EL VIEJO Y EL DEMONIO
La ventana llevaba un rato de estar golpeando sobre su marco, marcaba un ritmo despacio y el sonido que provocaba era quedo, a pesar de que la brisa era suave, las rendijas de ésta estaban bien aceitadas, por lo tanto, muy sensible, hasta que Ignacio lo percibió y se dirigió a ésta para cerrarla un poco molesto, le molestaba que cualquier cosa lo sacara de sus recuerdos, de la época de sus años mozos, en que cualquier ruido en la calle era fácilmente identificado, ya sea de día o de noche, como el sonido del grito del cambiador de ropa vieja por loza y artículos de porcelana, el del merenguero, casi invencible en los "volados"; el del vendedor de nieve, pregonando la variedad de sabores que ofrecía; por la noche, los principales personajes que le llamaban la atención eran: el vendedor de camotes, con el ruido que hacía con su carrito, el velador andando en una bicicleta anunciando su paso con su silbato seguido de ladridos de los perros a los que perturbaba su presencia.
Al momento de cerrar la ventana, se asomó a la calle, y vió con cierta nostalgia cómo había cambiado todo, las calles se le hacían frías, al igual que la gente, en sus tiempos, ni siquiera los cabaretes estaban tan "descarados" como cualquiera que se pueda encontrar sobre el eje central, extrañaba los años cuarentas o cincuentas, la emoción que sentía cuando se imaginaba los problemas a los que se enfrentaba una pareja para ser feliz, que con maestría narraban en las radionovelas, las letras de los boleros, tan románticos, la música que componían en ese tiempo, como "teléfono a larga distancia", tiempos como ésos ya no vendrán.
En eso estaba pensando, cuando una voz lo interrumpió por segunda vez de sus cavilaciones:
- ¿Qué estás viendo papá? - Preguntó Marta, su hija, ella lo había llevado a vivir con ella, su esposo y su hijo Marcos de cinco años.
- Nada, estaba pensando.
- Bueno, ¿Que te parece si piensas acostado en tu cuarto?, yo te llamo para que vengas a comer.
- Pero no quiero ir a mi cuarto, si quieres voy a comprar las tortillas.
- No papá, las dejé encargadas, además estás aquí enfrente la tortillería y tú necesitas descansar.
- ¿Oye y el niño?
- Está jugando acá afuera.
- Me acuerdo cuando era niño, fíjate que mi mamó tenía que preparar las tortillas a mano como media hora antes de comer, para que mi papá las encontrara calientes...
- Si papá, ya me lo has contado - Interrumpió Mónica con cierto fastidio.
Ignacio se quedó callado, siempre era lo mismo, las mismas historias sin acabar de contar, y aunque fueran nuevas, sabía que no lo iban a escuchar, pero no podía dejar de intentar hablar con su hija, su yerno y su nieto, siempre era interrumpido por un "si papá" en tono condescendiente o con aburrimiento, esto le bajaba mucho la moral, pero en fin, pensó quién se iba a interesar en un viejo?, ya había dado todo lo que podía dar, ya no le exigían como cuando era joven, claro, ellos ya estaban haciendo su vida, mientras que la de él estaba terminando. Su nieto estaba muy chico para comprenderlo, bueno, si su hija ni siquiera se daba cuenta de que él podía ser útil, todavía había Ignacio para rato, desgraciadamente lo veían como una herramienta de esas que son útiles por un tiempo y se van acabando, haciendo obsoletas y terminan guardadas solo por su valor sentimental. Trató de quitarse esas ideas de su mente y le agradó la idea de dar un paseo en lo que estuviera lista la comida.
- Marta, voy a salir un rato, no me tardo.
- ¿A dónde vas?
- Por ahí, a ver que hay de nuevo.
- ¿De nuevo?, ¿en dónde?
