Recuerdo que cuando en mi curso, dos compañeros se reñían en clases, la profesora simplemente los cambiaba de puesto y zanjaba de esta manera la situación. Del mismo modo, cuando a uno le toca en suerte, un vecino de malas costumbres y modales groseros, siempre existe el expediente de vender la casa y marcharse lejos. Pero, cuando es un país el que le hace la vida imposible al otro y busca las cinco patas del gato para atacar y denostar, ¿que se puede hacer, si no está dentro del espíritu nacional embarcarse en una aventura belicista? No nos podemos mudar de continente y tampoco está dentrto de nuestras atribuciones contribuir a curar esa inquina de origen ancestral, que corroe el sentimiento del que agrede. No hay nada que hacer, cuando la ira, el rencor y la frustración se mantienen indemnes en el corazón del país beligerante. No se puede enviar a un psicólogo a esos mandatarios alienados y sólo cabe rogar que sean reemplazados, mas temprano que tarde, por seres juiciosos, que crean en la concordia, en el futuro y en las relaciones amistosas con todos y cada uno de sus vecinos y hermanos...

(Carta de mi autoría, publicada en Las Últimas Noticias de hoy)