Mi Luna desayuna cola cao con grumos, si no, no le gusta y la leche le da fatiga, escava entre las alcantarillas buscando algo de su vida y suele no dejar ducharme. Mi Luna tiene un enano, negro, como el iris de sus ojos, que no la deja ni a sol ni a sombra y la adora.
Mi Luna no cree las palabras del enano, que la molesta a cada rato, sentado, de la guitarra al escritorio y del escritorio al piano. El enano le muerde las orejas, le sopla al oído, le habla de duendes y hadas y dice palabras que no suelen tener mucho sentido. El enano escribe sus palabras de enano, que mi Luna no quiere creerse.
Mi Luna brilla allá donde las estrellas no brillan o no se pueden concebir, pero no encuentra el centro de los caminos, que, como todo el mundo sabe, duerme entre la cueva de Don Pelayo y el Tío del Duende.
Jerez, 20 de Noviembre de 2009 |