- Pues en la calle, y no me hagas más preguntas que el hijo parezco yo. - Contestó fastidiado, le molestaran que lo trataran como una quinceañera. Cerró de un portazo y aspiró el aire de la calle, aún hacía un poco de viento, el cual lo refrescó un poco, comenzó a caminar hacia la esquina más próxima, sintió libertad, ahí no había quien le dijera lo que tenía que hacer, ni a dónde ir, si tenía que seguir su impulso, como cualquier ave, libre al fin, aunque lo era momentáneo. Mientras se alejaba unas cuantas calles de su casa, sintió sed, divisó a la esquina próxima una paletería en la que una vez compró un agua fresca, no lo pensó dos veces y se dirigió allá, una vez que llegó pidió una de horchata, detrás de él se encontraba un indigente vestido con un traje negro de tres piezas de fino corte, raído, sucio, con manchas de grasa en las solapas que tal vez ni él sabía cuanto tiempo llevaban así, zapatos de charol bastante desgastados que la suela tenía forma de arco invertido y más que zapatos de corte europeo parecían babuchas árabes de tan levantadas que estaban las puntas, usaba un bombín que tenía tantas arrugas como una hoja marchita. Lo miraba fijamente, en cuanto le despacharon el agua al objeto de su observación, se acercó y con finos modales le dijo:
- Oiga señor, disculpe que lo interrumpa de esta forma y espero no serle tan impertinente, pero ¿sabe?, llevo cerca de veinticuatro horas sin probar bocado alguno y no se diga ya de refrescar mi garganta con algún líquido, ya que no he encontrado a alguien que tenga consideración de mi persona y me proporcione algo de alimento, por lo tanto, me veo en la penosa necesidad de brindarle la oportunidad de realizar una buena acción este día.
- ¿Qué acción es ésa que usted dice?, y quién es usted, por lo visto no le ha ido bien en mucho tiempo. - Ignacio lo miraba con curiosidad y algo divertido por lo singular del personaje que tenía enfrente, le parecía curioso que alguien con sus modales y con las ropas que vestía (que estando en buen estado hubiera necesitado una buena cantidad de dinero para poderse comprar uno similar) se viera en esa necesidad, por un momento se puso en su lugar y meditó un poco sobre lo horrible que sería tener algo y después no tener.
- Mire usted, la acción a la que me refiero, si no me he dado bien a entender, es que me proporcione una ración de ese precioso líquido que se llama agua, de preferencia también de horchata si fuera tan amable.
- Ah, ¿quiere que le compre un agua verdad? - Dijo esto sintiendo verdadera simpatía por el sujeto, tipos como él no se veían a diario, al menos lo sacaría por unos instantes de sus pensamientos, afortunadamente sí le alcanzaba para poder comprar otra, le indicó al paletero que le sirviera otra mientras observaba a tan singular personaje, éste miraba atentamente el agua como era vertida del cucharón a un vaso de plástico desechadle, como si midiera gota por gota el contenido, parecía que se la fuera a tomar con los ojos, al ver esto Ignacio, se sintió bien consigo mismo, por fin había hecho algo de provecho para otra persona, de alguna forma, había sido útil a alguien.
En cuanto tomó en sus manos el vaso, miró el líquido blancuzco, lo olió y le dió un rápido y corto trago, como para abrir garganta, posteriormente, otro un poco más largo que el primero y exclamó:
- ¡Ah!, hace bastante tiempo que no sentía algo así.
- ¿Algo así de refrescante? - Interrogó Ignacio.
- No, algo así, líquido.
- ¿De verdad hace mucho tiempo que no toma agua? - Preguntó Ignacio con incredulidad.
- No lo cree ¿verdad? - Contestó el sediento, un tanto misterioso.
- ¿Como se llama?
- No tiene mucha importancia mi nombre, es más, a su debido tiempo lo sabrá, por ahora no me queda más que agradecerle la gentileza que ha tenido para conmigo al haberme proporcionado este vital y refrescante elíxir, créame que me supo a gloria, también quiero decirle que yo no olvido los favores que han hecho, no me tenga por ningún malagradecido, esté usted seguro que yo sabré corresponder a su gentileza más pronto de lo que se imagina.
- No, estás usted equivocado, yo no lo hice para esperar algo de usted, me siento bien sintiéndome todavía útil. - Dijo esto con sinceridad.
