Me despido de mi pueblo
“Cuando se abandona el pago tira el caballo para adelante y el alma tira para atrás.
Se aproximaba la hora de partir, y una brisa suave acariciaba los techos bajos del pueblo, los altos cipreses inclinaban la cabeza como saludando mi paso.
Cada tanto regreso a este lugar donde quedo mi infancia y mis primeros recuerdos. Este sería tal vez mi último viaje…mi despedida..
Un largo puente nos unía, desde el punto de partida hasta lo que parecía ser mi llegada. Me vine para Buenos Aires cuando era un muchacho y solo ese puente imaginario nos mantenía unidos.
Como tantas veces en momentos ingratos de mi vida, me imaginaba trepando al viejo eucalipto donde había armado mi refugio, donde pasaba tardes enteras escuchando el canto de los pájaros y mirando el cielo azul que tanto amaba.
Mientras caminaba por sus calles remozadas mis pensamientos se expandían, intentaba atrapar el pasado, traerlo al presente, poder volcarlo a lo eterno.
Era la hora de la siesta y hacía mucho calor, como siempre en los veranos, las calles estaban desoladas.
Disfrutaba de la situación, nada podía distraerme, deseaba ofrecer una última ofrenda a mis recuerdos para que se prolongaran en la infinitud del tiempo. Temerario, desafiaba un verano de soles despiadados, me afanaba por rescatar el pasado, reconstruirlos en la nebulosa de mi memoria.... eternizar los aromas de la infancia.
Mis ojos se humedecían tras los párpados, desde las incertidumbres del presente vislumbraba las ruinas de la decadencia.
Solo restaba buscar el amparo huidizo de la sabiduría que los años otorgan. .
Un cielo azul y eterno me hacía pensar que aún me sentía capaz de remontar inimaginables quimeras, mantener la fe, transformarme en la voluntad arrolladora de ascender hacia las alturas. Nada impediría atesorar mis sueños, mientras conservara el don de la vida.
En pocos días visité los lugares que había planeado visitar, el monumento a los inmigrantes, emplazado en una plazoleta céntrica donde los turistas toman fotos y se emocionan cuando ven esos carritos de cuatro ruedas tirados por dos caballos que los colonos utilizaban para trasladar y hacer sus compras en el pueblo al menos una vez a la semana. A la derecha del pescante, el asiento cubierto con un cojinillo (cuero de una oveja ) un gringo extiende la mano para estrechar la de un criollo que lo saluda montado en su caballo. A la izquierda va sentada su mujer, pollera larga, cara curtida, la cabeza cubierta por un pañuelo. Su mirada apunta al horizonte,.expresa sufrimiento, añoranza de una familia que dejó en pos de la ilusión de encontrar un lugar en un mundo que no le fuera esquivo.
Ese mismo día por la tarde visité el hospital donde había nacido mi hermana, recuerdo cual si fuera hoy ese día, recogí por el camino un ramillete de flores silvestres, que fue el mejor regalo que le hice en mi vida.
Volví repetidas veces a visitar mi casa natal,.el mismo paredón tapiando el patio, el portón de chapa y el viejo molino que aún bombeaba agua para llenar el tanque australiano.
El colegio Nacional, con la fachada y sus aulas renovadas, el mástil donde izábamos la bandera cada día, el patio de juegos y la campana de bronce que se mantenía en el lugar de siempre.
Hoy ya no existen los carritos ni las calles de tierra, ni los cordones y las veredas elevadas, tampoco los palenques para atar los caballos.
Tampoco están muchos de los viejos amigos que se fueron perdiendo a través del tiempo. Las calles están asfaltadas, hay barrios nuevos, autos y camionetas modernas reemplazaron carros y hombres de a caballo, donde era difícil escuchar la radio hoy todas las casas tienen antena de televisión satelital.
Esto no solo pasa en el pueblo, también llego al campo. Televisión, luz eléctrica, teléfono, son cosa normal en la vida actual.
Lo que es mas difícil de encontrar es una mano extendida, los valores de la amistad, los de la solidaridad, la de chacareros que se juntaban para auxiliar al que andaba ladeado.
Los pocos que quedan de antes, incluso algunos que fueron mis amigos en su tiempo, adquirieron costumbres diferentes, saludan en forma esquiva evitando el compromiso, cosa de no crear ningún tipo de obligación.
También es verdad que uno se fue y también saben que la visita es transitoria. Debe de ser molesto sentirse parte del paisaje por eso trato de comprender.
No me preocupan demasiado estos cambios, lo que yo busco está a buen resguardo, no me lo pueden quitar.
Pague la cuenta del hotel, me despedí y busqué la calle, tomé el camino a la estación del ferrocarril. Estaba conforme y me sentía feliz con el viaje. Tenía ya ganas de regresa a casa. Antes de emprender el viaje hacia mi pueblo mientras armaba el equipaje había encontrado entre los libros de mi biblioteca un viejo cuaderno, estaba escrito por mi a fines del año 1950, lo guardé en el bolso de viaje y decidí leerlo cuando emprendiera el regreso.
Al hacerlo sentí dentro mío la misma ansiedad que recuerdo haber vivido aquella noche sentado en el tren, cuando papá puso ese cuaderno en mis manos, sacó filo a la punta de un lápiz y me dijo, cachito, hijo querido, sé que te cuesta mucho expresar en palabras lo que sentís, por eso te traje el cuaderno y te regalo este lápiz para que puedas escribir en él todo lo que pasa dentro tuyo en esta noche en que nos estamos despidiendo de nuestro pueblo.
Andre, laplume
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