Sentía nauseas, nauseas de todo.
Una larga agonía galopaba en su cabeza todas las mañanas y las noches.
Interminables éstas, acurrucaban su cansancio en la sentencia espantosa de saber que todo, es inevitablemente estúpido y frío en esta sorda y muda colina de la muerte en vida.
Acostumbrada a la soledad de su cuarto, pero hastiada de la misma, se dispuso en contra de su voluntad a internarse en el mundo de su computadora.
Ella creía que las mismas eran armas funestas contra la imaginación, el buen gusto y la inteligencia, ya que apretando un pequeño botón todo se solucionaba mágicamente.
Algo inexplicable y misterioso la atraía hacia el aparato indigno.
Mirando hacia el suelo cruzo la habitación, miro a su costado, se rasco la cabeza y se sentó frente al monitor.
Sonrío en medio de su propio espanto, pero las siniestras muertes que tenían lugar en ella, la hicieron apretar el acceso a Internet, al mismo tiempo que se preguntaba ¿Para qué sirve hablar por largas horas, con un solitario igual que ella, separados por las silbantes vibraciones de una pantalla?
En ese mismo instante recordó, las sublimes noches de soledad absoluta en compañía de caballeros educados y tan tristemente aburridos.
Entonces se sintió una niña y se dispuso a jugar.
Entro en una sala llamada “Café Literario”, tenia tanta hambre de compartir palabras, pero no la palabra vulgar, hambre de palabras dignas, hambre de dar y recibir sílabas sagradas, estrofas monstruosamente exquisitas. De pronto, se dio cuenta de que estaba inmersa en la pagina en cuestión, el miedo la paralizo; mensajes rojos por todos lados, hombres desesperados.
Fue entonces cuando comprendió y confirmo su teoría triste y certera como la muerte; la soledad corrompe el alma humana y el miedo a la misma, hace que los hombres se regalen a situaciones tormentosas y sin sentido.
Estaba dispuesta a salir, ya estaba agotada de responder cuales eran sus medidas y burlarse tristemente de ellos y de ella, cuando de pronto un nombre atrajo su atención.
Deben saber, claro, que para entrar a una sala de chat uno debe utilizar un nick, que viene a ser un seudónimo estúpido, para poder ingresar a un lugar más estúpido y deprimirse luego por haber entrado al mismo, pero como decía, atrajo su atención un nick en especial, automáticamente al leerlo penso, ¿quién podría ser el desubicado que utilizara un nombre sagrado para fines tan innobles? Pero al instante la atrapo la esperanza, eso que hace que uno tenga ganas de seguir, ¿cómo hacer? Solo le interesaba saber si era uno de los tantos hombres solitarios, desesperados por una mujer, o alguien desesperado por la palabra.
Alguien como ella.
No sabia como preguntar eso, no sabia como preguntar nada, el poco tiempo que estuvo en la pagina, todos se habían dispuesto a seducirla, pero él no.
¿Podía ser que del otro lado de la noche, un ser sensible, quizás en otro país, en otra ciudad?
No importaba.
El aire se había vuelto insoportablemente caliente, su inquietud se apoyaba en los peldaños de las más antiguas tragedias.
Estaba por apretar el botón que la liberaría del tormento y despedirse de sus temores, pero algo lo evito, y ahí estaba, preguntando si el nick era casual, o acaso él era un amante del buen gusto.
La respuesta, no llego rápidamente, le resulto imposible decir por que milagro no escapo.
En medio de su tempestad, llego la voz, seca, áspera, solitaria, como una invitación a lo sublime.
La excitación, desplegada a lo ancho y a lo largo del cuarto, no pudo con los músculos consumidos en el más hondo terror, ese que sufren los solitarios cuando intuyen que van a dejar de serlo.
Entonces, la confirmación, la no-casualidad, el gusto refinado, las palabras correctas, y ni un solo reflejo de idiotez al hablar.
El miedo estaba siendo espantado por la dicha y en sus ansias glotonas de poesía y metáforas, los dedos no alcanzaban para preguntar tanto.
Una respuesta llego justo antes de pronunciarse la pregunta.
Entonces miro a su alrededor, se miro en el espejo, sonrío y la vida tuvo un perfume de eternidad.
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