- No se arrepentirá de lo hizo, se lo aseguro. - Terminaba de decir esto cuando se dio media vuelta y se disponía a marcharse, siempre con su aire aristócrata, cuando sintió algo sobre su hombro, volteó la cabeza y vio que era la mano de Ignacio la que estaba posada sobre él, inmediatamente miró directamente a su cara y éste sintió cierta incomodidad, retiró su mano y dijo titubeando:
- Este, discúlpeme, sólo quería saber su nombre ¿sabe?, este, no se por qué pero tengo curiosidad por saber algo de usted, ni siquiera me quiso dar su nombre, ¿de dónde viene?
El desconocido esbozó una ligera sonrisa de satisfacción que provocó escalofrío en Ignacio y le contestó:
- No vengo de ningún lado en especial y no voy a ninguno, soy de todas partes y de ninguna parte, simplemente recorro el mundo, y no hecho raíces por que no las tengo.
- Si no es mucha indiscreción, ¿que le pasó, que lo obligó a tomar ésta decisión?
- No puede pasarme nada a mí, y ésta decisión nadie me obligó a tomarla.
- Cada respuesta que me da, hace que sienta más curiosidad por usted.
- Todo a su debido tiempo, le prometo que dentro de poco no tendrá ninguna duda acerca de mi persona.- Dijo dándose la vuelta y dejando parado a Ignacio, que sólo se limitó a levantar los hombros y no darle importancia al asunto.
Cuando se acostó, después de ver un poco la televisión, se quedó boca arriba y poniendo las manos detrás de su cabeza cerró los ojos y en su mente se comenzó a dibujar la imagen del personaje con el que se había encontrado en la tarde, poco a poco se fueron delineando los trazos de su cara, su traje otra vez viejo; cuando acabó de delinearse la figura con todo detalle, se dirigió a Ignacio con una sonrisa a flor de labios:
- Hola estimado caballero ¿cómo está? - Preguntó.
- Bien gracias - Contestó Ignacio un tanto intrigado.
- ¿Recuerda lo que le dije acerca de que nos íbamos a encontrar más pronto de lo que se imaginaba?, pues aquí estoy. Antes que nada, disculpe por la forma en la que me apareció ante usted, pero creo que es la más adecuada para demostrarle mi agradecimiento, estoy dispuesto a complacer su más caro anhelo.
- No le entiendo, ¿quién es usted?
- Bueno, a mí me conocen con varios nombres en diferentes países.
- Usted es... - Balbuceó.
- Sí. A sus órdenes - Dijo esto haciendo una reverencia.
Ignacio se puso pálido inmediatamente, sintió un escalofrío por todo su cuerpo. - Pero, ¿que quiere de mí?, váyase, yo no quiero tratos con usted, además, yo soy muy católico y...
- ! ! Ya está bien - Gritó. - Me da pena la forma en que se espanta, como si fuera algo en verdad espantoso, o qué, ¿quería verme con patas de cabra, cola, cuernos de chivo, todo pintado de rojo y oliendo a azufre?, si quiere me pongo así, pero si se da cuenta vea como se espantó, además no se por qué nos ponen así, si casi nadie nos ha visto, bueno, no me extraña, nadie ha visto a su dios y ya le hacen imágenes. Pero no vine aquí para hablar de El, sino de usted y de mí.
- ¿De mí? - Preguntaba rápidamente Ignacio que no salía de su asombro - ¿Que quiere hablar de mí?
- Primero que nada, cálmese, por que no se puede hacer nada así.
- Pero es que no entiendo...
- ! ! Que ya se calle, que bárbaro ¡ pregunta y pregunta y no deja contestar, mire si no se calla y me deja hablar no me va a entender, no me tenga miedo hombre. Mire, estoy aquí para agradecerle lo bien que se portó conmigo en la tarde, en verdad me cayó usted muy bien.
- Si es por eso, no tiene que agradecerme nada, así que váyase por favor.
- Eso ni lo piense, no crea que por ser un demonio soy malagradecido, así que por favor pídame algo, por que estoy de buenas y le puedo conceder lo que quiera.
