces lo que te da la gana! - dijo David, no era propio de él decir ese tipo de cosas. Ciertamente estaría dolido
- …Decías que querías verle… ¿no?
- No, María, ¡no te vayas ahora! – le dijo Miranda - Aguanta un poco, enseguida llegaremos a los templos. ¡Ahí los tenemos, delante de nuestros ojos, no los vemos, pero ahí están!
- Lo siento Miranda, ve tú, yo ya no tengo motivos para tener una vida inmortal, sólo tú te mereces eso - dijo María, y Miranda calló
- No te preocupes, mientras estemos fuera aquí no pasará el tiempo, estará parado - dijo David
- ¿Como en Germélion? - preguntó María
- No, en Germélion no pasaba el tiempo, sino algo derivado de él y tú eras quien elegía cuando volver. Ahora simplemente el tiempo se parará, así no habrá peligros, nadie morirá en ningún tiempo, ni se producirá ningún cambio - dijo David. David le mostró una daga de doble filo que tenía un frenillo a medio centímetro de la punta. - Es muy sencillo de usar, tenemos que clavarnos la punta en el pecho, y nuestras almas viajarán al mundo que ambos queramos. Cuando Miranda las saque de nuestro pecho, volveremos a este mundo
- David, ¿puedo hablar un momento contigo? – le dijo Miranda. Ambos se alejaron de María - David, ¿sabes que podéis perder la conciencia? ¿O incluso perderos entre los mundos?
- No, ya lo tengo todo calculado, iremos despacio, el tiempo no pasará. Además, sigo teniendo la facultad germ de viajar entre mundos, yo protegeré a María, lo sabes, nunca dejaría que le pasara nada…
- ¿Pero no es muy arriesgado hacer un viaje de ida y vuelta? – dijo Miranda con preocupación - David, prométeme que no volveréis si el viaje de ida no ha funcionado bien
- Tranquila
- ¿Hay riesgo de muerte o de algún tipo de daño psicológico?
- No, absolutamente ninguno
- Bien, en ese caso idos ya, sólo dejaré pasar un minuto antes de quitaros la daga - dijo Miranda. Se volvieron a acercar a María, ésta no se había percatado de su ausencia, se había pasado todo el rato llorando.
- ¿Estás lista? - preguntó David, y María asintió. David puso la daga en sus respectivos pechos, y María abrió sus brazos. Y abrazando a David clavó las puntas de las dagas en sus cuerpos. En ese momento, como si quedaran dormidos se dejaron caer al suelo. Miranda dejó pasar un poco más de un minuto para curar sus heridas. Aunque tuvieran las dagas ocupando el centro de la herida, había mucha sangre a su alrededor. Miranda veía caer al suelo charcos de sangre, sangre de David y de María uniéndose en una situación difícil.
Al pasar el minuto Miranda, al no fiarse de lo que David le había dicho, comprobó que sus corazones todavía latían, es decir, seguían con vida. Miranda puso sus manos en ambos extremos de la daga y los separó de María y David. Ambos cayeron al suelo. Miranda se asustó, pero pronto María se incorporó. Se quedó sentada. No gesticulaba, sólo unas lágrimas salían de sus ojos. No salía de su boca ni un sollozo, ni un suspiro, ni un llanto. Parecía petrificada, como la estatua de una fuente llorona. Entonces Miranda se fijó en David, no se había incorporado. Se acercó a mirar su rostro, y entre la cara de terror profundamente marcada, que tenía esos últimos días, se podía percibir una palidez fuera de lo común. David había muerto.
No hubo ningún error en los cálculos de David, él estaba en lo cierto, no había ningún riesgo de perder la vida durante el viaje, pero no sabían con lo que se podrían encontrar en aquel mundo. David murió allí, y María, a causa de la pérdida de las dos personas a las que realmente había amado quedó en un completo estado de shock que le impedía hacer cualquier cosa que no fuera derramar lágrimas por sus ojos. Miranda, con los ojos llorosos, se acercó de nuevo a María, la abrazó y le dio un beso en la cabeza, pero ella ni se inmutó
- María, vamos, aún puedes hacer algo por él - dijo Miranda llorando y zarandeando a María - ¡María! ¡David está muerto, pero él nunca te va a olvidar! No vuelvas a cometer el mismo error que con Orly, no dejes que te abandone también él… - continuó diciendo, pero María seguía sin reaccionar.

Texto agregado el 20-11-2009, y leído por 79 visitantes. (0 votos)


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