- Lo que quiero es no volverlo a ver, me voy a condenar si tengo tratos con usted...
- ¿Eso es lo que usted piensa?.
- Claro que sí.
- Mire, tengo poder como para ofrecerle todo lo que usted desee, dinero, mujeres, lo que sea, usted sólo pídalo, que yo se lo daré.
- Ya le dije que no quiero nada de usted...
- ¿Que le parecería tener todo el dinero suficiente como para ya no preocuparse por el?
- Yo ya estoy viejo, y eso no me haría feliz.
- Bueno, se trata de ser feliz, ¿qué cosa le haría feliz?. Por primera vez en la plática Ignacio guardó un momento de silencio..
- Pues, no sé, no lo había pensado.
- A ver, ¿con qué personas era realmente feliz?
- Mmm, con mi esposa, con mis amigos...
- Ahí está el asunto, ellos... ¿están muertos?.
- Desgraciadamente, así es. - Contestó Ignacio con tono melancólico.
- Eso está un poco difícil, posiblemente están en un lugar en el que no tenemos forma de entrar. En este momento ¿hay algo en el que lo podemos ayudar?
- ¿A cambio de qué?
- Mire, le voy a hablar claro, usted estás destinado a irse a el cielo, por todas las acciones buenas que ha hecho, y que yo ya he comprobado, me ayudó sin conocerme, sin ningún motivo en especial, entonces eso quiere decir que posee una alma buena, ese tipo de almas es hasta cierto punto, un poco difícil de que se corrompa en el transcurso de su vida mortal, por lo tanto yo podría anotarme un diez con mis superiores si usted acepta darnos su alma inmortal a cambio de lo que usted desee, además es un extra el hecho de que posea cierta dosis de ingenuidad y haya sobrevivido tanto tiempo así. Ya que le he planteado las cosas ¿que opina?.
El viejo se quedó unos momentos meditando las palabras de su interlocutor mientras éste movía su pie derecho de un lado a otro como signo de desesperación, como esperando que un niño comprendiera las palabras de un adulto. Hasta que al fin contestó:
- Mire, yo ya estoy viejo, y lo que le podría pedir no tendría caso por que me duraría poco el gusto, si le pido mujeres ¿que puedo hacer con ellas?, si le pido dinero éste siempre se acaba, nunca es suficiente, y es más fácil que corrompa y que mi gente no valore su trabajo o las cosas, a que les sirva de bien, ¿quién dice que no se pelearían por él cuando yo me muera?, que no me buscarían por interés, que de repente me salgan bastantes amigos, no, dinero no...
- Por favor ya decídase, hombre, todavía de que uno le va a hacer un favor...
- Sí según usted un favor, pero yo no se lo he pedido, usted necesita más mi alma que yo su ayuda, además, si no quiere esperar, por mí no hay ningún problema.
- Ni sueñe que se va a deshacer de mí tan fácilmente, ande, pida algo...
- Mmm, no sé, ¿y si no pido nada?
- No se quiera pasar de listo, debe de haber una cosa por otra obligatoriamente.
- Es que no quiero, ¿no entiende?.
- Otra vez... - Dijo el demonio con impaciencia. - Lo que va a pasar es me fastidie y aunque se vaya a otra parte, termine con su existencia en este momento !indeciso
- Está bien, ya me decidí, si no hay otro camino...
- ¡Vaya!, hasta que lo entendió.
- Bueno, solamente quiero hacer una pregunta.
- A ver dígame cuál - Contestó el demonio en tono condescendiente.
- ¿Si ese deseo no me satisface, puedo cambiarlo?
- ¿Qué?, ¿con quién cree que trata eh? - Dijo indignado.
- Este, bueno, yo nada más decía, además, de todos modos se va a llevar mi alma ¿no?, entonces me parece justo que de veras valga la pena lo que me va a dar a cambio. ¿No se puede hacer una demostración antes de hacer el deseo definitivo?.
- No señor, no se puede, además acuérdese de que un trato es un trato, y en lo que quedemos se respete.
- Está bien, entonces este es el trato: quiero ser feliz por lo que me resta de vida - Dijo Ignacio con aplomo.
- ¿Quiere ser feliz?
- Sí, eso he dicho.
- ¿Y qué necesita para ser feliz? - Preguntó el Demonio. Realmente estaba intrigado, le habían solicitado mujeres, dinero, tierras, puestos políticos, cosas materiales, pero nunca que le pidieran algo intangible.
- Esa es mi solicitud ahora ¿usted acepta? - Ignacio había recuperado mucho del aplomo que perdió al inicio de su encuentro, pensó que si de todos modos iba a cambiar su alma por algo, tenía en verdad que valer la pena, ya no tenía nada que perder y tal vez mucho que ganar.
- Mmm, le repito la pregunta. ¿Qué cosa necesita para ser feliz? - Preguntó el Demonio con impaciencia.
- Pues ahí estás lo bueno, no lo sé, ese va a ser su trabajo, hacerme feliz, ¿qué dice?.
- Digo que se quiere pasar de listo.
- ¿Por qué?, usted me preguntó que quería y eso quiero, no sé qué le han pedido antes ni me importa, pero yo sí sé lo que quiero, si no se siente capaz de hacerlo, mejor dígamelo y no hay trato, ahora no estás quedando por mí, sino por usted, además...
- Silencio! - Rugió el Demonio - Creo que lo que usted está haciendo es ponerme en un predicamento para deshacer el trato, todavía no digo que acepto. Por la propia naturaleza de éste, es un poco complicado e implica muchas cosas, así que tengo que solicitar autorización a mis superiores, ojalá y sea favorable. Así las cosas, nos veremos mañana a la misma hora, por favor, trate de dormir un poco más temprano, tengo muchas cosas que hacer como para estar esperando a que le dé sueño para que podamos platicar.
- No tiene que hacer eso, entonces ¿por qué se me apareció en el día como un indigente?.
- Mire, en primera, en el día no tenemos tanto tiempo para platicar como ahora, en segunda, puedo adoptar cualquier forma que quiera, pero no me gusta mucho usarlas, y menos en la calle, ésta de indigente se me hace más original, en realidad no tenemos forma, usted me ve así para que se familiarice conmigo. Bueno, entonces nos vemos mañana y espero que medite acerca de esto y cambie de opinión por algo material, adiós.
- Estás bien, adiós. - Y se sumió en un profundo sueño.
A la mañana siguiente, todavía en la cama, recordó lo que pasó durante su sueñe, le costaba trabajo creer el acuerdo al que llegó con un demonio, en estos tiempos?, pero en fin, al menos ya sabe que por más bien que se porte, de todos modos se va a ir al infierno.
El día se le hizo eterno, ya no sabía cómo ocuparse para distraer su atención de la cita nocturna que tenía, era una de esas ocasiones en que sabes que no hay mucho que decir, que no hay mucho que elegir, por que ya no hay otro camino, pero sin embargo sigues pensando en ello. En la hora de la comida, Ignacio estaba más ansioso, tan nervioso, que todos lo notaron:
- ¿Papá qué te pasa?, estás demasiado distraído te pusiste un calcetín café y uno verde.
- ¿Eh?
- Que te pusiste un calcetín café y uno verde. - Dijo su hija como si le hablara a un hijo - ¿En qué estás pensando? - Interrogó su hija.
- Este, en nada - Respondió Ignacio queriendo ignorar el hecho para restarle importancia.
- Suegro, ¿no se va a cambiar sus calcetines? - Preguntó su yerno un poco divertido por la situación.
- Este, sí, sí, ahorita, nada más termino de comer. - Dijo éste con un poco de pena al notar que su yerno y su nieto ya se habían dado cuenta, éste último sólo se limitó a sonreír.
- Ah, que suegro tan distraído, hombre, ¿pues que lo trae así?, parece que estás enamorado. - Dijo con tono burlón.
- No empieces de sangrón, para mi papá no existió otra mujer más que mi mamá ¿verdad papá? - Esto lo había dicho Marta con tono solemne.
- Claro que si hija - Ignacio contestó solamente para que su hija sintiera que sus palabras no habían caído en el vacío, inmediatamente pensó en su esposa, podía pedirle al Demonio que su deseo era que regresara el tiempo y así volver a disfrutar de la compañía de ella.
Después de la comida y de cambiarse los calcetines, se sentía en la sala a ver la televisión, estaban pasando una película de Joaquín Pardavé, cómo le gustaba!, con ese humorismo blanco e inocente, de repente se escuchó un grito en el patio, fue allí junto con su hija y vieron al niño tirado con su triciclo encima de él, Marta corrió auxiliarlo, lo levantó y revisó su pierna, se había raspado la rodilla, pensó en su nieto, en todo los golpes que le faltaba por sufrir en la vida, en todo lo que le tocaría por vivir, pensó si el Demonio podría darle de deseo el que protegiera a su sobrino de todas estas cosas desagradables por toda la vida de éste, tal vez ése sería un buen deseo.
Pasado el susto, Ignacio pensó en tantas cosas que podría solicitar, le dolía ver que no podía ayudar en mucho al sostenimiento de la casa con su cheque de pensionado, tal vez el Demonio podría darle una fortuna a cambio de su alma, y así vivir más desahogados y sin preocupaciones de ese tipo.
Por fin la noche llegó, Ignacio ni siquiera quiso cenar, le dirigió las buenas noches a su familia:
- Bueno, yo ya me voy a dormir, buenas noches hija. - Dijo Ignacio.
- ¿A ésta hora? apenas son las ocho, tu siempre te duermes a las diez o diez y media - Respondió su hija extrañada.
- Pero es que quiero leer un poco antes - Se justificó.
- Tú nunca lees.
- Bueno, quiero irme a mi cuarto simple y sencillamente - Ignacio ya estaba impaciente - ¿no puedo?.
- Estás bien, pero no te enojes, ¿no vas a cenar?.
- No, ya dije buenas noches.
- Buenas noches entonces.
Apenas cerró la puerta y procedió a ponerse la pijama, inmediatamente tomó un libro de Historia de México que no sabía por que azares del destino se encontraba en la mesita de su cuarto desde hacía algún tiempo, se acostó y comenzó a leerlo, sabía que le daba bastante sueño cuando leía hasta de temas que le interesaban, con mayor razón con un tema que se le hacía un poco aburrido. Estaba leyendo el pasaje aquél en el que trataba la época de la colonia, y había una fotografía de un español con su peto y yelmo dando de latigazos a un indígena, la miró y sintió cierto rencor patriótico hacia los españoles, cerró los ojos y recordó cuando era un chiquillo a los gachupines como en aquél entonces les decía él, como lo corrían de las tiendas de abarrotes o de las cantinas de las que eran propietarios cuando él y sus amiguitos entraban como tromba a éstos y les recitaban versos del dominio público contra los extranjeros, especialmente hacia los de la península Ibérica. Eso también le gustaba mucho de su juventud, que la mayoría siempre estaba orgullosa de ser mexicana, había que ver como se festejaba el día de la independencia, en cada casa que se pasaba se podía oler el mole, con su pieza de guajolote; el pozole, las tostadas, los tacos, las quesadillas, los sopes, los tamales, había tanto y tan rico, y lo mejor era que eran sólamente platos nacionales; se tomaba tepache o tequila. Se hinchaba el pecho al pasar por las calles las cuales estaban adornadas solamente de tres colores: Verde, blanco y rojo; se escuchaba a los mariachis, vestidos con sus mejores galas para ese día, por todas partes se escuchaban los "Viva México".
Sin darse cuenta, poco a poco se fue quedando dormido, en su mente, las imágenes de su niñez se fueron combinando con otros colores tomando formas extrañas, como si fuera un rompecabezas que gradualmente alguien iba revolviendo sus piezas, sintió que una fuerza extraña lo jalaba, lo aspiraba o algo así, que lo absorbía un cuadro oscuro, una vez que estuvo adentro, comenzaron a llegar como fantasmas, los colores, danzaban alrededor de él y se combinaban unos con otros para formar un paisaje, los que se quedaron en la danza, se impregnaron en su cuerpo, sin sentir dolor o alguna otra cosa, su cuerpo fue transformándose, bajó un poco su talla, su cuerpo se hizo más estrecho, su piel se obscureció hasta adquirir un tono moreno, creció su cabello y se hizo negro como el azabache, se sintió descalzo y solamente un taparrabos cubría su cuerpo, o más bien, lo que podía de éste.
Todavía no salía de su asombro, cuando un chasquido resonó arriba de su cabeza, un grito lo hizo voltear donde éste provenía:
- ¡Trabaja maldito indio!, más vale que te apures o te voy a azotar hasta que me caiga de cansancio.
Se sorprendió cuando vio frente a él a una persona bastante blanca, barbada, con peto y yelmo de acero, que hablaba con marcadísimo acento español, poco a poco, fue reconociendo los rasgos de la cara, en lugar de la mugre que había tenido, ahora se encontraba una barba negra no muy larga, y la vestimenta ya no era aquél viejo traje, sino un peto de acero con destellos luminosos. Era el Demonio, que pareció divertirse con la broma, esbozó una ligera sonrisa de satisfacción hacia Ignacio quien lo miraba sorprendido, y le preguntó irónicamente:
- ¿Le gusta mi nuevo atuendo?, se me ocurrió cuando vi lo que estaba leyendo, ¿le parece original o le gusta más el anterior?
- Que buen susto me dio hombre, ¿por qué no avisa cuando va a llegar?, que falta de consideración para con uno, ¿bueno que ha pensado?.
- Este, bueno, no sé como empezar. Comenté su caso con mis superiores, créame que ha sido lo más original que nos han solicitado, pero en fin, llegamos a una conclusión: La felicidad puede depender de varias cosas, en ocasiones, de una persona, en otras, de un lugar, si tomamos este criterio, tendríamos que acudir a una infinidad de recursos para mantener siempre constante su felicidad, por que el día o momento en que dejara de serlo romperíamos por nuestra parte el trato, y perderíamos su alma. Existió otra ponencia interesante de un colega en cuanto a la felicidad, que ésta es un estado de ánimo, y como tal, para que nosotros podamos mantenerla constante sería necesario alterar su alma para que siempre sea feliz, pero, al hacer esto, la corromperíamos y ya no sería pura, y al dejar ser pura, ya no nos sirve. Como usted comprenderá, ninguna de éstas dos opciones nos es viable, una por ser demasiado costosa, y otra por que se echaría el producto a perder antes de poder disponer de él. Por estos motivos, me veo obligado a retirar mi oferta de intercambio y lo invito a que prosiga su conducta de ese modo por el tiempo que le resta de vida, al fin y al cabo, ya sabe que todo en ésta o en otra vida tiene su recompensa.
- Siendo así, no sabe el peso que me quita de encima, aunque para ser sincero, ya me había hecho a la idea de ser feliz de ahora en adelante, pero prefiero serlo en otra vida, por que ésta ya casi se acaba, ahora sí, con la seguridad de que voy a ir al cielo y tal vez allá siempre sea feliz, ya sea por que siempre voy a tener ese estado de ánimo, o por que las circunstancias o personas que allí encuentre, así me van a hacer sentir. Sería muy falso de mi parte decirle que me gustaría volverlo a ver, pero tengo que agradecerle la reflexión del tema. Hasta nunca y gracias.
- Tal vez nos volvamos a ver en otro lugar y en otro tiempo, pero por el momento adiós. - Su figura comenzó a desvanecerse poco a poco en el sueñe, tan despacio, que Ignacio no sintió cuando se quedó dormido.
Al despertar, eran las nueve de la mañana, hora en que regularmente se despertaba, después de estirarse, se volteó boca arriba, miró al techo y pensó si verdaderamente había sido demasiado lo que le pidió al Demonio, si en ocasiones parece algo tan sencillo.
- En fin - Dijo, Al momento de sentarse sobre su cama - Si el Demonio no pudo hacerme feliz, yo voy a tratar de serlo, con él o sin él.
Y se dispuso a comenzar un nuevo día.
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